
Hay dos libros de Mario Vargas Llosa sobre los que vale la pena detenerse a pocos días de su partida. “El pez en el agua” y “El paraíso en la otra esquina” son productos de momentos importantes en la vida del autor aunque lucen opacados por los reflectores de “Conversación en la Catedral”, “La ciudad y los perros”, “La casa verde”, “La tía Julia y el escribidor” o “La fiesta del chivo”, por nombrar algunas de las obras más conocidas del peruano que ganó el Nobel de Literatura en 2010. Se ubican en un sector un poco más humilde de su biblioteca, por calificarlo de alguna manera, junto con “Lituma en los Andes” o con “Pantaleón y las visitadoras”. Vale aclarar que esto no les quita mérito. Al contrario: en medio de las habituales revisiones a las que parece obligarnos la muerte y sin entrar en valoraciones literarias (cuestión que le cabe a la Academia), es interesante volver a ellos porque pueden conducirnos de un modo misterioso a Tucumán, a la Argentina reciente y a hilos invisibles que unen hechos y personajes, y que ayudan a entender un poco mejor quiénes somos y cómo vivimos.
“El pez en el agua” es una prematura autobiografía que el novelista publicó en 1993, cuando aún estaba fresca su fallida experiencia como candidato presidencial en Perú. Navega entre una infancia signada por la violencia de su padre, la seducción que operaron sobre él ideas políticas disímiles como el comunismo y el liberalismo, las redacciones de borrosos diarios limeños -tan parecidas a las viejas y bohemias redacciones argentinas, entre ellas la de LA GACETA, hoy estremecidas por la tecnología- y la aventura política. Este último tópico parece abordarlo desde la necesidad autoindulgente de explicar las razones del fracaso y, de algún modo, identificar responsables. Al menos es lo que se percibe 30 años después de su publicación. De todos modos, hoy cobra relevancia por los paralelismos que permite trazar entre aquellos hechos de finales de la década del 80 en Perú con la historia recientísima de Argentina.
Haciendo un resumen desaforado, en la obra, Vargas Llosa cuenta que llegó a la candidatura presidencial como un outsider político que había levantado su voz contra la voracidad estatizadora del entonces presidente Alan García. La intención de nacionalizar el sistema financiero del país había generado una reacción popular que terminó instalando la figura del escritor como una alternativa al populismo encarnado por García (quien volvería a ser presidente en 2006 y que terminaría suicidándose años después, cuando estaba por ser detenido por la Justicia, que lo investigaba por hechos de corrupción). A lo largo del texto, el novelista argumenta que la razón de su fracaso electoral fue no haber entendido que su principal capital simbólico había sido el hecho de no pertenecer al sistema político tradicional. Este error de interpretación lo llevó a pactar con espacios de larga trayectoria que, si bien eran opositores a García, formaban parte de lo que hoy podríamos denominar como “la casta”. Así, la aparición de Alberto Fujimori, otro outsider, terminó sentenciando su derrota.
Al recorrer las páginas de “El pez en el agua” sorprenden las similitudes entre aquel Perú de Alan García y la Argentina en la que gobernó el peronismo a través de la caterva de Alberto Fernández, Cristina Kirchner, Sergio Massa, Juan Manzur y otros: un Estado elefantiásico e insaciable, déficit fiscal inmanejable, inflación, controles de precios, cepo cambiario, corrupción, crisis de los partidos políticos tradicionales, hartazgo social y la irrupción de personajes ajenos o más o menos ajenos a la política que terminaron ocupando espacios centrales, como el presidente Javier Milei.
Cabe preguntarse entonces: ¿A la luz de los Ortega, los Maduro, los Kirchner y los García podemos inferir que América Latina está condenada a una eterna circularidad? ¿Cuál es el motivo oculto que nos lleva a repetir los errores que ya han cometido otros en el pasado? ¿La ignorancia, la corrupción, la soberbia, el desinterés? ¿Podemos soñar con que alguna vez el populismo (sea de derecha o de izquierda) deje de aparecer como una alternativa seductora para aquellos que aspiran a detentar el poder?
De Papeete a Barrio Sur
Si bien la novela no lo dice explícitamente, “El paraíso en la otra esquina” nos permite descubrir un hilo invisible y sorprendente que comunica nada menos que al gran pintor post-impresionista Paul Gauguin con Tucumán y a la remota Polinesia francesa con el Campo de las Carreras, donde se libró la batalla del 24 de septiembre de 1812.
Este libro se publicó exactamente una década después que “El pez en el agua” y su trama va y viene entre las vidas de Gauguin y de su abuela, Flora Tristán, una mujer franco-peruana a la que le cabe como a nadie el calificativo de precursora: fue pionera del sindicalismo, del feminismo y del socialismo. De algún modo, su vida es un compendio de las dificultades que enfrentaron las mujeres durante la primera mitad del siglo XIX y mucho después también.
Ahora bien: ¿qué tiene que ver Tucumán con Gauguin, quien sentó las bases del arte moderno y terminó su vida pintando en la Polinesia, y con su abuela? Ese hilo invisible nos remonta a Arequipa, a las campañas realistas que bajaban por el río Desaguadero hacia el actual norte argentino y a personajes que todos hemos estudiado en la escuela.
Flora nació en Francia y era hija de Mariano Tristán y Moscoso, hermano de Pío Tristán, brigadier realista y último virrey del Perú. Perdió a su padre cuando era pequeña y su condición de bastarda la condenó a la miseria. Esta situación se agravó en la adultez, cuando se separó de un marido violento que nunca dejó de hostigarla. En ese contexto decidió emprender la entonces larguísima y peligrosa travesía entre Europa y el sur de Perú, donde vivía su opulento tío, a quien no conocía personalmente. Y aunque fue bien recibida en la casona de la familia y disfrutó de una vida cómoda durante los meses que estuvo en Arequipa, Pío Tristan nunca olvidó su condición de bastarda y se negó a entregarle el patrimonio que le correspondía como hija de su hermano mayor. Desolada, Flora plasmó aquel viaje en uno de sus libros más conocidos, “Peregrinaciones de una paria”, que cierra con una frase de un dramatismo inconmensurable: "Me quedé sola, completamente sola, entre dos inmensidades: el agua y el cielo".
Llegados a este momento, es posible que muchos hayan advertido que el punto en común que enlaza a Gauguin, a Flora Tristán y a Tucumán fue aquel brigadier que en 1812 comandó la vanguardia realista que resultó vencida por Manuel Belgrano el 24 de septiembre en la batalla que selló el destino de la Revolución de Mayo. Y que si bien este detalle no forma parte del libro de Vargas Llosa, la historia nos permite hilvanar aquellas vidas y destinos, porque de algún modo sútil inciden en lo que somos hoy: una suma de imperfecciones, dolores, alegrías y sueños que siempre tienen el potencial de convertirse en literatura. Tal como lo demostró tantas veces el colosal Nobel peruano.