La educación sigue siendo valorada por la sociedad

La educación sigue siendo valorada por la sociedad

La sensación de bochorno y vergüenza por no saber leer ni escribir o no haber completado los estudios es el común denominador entre quienes tienen esa desventaja en su formación.

TESTIMONIO. Fernando Soria dejó la escuela en 2° Año; camina más de 100 cuadras por día juntando cartones.

Un sustantivo que está muy adherido al entorno del analfabetismo y que atraviesa a todos los niveles sociales, los modos de vida o las ideologías, es la palabra “vergüenza”.

La sienten profundamente aquellos que ni siquiera saben leer ni escribir, los analfabetos funcionales o los analfabetos tecnológicos; pero también alcanza a estratos más altos, profesionales o no, como por ejemplo un abogado o un médico que no domina el inglés, o un científico que comprende un solo idioma, en lo que se transforma una verdadera limitación en ciertas áreas.

Es lo que le ocurrió a Jorge durante toda su vida. Hoy se encuentra en libertad condicional tras haber cumplido con buena conducta la mayor parte de su pena (fue condenado a 16 años de cárcel en 2012). A sus 46 años reflexiona algo que es impactante: “Me avergonzaba más no saber leer ni escribir que mi prontuario”.

Jorge recuerda que aprendió a leer y a escribir en el penal de Villa Urquiza y que hace unos años sorprendió a su esposa, durante una visita, leyendo un párrafo de la Biblia antes de siquiera saludarla, lo que provocó que su mujer se emocionara hasta el llanto.

En otro caso, la vergüenza propia produjo emoción y orgullo ajeno, cuando Guillermo “Bebe” Acosta -leyenda viva de Atlético Tucumán- admitió hace unos años que tenía ese sentimiento de pesar por haber abandonado la escuela en séptimo grado para dedicarse al fútbol y que, por pedido de su hijo Thiago, comenzaría a cursar el secundario junto con él.

Con la ayuda de su club, Acosta logró completar sus estudios, en una historia similar a la de Cristian “Cuti” Romero, el cordobés campeón del mundo, que también abandonó el colegio por el deporte. Considerado uno de los mejores centrales del planeta fútbol, Romero también consiguió completar el secundario y una broma conocida es que el “Cuti”, que jugó en Italia y ahora en Inglaterra, aprendió a hablar cordobés, italiano e inglés antes que castellano.

Reconociendo los billetes

“Te contesto lo que quieras, pero no pongás mi nombre porque después tengo quilombo. La Policía ya me quitó el carro dos veces”, exige un recuperador urbano, a quien llamaremos Juan, y que tuvo la gentileza de bajarse del carro tirado por un caballo para hablar con LA GACETA, a media cuadra del estadio “José Fierro”. Juan recoge casi únicamente plásticos (PET) y al instante surge una coincidencia: es hincha de Atlético y admirador del “Bebe” Acosta.

“¿Sabías que el ‘Bebe’ terminó sus estudios por pedido de su hijo y porque sentía vergüenza?”, se le consulta bajo un sol ardiente que parecía estar a 20 metros de nuestras cabezas. “Sí, sí, sabía y una vez lo aplaudieron en la cancha por eso”, responde.

Juan tiene 38 años, vive atrás del predio El Salvador, en la zona del club Lawn Tennis, y confiesa que no sabe leer ni escribir, y que alguna simbología básica, como diferenciar los billetes o saber cuántos son 10 o 20 kilos de plástico en la balanza, tuvo que aprenderlo con los golpes de la vida.

“Lo entiendo al BB, yo también siento vergüenza, más que nada con mis hijos; por eso los tres van a la escuela. Mi papá se fue cuando yo era muy chico y siempre tuve que ayudar a mi mamá para traer plata a la casa. Por eso nunca pude estudiar”, admite con cierta pena.

Fernando Soria, de 22 años, habla con LA GACETA bajo un sol incendiario cerca de plaza Urquiza, mientras sostiene un carrito con decenas de kilos de cartones. Abandonó el colegio en segundo año, a los 14 años, “porque tenía que trabajar”. Su lectoescritura es muy básica pero sus músculos confirman que camina unas 150 cuadras por día, entre las 9 y las 15, para recoger la mercadería que después vende en un corralón cerca de Coronel Suárez y Martín Berho.

Cuando se le pregunta si volvería a la escuela para concluir sus estudios responde “sólo Dios sabe, no sé si tiene mucho sentido”.

La historia de Julio Asela, de 52 años, parece ser la proyección de Soria en el futuro. Sin hijos, abandonó la escuela a los 16 años porque debía trabajar. “Pero nunca me olvidé de leer porque practico leyendo la Biblia todos los días”, relata el cuidacoches, y también lavador de autos, que trabaja en Santa Fe al 400, de 6.30 a 16, desde hace muchos años.

“Para estudiar tendría que volver a empezar y ya estoy grande. Además, donde yo vivo (Banda del Río Salí) hay un lugar donde enseñan de la Provincia pero es de noche y es muy peligroso”, se resigna.

Movilidad ascendente

Como ellos, analfabetos, semianalfabetos, analfabetos funcionales o analfabetos tecnológicos hay miles y miles en las calles tucumanas y en el interior de la provincia: los números crecen exponencialmente.

Pese a este panorama sin demasiadas salidas, la vergüenza como común denominador es un dato optimista, porque quiere decir que la educación sigue siendo valorada por la sociedad, y que culturalmente saber o no saber no es lo mismo.

Por ellos, por sus hijos o sus familias, la escuela sigue siendo un factor de movilidad ascendente en el status social y para el bienestar.

De la economía popular

El 22% de los trabajadores de la economía popular no cuenta con estudios formales o los tiene incompletos, según un relevamiento que realizó el Movimiento de Trabajadores Excluidos (el MTE que conduce a nivel nacional Juan Grabois), que en Tucumán coordina la dirigente social Merry Anastasio, y que agrupa a unas 800 personas.

El MTE se conforma por ocho ramas diferentes, divididas por oficios: recuperadores urbanos (cartoneros, chatarreros, etcétera); liberados (ex presidiarios); espacios públicos (cuidacoches y limpiavidrios, entre otros); socios comunitarios (madres cuidadoras, personal de merenderos y comedores sociales); textil; rural (pequeños productores); feriantes y de la construcción.

Los oficios más numerosos en el MTE-Tucumán son los ambulantes (unos 300) y los cuidacoches (alrededor de 150). Luego le siguen los de espacios públicos. El MTE tiene un centro de alfabetización para adultos, en Villa 9 de Julio, y está pronto a inaugurarse otro en Moreno al 100, barrio Sur. “No es verdad lo que dice el gobernador Osvaldo Jaldo, que los condenados no se recuperan y siempre vuelven a reincidir. Nosotros tenemos en el Movimiento unos 30 liberados que trabajan o estudian y nunca volvieron a reincidir”, aclara Anastasio.

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