En los senderos de Tafí del Valle, entre la brisa fresca y el trote de los caballos, es fácil encontrar a Otto Paz. Su figura es prácticamente una parte del paisaje tafinisto, tanto como los cerros que enmarcan el valle. Y este año su nombre quedará grabado a fuego en la historia de las Olimpiadas Intervillas. No por un título ganado ni por un récord que se transformará en imbatible, sino por lo que representa su figura: el espíritu de un encuentro que trasciende el tiempo.
Desde hace seis años, las autoridades de Olimpiadas Intervillas decidieron que cada torneo lleve el nombre de un socio del club, como un homenaje en vida a quienes ayudaron a construir la esencia de este evento. Y para 2025, Otto fue el elegido.
Su historia con las Intervillas se remonta a su primera edición en 1972, cuando representó a San Pedro de Colalao en rugby y se consagró campeón. Desde 1974, vistió la camiseta de Tafí en fútbol, en posta de caballos (su gran pasión) y hasta en tenis, en donde también se llevó un título. Junto a su primo Gonzalo Paz, fueron los primeros campeones de la disciplina en las Intervillas, cuando se inauguró la cancha del Club de Veraneantes.
Sin embargo, su legado va más allá de los trofeos: Otto es parte de la memoria viva de un torneo que nació como un encuentro entre amigos y que, más de 50 años después, sigue reuniéndolos. Paz recuerda aquellos primeros años en los que los jóvenes que veraneaban en distintos puntos de la provincia se reunían para jugar, compartir y cerrar juntos una temporada de verano en los valles. Y en sus palabras, la esencia sigue intacta. “Hubo gente que siguió la tradición gracias a la huella que dejamos los que fuimos pioneros. Los organizadores de ahora pueden estar orgullosos de que esto continúe con el mismo amor con el que se inició hace más de 50 años”, reflexiona.
Otto eligió Tafí del Valle como su hogar definitivo en 1986, cuando dejó atrás la ciudad tras el cierre del ingenio San Pablo, en donde trabajaba. Lo que había comenzado como una estadía temporal, se convirtió en una decisión de vida. “Al principio vine a quedarme mientras veía qué pasaba, pero después ya no me quise ir más”, advierte.
Paz sigue de cerca cada edición de las Intervillas
Su amor por los caballos lo acompañó siempre y, durante años, se dedicó a la compra-venta, además de alquilarlos para recorridos por el valle. Su esposa, María, también hizo de Tafí su hogar: fue profesora de Religión en la escuela del pueblo, dejando también su propia huella en la comunidad tafinista.
Hoy, con 85 años, Paz disfruta de la tranquilidad del lugar tanto como de las cabalgatas, aunque sigue acercándose a las Intervillas. Ahora ya no lo hace como competidor, sino para reencontrarse con aquellos con quienes compartió décadas de anécdotas. “No como antes que me pasaba de la mañana a la noche, en el baile, en la elección de la reina, y todo. Pero siempre me doy una vuelta para saludar”, dice entre risas.
Cada febrero las Intervillas comienzan con la llegada de la antorcha, un símbolo que recorre el valle antes de llegar al club. Otto recuerda con emoción las veces que le tocó recibirla a caballo, como parte de un ritual que enciende la llama olímpica y marca el inicio de la fiesta deportiva. Porque para él, las Intervillas fueron y siguen siendo una celebración de la amistad, de encuentro y de amor por Tafí.
Este año, su nombre encabezará la 51° edición. Y aunque él insiste en que el mérito es de todos los que ayudaron a construir este evento, el reconocimiento a su trayectoria es innegable. En cada abrazo, en cada brindis y en cada recuerdo compartido, su legado seguirá vivo en el corazón de las Intervillas. (Producción periodística: Sofía Lucena)