Un alumno ganó dos millones mientras estaba en clase: el impacto del uso intensivo de pantallas en las aulas

Un alumno ganó dos millones mientras estaba en clase: el impacto del uso intensivo de pantallas en las aulas

Alumnos y docentes reflexionan sobre el impacto del uso intensivo de celulares en la escolaridad de adolescentes tucumanos.

PRESENTE DIGITAL. Los expertos señalan que cada vez más alumnos recurren al teléfono durante las horas de clase, muchas veces sin fines pedagógicos. LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO
Por Matías Auad y Álvaro Medina 14 Mayo 2025

A la madrugada, mientras todos duermen, Rocío Medina y Araceli Oviedo siguen despiertas. Las une una llamada en la que no se hablan. Scrollean durante horas en Tik Tok. A veces ven una película. Encuentran el sueño entre las tres y las cuatro. Al otro día llegan entre 15 y 20 minutos tarde al Instituto Santo Cristo de Banda del Río Salí, donde ya acumulan 13 faltas. Están cursando el último año de la secundaria. “El celular es adictivo. No lo puedo dejar. Algunas veces falto a educación física para acostarme a dormir la siesta, veo videos en redes y me duermo”, cuenta Rocío, que hasta hace seis meses practicaba hockey. Hoy prefiere recostarse en el sillón con el celular en la mano, según cuenta a LA GACETA.

La escena es parte de un fenómeno más amplio que deriva del uso intensivo de las pantallas, entre incontables aplicaciones utilizando todos sus recursos para captar y retener nuestra atención. Docentes, directivos y estudiantes consultados por este diario coinciden en que hoy las aulas cobijan con cada vez más frecuencia a alumnos con ansiedad, menos atención, atravesados por vínculos fragmentados y un agotamiento generalizado. Estas y otras dimensiones están poniendo en jaque al proceso de aprendizaje.

Empantallados

Cinco horas y 27 minutos por día: ese es el promedio de tiempo que los adolescentes argentinos pasan frente a la pantalla del celular. Equivale a 77 días completos por año. La mitad de ese tiempo se consume en Tik Tok. El dato surge de un estudio preliminar realizado este año por el investigador del Conicet, Alejo Barbuza sobre 838 estudiantes de entre 11 y 18 años.

“Nos volvimos dependientes del teléfono. Si no estamos pegados, no sabemos qué hacer”, reconoce Nicolás Ledesma, también alumno del colegio bandeño, que abrió las puertas de una aula para que un equipo de LA GACETA pudiera dialogar con estudiantes del último año durante 60 minutos. Algunos contaron que pasan hasta 10 horas mirando la pantalla del celular.

Hace un mes, el alumno Lautaro Cajal ganó dos millones de pesos jugando a un juego de apuestas mientras estaba en clase. “Creo que esto pasa porque las clases no son entretenidas”, dice, con culpa, porque reconoce que debería haber estado escuchando al profesor.

EN SIMULTÁNEO. Mientras el docente da la clase, algunos estudiantes revisan redes sociales o miran videos en sus teléfonos.

Esta es una de las tantas aristas en las que la lógica escolar entra en tensión con los algoritmos. “La escuela trabaja con procesos, con la acumulación de contenidos y la construcción de pensamiento complejo. En las redes todo es inmediato. No se puede aprender un proceso histórico en 40 segundos”, plantea la pedagoga María de la Paz Yabraian, especialista en innovación educativa.

Causas

A mayor cantidad de horas frente a las pantallas, mayores reportes de ansiedad y depresión, según refleja el estudio preliminar del Conicet que está desarrollando el investigador Barbuza. “Desde 2012, con la masificación de los smartphones, todos los indicadores de salud mental en adolescentes empezaron a deteriorarse”, plantea Augusto Salvatto, politólogo y autor del libro La era del malestar, en videollamada desde Colombia. “Esta tecnología llegó a una sociedad que ya premiaba la inmediatez, la exposición, el exitismo. Se construyó una cultura donde todo debe ser rápido, validado por otros y sin espacio para la frustración”, dice.

“Pandemia emocional”

Aunque no se puede atribuir exclusivamente al uso de pantallas, los registros del sistema de salud pública en Tucumán también reflejan una sociedad atravesada por estas problemáticas: en los últimos 10 años, las consultas por trastornos de ansiedad aumentaron un 102%. Entre 2019 y 2024, de la prepandemia a la actualidad, el incremento fue del 78%.

Hoy, los trastornos de ansiedad representan el 18% del total de las consultas en el Siprosa, por encima de otras problemáticas como las psicosociales y socioeconómicas (12%) y las adicciones (8%). Las consultas por trastornos del humor (como depresión o trastorno bipolar) crecieron un 22% en la última década. El 60% de quienes consultan por salud mental son mujeres; el 9% son adolescentes y el 17% adultos jóvenes de entre 20 y 29 años.

Marcio Córdoba, docente y tutor de los alumnos del Santo Cristo, no duda de que estamos ante “una pandemia emocional”. Cuenta que en un curso de 38 alumnos en el que enseña, seis intentaron quitarse la vida. “Muchos chicos no tienen un adulto o una institución que los contenga. Y si no hay vínculo, si no hay escucha, no hay educación posible”, dice.

Ante estos desafíos, la docente y licenciada en Ciencias de la Comunicación Victoria Jiménez admite que a veces a los docentes se les queman los libros. “Tenemos chicos en tratamiento psiquiátrico, con crisis de ansiedad, con autolesiones. Y muchos de ellos se comparan con lo que ven en redes. Vidas perfectas, irreales”, advierte.

¿Hasta dónde pueden y deben intervenir los equipos escolares? “Desde Faustino Sarmiento hasta aquí, de la escuela se espera todo y se hace lo posible en brindar eso, pero también hay muchas problemáticas como las familiares y de índole personal que a veces los chicos encuentran el lugar para manifestarlo en la escuela”, dice Yabraian.

Los entrevistados coinciden: el problema no es la tecnología, sino el uso que le damos. “Prohibir el uso de celulares no alcanza”, plantea Salvatto en relación con las normativas que restringen el uso de los dispositivos en las aulas, como la ley que aprobó la Legislatura provincial en diciembre de 2024. “Nos tenemos que poner de acuerdo en una serie de valores. La gran batalla cultural que tiene la humanidad es la de valorar su atención. Saber a qué dársela y a qué no. Lograr entender cómo convivimos de forma sana con la tecnología más poderosa de la historia”, dice y recomienda incorporar en las currículas “bienestar digital” para aprender sobre algoritmos, por ejemplo, así como en otra época fue “educación ciudadana” para aprender sobre democracia.

Si esto no forma parte de la discusión pública, dicen los que saben, lo que queda es el silencio. O el algoritmo.

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