
A los 32 años, Daniela Alejandra González ya vivió varias vidas: la de la tucumana curiosa; la de la estudiante de Biotecnología de la Universidad Nacional de Tucumán; la de la investigadora del Conicet que expuso su trabajo en el Broad Institute; la de la becaria Fulbright; la de la Asociación Estadounidense de Mujeres Universitarias y la de la madre que se animó a emigrar con dos hijos pequeños para estudiar ciencia de datos en Boston (Estados Unidos). Hoy Daniela lidera un equipo de ciencia de datos y líneas celulares en una empresa farmacéutica de Kendall Square, Cambridge, el corazón global de la biotecnología.
Su mensaje va más allá de la construcción de un currículum sólido: anhela que las jóvenes tucumanas se animen a proyectar un futuro sin techos. “Quiero que todas las chicas sepan que siempre se puede llegar lejos y que vale la pena pelearla por hacernos un lugar donde pensamos que no lo tenemos”, dice durante una entrevista virtual con LA GACETA. Daniela rechaza las limitaciones: “no quiero que nos digan hasta dónde sí y hasta dónde no. Tenemos que animarnos, salir e intentarlo. Y siempre que podamos, ayudar a los nuestros a que también lo logren, para que nuestro país crezca”.
Esta profesional tucumana de 32 años se mudó a Boston junto a sus dos hijos y su esposo hace ya 24 meses. Actualmente, Daniela es asistente de docencia de posgrado en Northeastern University, donde enseña programación aplicada a ciencia de datos y lidera prácticas de laboratorio. También se desempeña como supervisora de WetLab en un equipo de Kendall Square, donde combina ciencia, tecnología y formación con un enfoque en bioinformática.
De Lules al laboratorio
"Mi infancia fue la típica de un pueblo", dice con una sonrisa. "Jugar descalza en la calle y hacer casitas de tierra con los vecinos”, recuerda. Estudió desde jardín en la Escuela Sarmiento, en pleno centro de San Miguel de Tucumán, lo que implicaba largos viajes en colectivo todos los días desde Lules. Además, cursaba inglés por la tarde. “Todo eso me dio disciplina. En esa escuela aprendí a organizar, a hablar, a venderle hielo a un esquimal, literal. Armábamos campamentos para 400 alumnas con 16 años”, rememora.
La curiosidad científica llegó sola. “Era muy chica y me levantaba los domingos a las 8 de la mañana a leer LA GACETA. El horóscopo, las historietas, todo”, menciona. Con el tiempo, fue descubriendo su pasión por la ciencia, especialmente por la salud y el desarrollo de fármacos.
Ser mujer, ser madre, ser científica
El camino académico en Tucumán no fue fácil. En el área de investigación científica, las limitaciones estructurales y de recursos eran evidentes. “En comparación con la UBA (Universidad de Buenos Aires) o La Plata, en Tucumán tenemos formación teórica muy sólida, pero falta equipamiento y experiencia práctica. Hoy una micropipeta cuesta lo mismo que el sueldo de un becario”, expresa. Pero Daniela capitalizó todo lo que tenía a mano. Sabía que para desarrollarse y crecer, tenía que apelar a la creatividad.
Daniela no esquiva el tema de la brecha de género. Sabe que ser mujer, madre y científica en la Argentina implica abrirse paso en un sistema que no siempre está preparado para acompañar. "Tuve a mis dos hijos durante la pandemia, mientras trabajaba en el Conicet. Me traje a toda la familia a Boston y, aunque fue durísimo, tomamos la decisión como equipo. Mi esposo dejó su trabajo como profe de alta montaña para que yo pudiera seguir capacitándome", destaca. Cuando se mudaron a los Estados Unidos, la dinámica cambió: pasaron a ser un equipo 50/50.
Ciencia de datos, plantas medicinales y oportunidades
En la pandemia, con un bebé recién nacido y sin poder ir al laboratorio, empezó a estudiar ciencia de datos aplicada a la investigación de plantas medicinales de El Infiernillo, en Tafí del Valle. "Me di cuenta de que podía optimizar procesos que antes nos llevaban un año usando herramientas de machine learning. Lo hablamos con mis directoras del Conicet y abrimos una nueva línea de investigación. ¡Fue increíble!", dice sobre sus tiempos en el Inbiofiv (Instituto de Bioprospección y Fisiología Vegetal).
Ese trabajo fue reconocido por el Broad Institute, uno de los centros de investigación más importantes del mundo fundado por el MIT y Harvard. “Me invitaron a presentarlo en un simposio sobre machine learning y drug discovery. Fue un gran honor”, transmite.
Hoy aplica esa experiencia en una empresa de pharma de Cambridge, liderando un equipo de data science y biología celular. Al respecto refiere: "el desarrollo de drogas está avanzando a un ritmo sin precedentes. Quiero estar ahí, formarme y después volver a Argentina para aportar". Daniela se imagina abriendo un centro de ciencia de datos dentro del Conicet que nuclee toda la información de las unidades ejecutoras. Pero no sabe si podrá volver a Tucumán, ya que solo encontró una persona que hace lo que a ella le interesa y está en La Plata.
Becas, miedo y determinación
"Todo empezó cuando vi un post en LinkedIn sobre Fulbright. Ya tenía los papeles listos porque me habían rechazado para una beca en Dinamarca. Me largué igual, aunque no me veía viviendo en los Estados Unidos. Después gané también la beca de la Asociación Estadounidense de Mujeres Universitarias. Y mi universidad me cubrió el 100% de la matrícula”, explica.
¿El secreto para postularse? “Aprender a venderse y perder la vergüenza. No se le da la importancia necesaria al branding profesional”, se sincera. Desde su cuenta de Instagram, @biodata.dani, Daniela ahora ayuda a otros estudiantes a armar sus postulaciones. “Veo muchas chicas brillantes de Tucumán, Córdoba y Rosario que no saben por dónde empezar. Entonces las guío con las becas, con cómo armar un buen CV, con los personal statements. Y sobre todo, con la actitud: que no pidan permiso para soñar en grande”, enumera.
Su mayor objetivo es la retribución a su comunidad. "Quiero devolver todo lo que recibí. Una vez que le agarrás la mano a una beca, se las agarrás a todas”, observa. Para Daniela, la principal barrera es mental: "‘eso no es para mí’; ‘eso es para gente con plata y con contactos’; ‘es para varones’; ‘yo no podría’... Todo eso es lo que tenemos que romper. Y tener una familia no es una traba, sino un motor que te impulsa. Se puede, nosotras podemos".