“Teníamos el corazón abierto para empezar una relación”, dice Juan Concha Lozano viendo a los ojos de su esposa que sonríe y asiente. Está hablando de su historia de amor tan particular, tan de película. Cuando ella toma la palabra, él la mira dándole la razón. Él se presenta y ella lo observa con atención. La complicidad de las miradas de Fabienne Nouvelot y Juan son esas que dos adolescentes enamorados tienen en las primeras citas.
¿Cómo es que una francesa y un tucumano terminaron juntos en Tafí?, les preguntan seguido.
Se conocieron hace 20 años en el aeropuerto de Madrid, momentos antes de embarcar un vuelo con destino a Buenos Aires.
“Yo estaba con mi hermana gemela Sandrine, él (Juan) estaba atrás nuestro. Le llamó la atención que habláramos un perfecto español teniendo un aspecto tan europeo y nos habló”, cuenta Fabienne.
En ese entonces ella tenía 38 años y él 12 más. Fue casi amor a primera vista. A partir de esa charla le siguieron meses de largos y sentidos mails de ida y vuelta.
Con ese intercambio virtual supieron que los separaba sólo una hora en tren desde Lyon, donde vivía ella, hasta Grenoble, donde residía él. “Soy tucumano pero mi vida siempre estuvo ligada a Francia. Mi padre fue presidente de la Alianza Francesa y mi tía fue profesora de francés durante 40 años. A los 20 me fui a estudiar astronomía y emprendí negocios de productos orgánicos”, dice el productor de papa-semilla, un tubérculo seleccionado y producido para ser utilizado en la siembra de nuevos cultivos de papa que garantizan una buena producción agrícola.
“Fabi”, como la llama su marido, era profesora de idioma para extranjeros con una maestría en Ciencias de la Educación por la universidad de la Sorbona en París, lo que explica el perfecto español que atrajo al tafinisto en aquel aeropuerto.
La propuesta
“Viví toda mi infancia en Tafí del Valle y tenía mi casa acá. Mi idea siempre fue volver a mi país. No fue difícil proponerle a Fabi que venga”, relata el agricultor.
Agrega la mujer que a ella le entusiasmó la idea de venir a Argentina. De nacionalidad francesa pero nacida en Camerún, por el trabajo de sus padres, vivió en Brasil y Ecuador, cuenta: “conocía muchos países de Latinoamérica y el mundo, viví en muchos lugares y hablaba el idioma, solo me faltaba conocer la Argentina. Si bien somos diferentes, a cierta edad es clave tener proyectos en común y nosotros los teníamos y los tenemos aún”, dice la profesora de idioma.
Fabi dejó su vida en Lyon, Juan preparó todo y partieron desde Marsella en un crucero que tardó casi 20 días en llegar a destino. El 10 de diciembre de 2007 desembarcaron en el puerto de Buenos Aires. Trajeron consigo 17 valijas y muchas ilusiones. En Tucumán los esperaba el rancho en medio de las montañas.
Inti watana
En Tafí, imaginaron que podrían entrelazar los hilos de todo lo aprendido antes de cruzar sus caminos. Juan soñaba con poner en práctica sus conocimientos sobre construcción ecológica, agricultura y el arte de convivir con la naturaleza. “Fabi”, con su alma de exploradora académica, ansiaba plantar sus raíces y convertir su perspectiva multicultural en un refugio para viajeros de todos los rincones del mundo.
En 2008 se casaron con una ceremonia a caballo en medio de la naturaleza tucumana. “Invitamos a 50 personas y la jueza nos casó cerca del río” recuerda “Fabi” mientras señala la zona donde sellaron su amor. La luna de miel fue en una cabaña añejada donde los tomó por sorpresa una helada y pasaron la noche de bodas bajo siete frazadas de lana, rememoran entre risas. “Todo fue una hermosa aventura”, aclara, sin renegar ella.
La villa era el lugar perfecto para espíritus como los suyos. En 2008, cerraron el libro de sus vidas europeas cargado de nostalgia y esperanza, y se aventuraron a escribir un nuevo capítulo en las alturas de los valles calchaquíes. La pequeña casa en Tafí, se transformó en una maison d’hôtes, una morada donde los caminos del mundo se cruzan para descubrir la esencia del noroeste argentino. Allí, los viajeros hallan no solo hospedaje, sino un rincón donde el alma del lugar dialoga con el corazón de quienes llegaran.
El concepto
El rancho, ubicado entre la villa y el río La Banda, se convirtió en una posada que llamaron Inti Watana o “sol detenido”, en quechua. Juan diseñó un reloj solar en la galería que marca las estaciones, el día y la hora, y busca concienciar sobre nuestro lugar en el cosmos. Las habitaciones –Solsticio, Equinoccio, Eclíptica y Geoda– reflejan esta temática, y la última cuenta con una entrada que simula la forma del planeta.
“Más que un hospedaje, es un estilo de vida en armonía con la naturaleza”, resume Fabienne, ya con un acento un poco tucumano.
La casa está construida con materiales reciclados: restos de demoliciones, vigas de quebracho, durmientes de ferrocarril y piedras de río. El techo de paja y los muebles hechos por artesanos locales reflejan principios de bioconstrucción, con un enfoque en eficiencia energética, como captadores solares y luz natural.
La galería externa tiene pintada líneas que a simple vista no se entienden pero se trata de un reloj solar que el astrónomo aficionado por las ciencias, diseñó. Un espejo en el piso refleja un halo de luz de sol que marca las estaciones del año y las horas del día, como lo hacían las antiguas civilizaciones andinas.
Los huéspedes comparten la cotidianidad con los anfitriones. Juan dicta talleres de cerámica, mientras Fabienne recomienda paseos, libros de sustentabilidad y atractivos cercanos. El desayuno incluye productos orgánicos de la huerta, como dulce de tuna, pan brioche y mermeladas caseras.
Siempre inquietos, ahora elaboran sidra con sus manzanas y la convierten en vermut con hierbas locales. El matrimonio franco-argentino tiene las puertas de su casa abiertas todo el año para los visitantes, como sus corazones en Madrid, 20 años atrás.