El rechazo
Alguien dijo una vez que cuando un hombre mira a
su alrededor, ve un mundo lleno de mujeres atractivas y siente que, al menos en
teoría, puede acercarse a cualquiera de ellas. Y es que el rol de la conquista,
de tomar la iniciativa, de ser “el que propone” todavía forma parte de un
paradigma cultural muy arraigado. Desmantelarlo no es sencillo, porque se
remonta a muchos siglos.
En el Kamasutra, por ejemplo, Vatsyayana
alecciona de mil y una maneras a los “ciudadanos” sobre el arte de seducir a
las mujeres: cuando un hombre acomete, siempre ocurre que
“primero ella se aleja, naturalmente, aun cuando esté en el fondo dispuesta a
unirse a él”. En el capítulo “De las esposas de otros”, el sabio hindú
despliega los artilugios necesarios para ganarse a una mujer comprometida. No
descarta, sin embargo, la posibilidad de que, aun poniendo en marcha las
mejores estrategias, una mujer rechace a quien intenta conquistarla. Y enumera,
con la gracia que caracteriza a este antiguo texto, las muy variadas causas
“que hacen rechazar a una mujer las persecuciones de un hombre”.
“El afecto por su marido”, “el deseo de
descendencia legal”, “la diferencia de rangos sociales”, “la sospecha de que el
hombre pueda estar ligado a otra persona” y “la desconfianza de su bajo
carácter” figuran en la larga lista.
Otros motivos pueden venir de “la ira de ser
abordada familiarmente por un hombre”, la falta de certeza “a causa de la
costumbre que tenga el hombre de viajar” o el temor de que “no mantenga sus
intenciones secretas”. Tampoco es muy auspicioso que ella piense que su
pretendiente es “demasiado afecto a sus amigos y demasiado condescendiente con
ellos”. Puede además negarse a los acercamientos por “la aprensión de que no
sea serio”, por “una especie de vergüenza porque él es demasiado hábil” o por
el “temor de que no sea potente, o de una pasión impetuosa”.
El “recuerdo de haber vivido con él en términos
amistosos” no es precisamente un buen augurio, al igual que advertir “su falta
de conocimiento del mundo” o “la desilusión al verle los cabellos grises o el
aspecto mezquino”. Aunque quizás la mujer se niega sencillamente por “la
indignación de que él no parezca apercibirse de su amor por él”. Puede tener
recelo “de que le suceda alguna desgracia a causa de su pasión”, temor ser
descubierta o que todo el asunto no sea más que una artimaña de su propio
esposo “para probar su castidad”. “La desconfianza en ella misma y sus propias
imperfecciones” la harán vacilar, al igual que la sospecha de que él “sea
demasiado escrupuloso en cuanto a moralidad”.
Vatsyayana advierte que la negativa “en el caso
de una mujer elefante” seguramente proviene de la “suposición de que es un hombre
liebre o de débil pasión”. Sin embargo, “cualquiera sea la causa que el hombre
llegue a adivinar, debe, desde el principio, esforzarse en destruirla”.