Parejas que compiten
Todos hemos sido testigos de situaciones en las que se hace evidente que dos personas están compitiendo. Quizás el ejemplo más clásico sea el de los compañeros de trabajo buscando un ascenso u otro reconocimiento por parte de un superior. Si lo pensamos en clave darwiniana es bastante lógico: se juega la supervivencia.
En
algunos contextos competir es lo sano y esperable, como pasa con el deporte.
Pero muy distinto es cuando se ven este tipo de actitudes entre amigos/as o
hermano/as. Sobre todo en el último caso, algo realmente penoso, fuente de
rencores y distanciamientos a veces irreconciliables.
Arnold Lazarus, el famoso terapeuta sudafricano, supo advertir del peligro de aquellas circunstancias, nada infrecuentes, en que la competencia se instala entre los miembros de una pareja. “Tiene tanto sentido como tirar ladrillos contra la ventana del propio living”, asegura.
Las contiendas del ego
¿Qué
define una pareja “exitosa”? Con el telón de fondo del afecto mutuo, las
interacciones de este tipo de vínculos se caracterizan por el compañerismo, la
reciprocidad, los esfuerzos conjuntos y los proyectos en común. Es de esperar
que competir, entonces, atente contra su esencia misma. Si la competencia
desune a las personas, ¿cómo podrían, desunidos, responder a los múltiples
desafíos externos que fatalmente deberán enfrentar? En relaciones altamente
competitivas, los miembros luchan funcionando como rivales en lugar de hacerlo
como compañeros solidarios.
Lazarus
habla de “las contiendas del ego”, porque los involucrados están constantemente
tratando de persuadirse a sí mismos o al otro de que son iguales o superiores.
Como si su propio valor, autoestima y tal vez todo el autoconcepto estuviera
puesto en juego en cada episodio de lucha de poder. Así, por ejemplo, en las
reuniones con amigos, tratan de eclipsarse mutuamente: si uno habla el otro lo
corrige o lo contradice (y no como un juego ni con sentido del humor). Cuando
interactúan con sus hijos, de manera más o menos explícita, cada uno intenta
extraer más amor y credibilidad. Y así, en toda situación que involucre afecto,
dinero, seguridad o estatus, no pueden bajar la guardia. Si hasta los signos de
afecto suelen ser vistos con sospecha.
De más está decir que vivir de este modo es estresante y, como dice el propio terapeuta sudafricano, “antinatural”. Justo el entorno contrario que necesitamos para sentirnos amados, aceptados y dar lo mejor de nosotros.