La virginidad

29 Sep 2019
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La virginidad

A lo largo de la historia humana, desde que se tiene registro, la virginidad ha sido considerada como un valor de mucha importancia. Ya el Génesis introduce este concepto al describir a Rebeca (“Y la moza era de muy hermoso aspecto, virgen”). Tanto que, a lo largo de la Biblia hebrea, la palabra es mencionada unas setecientas veces. No así en el Nuevo Testamento aunque, obviamente, la virginidad constituye uno de los pilares de la fe cristiana.
En este contexto, ser virgen es no haber realizado el acto sexual con penetración (pene-vagina). Algunos se preguntan cómo es posible que una pareja heterosexual pueda practicar sexo oral, manual, masturbación mutua e incluso tal vez sexo anal y considerarse a sí mismos “vírgenes”. Los estudiosos afirman que el papel del coito en la concepción de bebés lo eleva por encima de los demás actos sexuales. Algo curioso, teniendo en cuenta la gran cantidad de métodos anticonceptivos de que disponemos: es obvio que el acto sexual ha dejado de ser –obligatoriamente- un medio para un fin y se ha convertido en un fin placentero en sí mismo. Y si a esto sumamos la influencia del feminismo y el movimiento por los derechos de la comunidad LGBTI, el panorama se agranda más todavía.

Memoria evolutiva

La separación entre coito y concepción hace que no sólo puedan mantenerse relaciones sexuales tomando las medidas necesarias para no tener hijos, sino que también sea posible engendrar hijos sin coito de por medio, a través de las modernas técnicas de fertilización médicamente asistida. 
¿Y entonces? Ocurre que nuestra mente y nuestra sexualidad no funcionan tan racionalmente, adaptándose de manera inmediata a la visión actual. Una historia muy antigua nos precede y está grabada en nuestra memoria evolutiva. Y lo cierto es que durante casi toda la existencia de nuestra especie, el sexo con penetración vaginal fue la única manera de engendrar un hijo. Por eso no es raro que –de modo más o menos conciente- le asignemos una categoría especial, distinta de la masturbación mutua, el sexting o los besos en el cuello.

¿Cosa de mujeres?

La virginidad es un concepto todavía más restrictivo: por lo general, se aplica solo a las mujeres. “Virgen” deriva de una palabra latina que significa “mujer joven”. La razón es que las mujeres siempre pueden estar seguras de quiénes son sus hijos, mientras que los hombres… no. A los efectos de no estar criando –en la ignorancia- un hijo sin tener relación genética con él, un hombre debía poder saber con quién había mantenido relaciones sexuales su pareja en el pasado inmediato. Desde esta mirada, la respuesta ideal era “con nadie”.
La atracción que ejercen las vírgenes ha llevado a la aparición de mercados insólitos, como los resonados casos de chicas que subastaron por Internet su virginidad, recibiendo ofertas de excéntricos millonarios. O la virginidad artificial que algunas mujeres logran mediante cirugías que reconstruyen el himen como un regalo para sus maridos (a veces hasta se incluye una cápsula gelatinosa de una membrana que se asemeja a la sangre).
Pero quizás el aspecto más atroz de esta obsesión cultural es el que señala Paul Bloom, profesor de Psicología de la Universidad de Yale: “En muchas sociedades existen ritos de comprobación de la virginidad previos al matrimonio, y varias formas de mutilación genital a fin de forzar la castidad haciendo que a la mujer le resulte difícil y molesto practicar el sexo con penetración. Se perpetran actos de una violencia terrible contra las mujeres que se descubre que no son castas, incluidas aquellas que han sido víctimas de una violación. La obsesión por la virginidad motiva la explotación sexual de mujeres jóvenes y niñas y, debido a una siniestra extrapolación de la idea de pureza, ha dado pie al mito de que acostarse con una virgen cura infecciones de transmisión sexual”.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.