El Efecto Coolidge

10 Ene 2021
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Calvin y Grace Coolidge

En los finales de los años veinte, Calvin Coolidge, entonces presidente de los Estados Unidos, y su esposa, estaban recorriendo por separado una granja gubernamental. Cuando la primera dama llegó al área de las gallinas y vio al gallo en plena acción, le preguntó al guía por la frecuencia de estos apareamientos. A lo que éste le respondió: “Docenas de veces al día”. Entonces ella le dijo: “Cuénteselo a mi marido cuando pase por aquí, por favor”. Y así lo hizo. Pero el presidente lo interpeló: “Dígame, ¿lo hace con la misma gallina cada vez?”. “No señor, va cambiando”, contestó el granjero. Entonces el presidente replicó: “Ah, ¿sí? ¿Podría informar de este hecho a la Sra. Coolidge, por favor?”
A partir de esta anécdota surgió el término “Efecto Coolidge” -acuñado por el etólogo Frank A. Beach a mediados de los cincuenta, por sugerencia de uno de sus estudiantes- para describir un fenómeno observado en muchos mamíferos: el período refractario de los machos (es decir, el tiempo necesario para volver a tener interés sexual y una nueva erección luego de eyacular) disminuye considerablemente ante la presencia de una nueva pareja sexual receptiva. 

El honor de una rata

El famoso efecto se demostró en distintas especies animales. Los experimentos más citados son con ratas: una rata macho colocada en un recipiente con un pequeño grupo de hembras en celo, inmediatamente comenzará a aparearse con todas, repetidas veces. Hasta que, exhausta, quedará en un rincón por un lapso de tiempo, evitando los contactos a pesar de la insistencia de las hembras –golpes, lamidas- para que continúe. No hay caso, la pobre rata no puede responder… ¿No puede? Ahí viene la ironía del señor presidente al respecto: si se introduce una nueva rata hembra, de alguna forma el pequeño y agotado amante se recupera… al punto de llegar a ingeniárselas para volver a la carga una vez más, acortándose el período que supuestamente un organismo de su especie necesitaría.
Desde la perspectiva de los biólogos evolucionistas esto tiene mucho sentido: el objetivo de la cópula es la reproducción, no el placer. La rata no tiene para qué repetir inmediatamente con la misma hembra, por lo que es lógico que la selección natural haya favorecido la aparición de un período refractario que les impida a los machos el ir gastando energía y esperma inútilmente… pero que, frente a una hembra en celo diferente, los habilite a excitarse de nuevo.

¿Y en los humanos?

Quizás por considerarse de una ética dudosa es que no hay estudios similares con seres humanos. En todo caso, para indagar acerca de la existencia del Efecto Coolidge en los de nuestra especie, los investigadores recurren a vías indirectas, como mostrar caras femeninas a los hombres y comprobar que prefieren la novedad. O argumentar sobre la pérdida de interés sexual a causa de la habituación sensorial que genera la convivencia en las parejas consolidadas. Se ha planteado también que en los hombres la costumbre tiene un mayor efecto inhibidor que en las mujeres. Sin duda, todas estas cuestiones son más que rebatibles. Pero… ¿quién puede negar que algo de esto sea real?
De hecho, y haciendo una muy refutable extrapolación no experimental respecto de lo que ocurre con los animales, algunos psicólogos evolucionistas se atreven a decir que el Efecto Coolidge podría explicar la supuesta tendencia de los varones –por sobre las mujeres- a la búsqueda de un mayor número de compañeras/os sexuales.
Otros estudios desarrollaron modelos –utilizando hámsters en lugar de ratas- para determinar qué ocurre con las hembras, encontrándose que el fenómeno también tiene lugar, aunque en menor medida… ¿Será así? 

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.