
Hay un hecho que sucedió hace casi dos semanas y que pasó algo inadvertido, a pesar de su inmenso dramatismo. Renata Mansilla, una mujer de 32 años, abordó un auto que había contratado mediante Uber con sus dos hijas: una de nueve años y la otra, de apenas 10 días. El recorrido implicaba pasar de un lado al otro de la autopista de Circunvalación. Y, como ocurre a diario en ese camino decadente, aparentemente el chofer eligió uno de los tantos cruces clandestinos que fueron apareciendo a lo largo de los años y que hoy se cuentan por decenas. La tragedia se presentó en forma de camioneta. El choque terminó con la vida de la mamá y de su hija mayor casi en el momento; la más chiquita fue internada, pero murió unos días después.
Más allá del espanto que causa la partida de una familia y de las responsabilidades que la Justicia deberá determinar, este accidente es significativo porque revela una serie de circunstancias que se vinculan con la pobreza, con la falta de infraestructura y con la anomia, pero que encuentra su raíz en algo mucho más complejo: la ausencia de una visión metropolitana que organice la vida en el Gran San Miguel de Tucumán.
Le decimos Circunvalación, pero la realidad es que no circunvala nada. Apenas permite llegar desde la zona de El Mercofrut hasta Las Talitas y viceversa, y comunica estos dos puntos con Banda del Río Salí y con Alderetes. Cuando fue construida, buena parte del entorno aún no estaba urbanizado. Pero, de a poco, un crecimiento regido por la lógica de la pobreza la fue cercando. Hoy está asfixiada por barrios y asentamientos. Y sobre sus calzadas conviven el tránsito urbano, el pesado propio de una ruta y un tercera categoría a la que podríamos denominar el tránsito de la marginalidad y de la miseria, y en el que predominan los carros, las personas que revuelven los basurales, los adictos que circulan como muertos vivientes por las banquinas, los perros, los caballos e inclusive las gallinas.
Rostro desolador
No debe ser sencillo encontrar a alguien que se sienta completamente seguro cuando recorre esta autopista, ni siquiera en el momento en que se acerca a los puestos policiales que aparecen a la altura de Las Talitas y de la calle Guatemala. Contribuyen de modo categórico la oscuridad a la que conduce el consuetudinario robo de cables, la falta de señales indicadoras y un entorno que muestra el rostro más desolador de Tucumán.
Los cruces clandestinos son una consecuencia lógica de todo lo que describimos arriba. Como mínimo hay 40, según relevó LA GACETA. Y cumplen una función tan básica como cruel: comunicar a los habitantes de los barrios que se levantan a ambos lados de un camino en el que cualquier descuido puede ser mortal. Inclusive ir a la escuela, a la despensa o a visitar a un familiar, paradoja despiadada de la pobreza.
Por detrás de este desorden descomunal podemos descubrir dos líneas que no sólo explican cómo es que llegamos hasta acá, sino que también pueden ayudarnos a entender lo que ocurre en otros lugares del área metropolitana -y sobre las cuales hemos escrito varias veces.
1- Esta Circunvalación que no circunvala es uno más de los tantos espacios en los que confluyen jurisdicciones y que, de tantos dueños, terminan siendo de nadie (como el Camino del Perú, los canales y los accesos a la ciudad, por ejemplo). Aquí aparece Vialidad Nacional, que se encarga del mantenimiento de la ruta. Luego están los municipios, que deben poner atención en otras cuestiones, como la iluminación y los entornos (en las cuales también posee cierta responsabilidad Vialidad). Y la Provincia, que debe aportar la seguridad. El resultado de toda esta suma de autoridades está a la vista: es un desastre.
2- Es imposible analizar este problema de modo aislado. Ni San Miguel de Tucumán, ni Banda del Río Salí, ni Alderetes, ni Tafí Viejo, ni Yerba Buena, ni Las Talitas, ni Lules son islas. Vivimos en un ecosistema dinámico que se expresa en el movimiento constante: quien duerme en Banda del Río Salí o en Yerba Buena probablemente trabaja en la capital y tiene amigos en Tafí Viejo, por ejemplo. Los cientos de miles de tucumanos que la habitan perciben al área metropolitana como una sola ciudad y no como una suma de ciudades. Y hasta que no comprendan esto de manera cabal quienes toman las decisiones, problemas como el que abordamos en este espacio no se solucionarán. Aquí surgen algunas preguntas: ¿necesitamos un nuevo código de planeamiento urbano para San Miguel de Tucumán o hace falta un código integral que incluya el resto de los municipios? ¿Podemos proyectar entes supramunicipales que aborden estos problemas y que no terminen convertidos en cajas para financiar la política? ¿Veremos alguna vez a Rossana Chahla, a Pablo Macchiarola, a Gonzalo Monteros, a Graciela Gutiérrez, a Alejandra Rodríguez, a Marta Albarracin y a Marta Najar sentados alrededor de una mesa de trabajo discutiendo estos temas? ¿Tendrán real interés en hacerlo?
Hay un punto más que deja en evidencia la tragedia de los cruces clandestinos: Tucumán presenta un déficit descomunal de autopistas: a la Circunvalación que no circunvala hay que sumarle la que va a El Cadillal, la que conduce a Famaillá y la autovía que va desde el canal Sur hasta San Pablo. En este contexto de extrema escasez, muchos se preguntan si alguna vez se reactivará la obra que iba unir Tucumán con Termas del Río Hondo. Hoy es una incógnita.