¿Por qué los tucumanos somos tan sucios?

¿Por qué los tucumanos somos tan sucios?

El título de esta columna puede parecer exagerado, incluso ofensivo. No faltará quien lo considere una provocación innecesaria o una falta de respeto hacia la gente de esta provincia. Sin embargo, eso es lo de menos. Lo que debería preocupar no es la forma de la pregunta, sino su contenido. Porque, aunque sea incómoda, no es una ocurrencia del momento ni una expresión caprichosa. Es una pregunta que se repite desde hace años, en charlas cotidianas, en redes sociales, en medios de comunicación y hasta en las escuelas. Y lo más inquietante es que nadie parece tener una respuesta clara.

La basura forma parte del paisaje tucumano tanto como los cerros. Es una realidad que duele, pero que no parece tener una solución en el corto plazo. ¿Somos sucios por naturaleza? ¿Por costumbre? ¿O simplemente porque vemos que los demás también lo son? Para intentar entender este comportamiento colectivo, vale la pena mirar lo que propone el profesor de psicología en la Universidad de Arizona, Robert Cialdini, experto en persuasión y normas sociales. Él distingue entre dos tipos de normas que influyen en nuestra conducta cotidiana: la descriptiva y la imperativa.

La primera nos dice qué es lo que hace la mayoría. Por ejemplo: si caminamos por una calle del microcentro tucumano y vemos que está llena de papeles, botellas y restos de comida, asumimos que tirar basura en la vía pública es algo normal, algo que hace todo el mundo. En cambio, la segunda advierte qué deberíamos hacer. Es la que aparece cuando leemos un cartel que pide no ensuciar, o cuando vemos cestos de residuos ubicados estratégicamente. Nos recuerda que hay una expectativa social de limpieza y que, en teoría, está mal tirar basura en cualquier parte.

Lo ideal sería que ambas normas estén alineadas: que la mayoría no ensucie (descriptiva) y que además todos estemos de acuerdo en que no hay que ensuciar (imperativa). Pero en el “Jardín de la República” eso no ocurre. La norma descriptiva, la que se impone en la práctica, es más fuerte y suele contradecir la norma imperativa. Es decir: aunque existen mensajes que nos dicen que no hay que tirar basura, la realidad es que mucha gente lo hace igual, y eso termina justificando el comportamiento. Es decir “si todos lo hacen, ¿por qué yo no?”.

Educación, control y sanción

Como dice el viejo refrán, “la ciudad más limpia no es la que más se barre, sino la que menos se ensucia”. Y no se trata solamente de una frase ingeniosa para estampar en un cartel municipal. Encierra una verdad profunda y urgente: limpiar después de ensuciar es apenas un parche; lo que realmente importa es evitar ensuciar. Es una cuestión de hábitos, no de recursos. Ninguna cuadrilla de limpieza, por más eficiente que sea, puede compensar la falta de conciencia ciudadana.

La limpieza -como tantas otras cosas en la vía pública- no debería ser una tarea reactiva, sino preventiva. Y esa prevención comienza con cada persona que elige no tirar un papel al suelo, no dejar una botella en una plaza o no soltar una bolsa al viento. Es una responsabilidad colectiva, pero que nace de la acción individual. Cambiar el hábito de enseñar no sólo mejora una ciudad: transforma una cultura.

Meta Tucumán, una organización no gubernamental que promueve la participación ciudadana y la responsabilidad social, señala que para mejorar la situación hace falta un plan integral sistémico y un shock de limpieza permanente. Consideran que la educación, el control y la sanción es el camino, aunque también plantea que se necesitan académicos en Antropología y Sociología para combatir esta problemática histórica.

El mayor problema con la basura de nuestra provincia se registra en San Miguel de Tucumán, donde se generan alrededor de 500 toneladas de residuos por día, de acuerdo a los datos oficiales. El municipio encabezado por Rossana Chahla creó la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable, a cargo de Julieta Migliavacca, que avanzó considerablemente en la limpieza de la ciudad, aunque reconocen que queda mucho por hacer después de casi un año y medio de gestión.

Luego de la instalación de los contenedores de material reforzado para prevenir la dispersión de basura en la vía pública, los promotores ambientales recorrieron las calles céntricas de la ciudad para concientizar a vecinos, porteros y comerciantes de la zona céntrica y anticiparon que habrá sanciones para quienes infrinjan las normas ambientales. El siguiente paso será la incorporación de cámaras en la parte delantera y trasera de los camiones recolectores para analizar que el trabajo se realice como corresponde y para evaluar los horarios en el que los vecinos sacan sus desechos.

La asociación civil Pro Eco Grupo Ecologista señala que las políticas públicas no ofrecen una forma adecuada para que los vecinos puedan deshacerse de sus huellas ambientales sobre todo fuera de las cuatro avenidas. ¿Qué pasa en los barrios en los que no hay contenedores de basura en un fin de semana largo como el de Semana Santa?

Otro aspecto que no se puede ignorar es el consumo excesivo de plásticos. En nuestra vida cotidiana, el plástico está en todas partes: botellas, bolsas, etc. Y aunque hablemos de desarrollo sustentable o de prácticas sostenibles, nada de eso será realmente efectivo si no se reduce la producción y el uso de este material. Podemos reciclar, podemos poner contenedores -de hecho, en algún momento hubo algunos de gran tamaño instalados en ciertos puntos de la ciudad-, pero mientras la lógica de consumo siga siendo la misma, la basura se seguirá acumulando. Es un problema estructural que va mucho más allá de la limpieza: tiene que ver con cómo producimos, cómo consumimos y qué lugar le damos a la responsabilidad ambiental en nuestras decisiones cotidianas.

La respuesta, al final, puede ser tan sencilla como incómoda: no somos sucios por naturaleza, sino por costumbre... y por complicidad. Por mirar hacia otro lado cuando alguien tira el envoltorio de ese chocolate, por creer que un cesto menos justifica el desorden, por asumir que la basura es un problema del gobierno y no de quien la genera. La mugre que nos avergüenza es apenas el síntoma de una cultura que aprendió a desentenderse.

Cada vez que alguien recoge lo que otro dejó caer, cada aula donde se habla del ambiente sin eufemismos o cada fiscalización que sanciona el descuido enciende una luz de esperanza. Porque no alcanza con barrer; hay que dejar de ensuciar.

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