
Donald Trump comenzó su gobierno cumpliendo una promesa de campaña de alto impacto: frenar la inmigración hacia su país. EEUU tiene derecho de hacerlo, aunque es otra cuestión si le sirve o no ejercerlo. Como fuere, hay tanto errores de Trump como hipocresía en sus detractores.
Un punto es qué hacen los inmigrantes y seguramente la gran mayoría trabaja en blanco. Así surge de las remesas, el dinero que giran a sus países de origen para ayudar a los familiares que quedaron allí. Por lo tanto no puede decirse que pretenden sólo aprovecharse de las prestaciones del “Estado de bienestar” como atención médica o subsidios pues las remesas representan excedentes de ingresos legales (de lo contrario no podrían girarse, como buena parte, por sistemas formales).
Entonces, hay inmigrantes ilegales, los primeros apuntados por el gobierno, como otros que contribuyen al funcionamiento de la economía estadounidense y también al Estado mediante impuestos. Si su productividad supera o no los beneficios directos que reciben es otra discusión, cuyos resultados deberían fundamentar la política migratoria junto con analizar cuánto la mano de obra extranjera compite con la local y si se justifica, desde la eficiencia, hacer algo al respecto. Pero aunque haya prejuicios en el sustento político de algunas medidas eso no debe hacer olvidar los prejuicios contra EEUU. Por ejemplo, no suele destacarse en la presentación pública del tema por qué las personas querrían ir allí. “Porque quieren vivir mejor” sería una respuesta obvia, pero justamente por obvia no se profundiza.
Ese vivir mejor no es sólo la aspiración de superación paulatina sino también de cambio total. Abandonar sociedades oprimidas por los gobiernos, con represión política, economías decadentes y elevados intervencionismo estatal y corrupción. Así surge de mirar el origen de la mayoría de quienes atraviesan selvas y desiertos para llegar hasta la frontera entre México y EEUU: Honduras, Nicaragua, Venezuela, Ecuador, Colombia o México. Están dejando países donde el capitalismo no está consolidado, donde el Estado ni siquiera brinda el servicio mínimo de seguridad, o donde hay gobiernos directamente anticapitalistas, y eligen el capitalismo. De hecho, prefieren el país que es mostrado como expresión del más crudo capitalismo.
Ya que se mencionaron países, según el Banco Mundial los de América Latina y el Caribe habrían recibido en 2024 remesas por unos 163.000 millones de dólares (la gran mayoría provenientes de EEUU), siendo México el principal receptor con 68.000 millones de dólares. Pero es útil destacar a Nicaragua, que recibe el equivalente al 27 por ciento de su PIB, Honduras, al 25,2 por ciento, El Salvador, 23,5 por ciento, Guatemala, 19,6 por ciento y Haití, 18,6 por ciento. Esto es, las personas no sólo huyen de los países anticapitalistas sino que éstos le deben buena parte de su funcionamiento a los excedentes generados por el capitalismo. Es más, en el mundo las remesas superan a la inversión externa directa.
Por si alguien pretende plantear algo así como que por fin EEUU devuelve lo que sacó de América Latina, tres aclaraciones. Una, para EEUU las remesas enviadas representan apenas un 0,3 por ciento de su PIB. Segunda, las remesas son parte de retribuciones. Por ejemplo, el nicaragüense que las envía las ganó por un servicio que brindó; no hay ninguna devolución en ello (si es que debiera haberla). Tercera, aprovechando el ejemplo de Nicaragua, hace décadas que esa nación es problema exclusivo de los nicaragüenses. Y claramente quienes están a cargo no la administran bien. Si países extranjeros tienen algo que ver con el rumbo actual de Nicaragua, ellos son Cuba y Venezuela, no EEUU.
Ahora, volviendo a los inmigrantes, dado que huyen se los presenta como refugiados, busquen o no ese estatus formal. De allí el impacto sentimental de sus historias, y en estos días el de sus frustraciones. Por eso también la mala imagen del gobierno de EEUU, que aparece frío y hasta cruel tanto al impedir la entrada como al buscar expulsar a quienes ya están allí.
Y ahí está el ladrido contra el árbol equivocado (vieja expresión anglosajona que implica tomar mal los datos para sacar conclusiones equivocadas). El problema esencial está en los países que expulsan personas, no en el que no quiere recibirlas. Lo que incluye a México, que aparece lavándose las manos cuando es uno de los principales expulsores. Mucho hablar de la solidaridad pero México sólo funciona para tránsito. No ofrece quedarse allí; es más, ahora endurecería su postura reenviando al país de origen a quienes EEUU expulse en vez de darles refugio como hacía hasta el año pasado. Pero claro, tal vez el problema sea que México tampoco es atractivo.
Ahora, ¿qué pasaría si EEUU solidariamente recibiera a los inmigrantes? Que los problemas continuarían en América Latina. Porque si los sufrientes encuentran refugio entonces no interesa buscar una solución de fondo. Las dictaduras de Nicaragua o Venezuela seguirán tranquilas al sacarse de encima población que sería un problema y hasta conseguirán lubricante para sus economías gracias a las remesas. Y el resto del mundo estaría aliviado porque tendría menos cargo de conciencia por no presionar lo suficiente por el fin de las dictaduras o de las irresponsabilidades en los países expulsores. En otros términos, que los inmigrantes ingresaran a EEUU como hasta hace una semana no ayudaría a la vigencia internacional de los derechos humanos.
Por supuesto, la inmigración es un fenómeno complejo en el que la economía es sólo una parte, pero no menor. Con esta consideración William Clinton propuso en 1994 la Alianza de Libre Comercio de las Américas, continuidad de la idea de George Bush de fomentar inversiones en Latinoamérica para que la mejora del nivel de vida redujera los incentivos para emigrar. Los vientos políticos de los 2000 frenaron esa posibilidad.
Sí, las historias de los inmigrantes frustrados en la frontera de EEUU son trágicas. Pero lo peor de ellas no es el gobierno que los rechaza sino los gobiernos que deben volver a sufrir.