Espiritualidad y salud

01 Abr 2018
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Matthieu Ricard

Hace ya varios años que la comunidad científica ha dejado de apartarse de los temas espirituales, considerándolos fuera de su órbita. Y, por el contrario, ha comenzado a explorarlos. Realizando, por ejemplo, estudios para investigar el impacto de los estados espirituales en el funcionamiento cerebral y la salud en general. Uno de estos trabajos dio a conocer al “hombre más feliz del mundo”, como apodaron los neurocientíficos de la Universidad de Wisconsin a Matthieu Ricard, monje budista de origen francés, que reside hasta hoy en un monasterio de Nepal.

Mientras meditaba en la compasión, colocaron más de 250 sensores en el cerebro de Ricard. ¿Los resultados? Una actividad excesiva en la corteza prefrontal izquierda, lo que revelaba una capacidad anormalmente grande para la felicidad y una muy reducida propensión a la negatividad.

Optimismo y fe

Evelyn Resh, terapeuta sexual norteamericana, sostiene que una “espiritualidad saludable” –más allá de que la persona se considere o no religiosa, y del credo que profese- resulta de una combinación de dos ingredientes: optimismo y fe. Conceptos que, si bien son altamente subjetivos y en ocasiones pueden malinterpretarse, “es muy fácil percibir su ausencia”.

“Cuando alguien pierde sus sentimientos de fe y optimismo por la vida, es muy probable que su cociente de placer también se encuentre por los suelos”. Y es que una actitud vital desesperanzada y negativa no hace sino motorizar un estado mental incapaz de reconocer el valor del placer para el cuerpo y la mente. En efecto, desde la negrura se hace difícil advertir la importancia de abrirnos a las experiencias agradables, a su poder paliativo y terapéutico.

Por eso debemos preguntarnos periódicamente: ¿cómo está mi capacidad de disfrutar? Lo cual no alude a situaciones espectaculares. Un día de sol, una buena película, conversar con un amigo… Alimentarnos de estas y otras cosas buenas, accesibles, supone el saber reconocerlas como tales.

Al respecto, Resh destaca que el mayor problema que enfrenta quien sufre un desequilibrio en su satisfacción espiritual –en esa combinación de optimismo y fe- es la consecuente reacción en cadena de pensamientos negativos que se retroalimentan y terminan eclipsando su opuesto más placentero, neurológicamente sano y capaz de levantarnos el estado de ánimo. Y sentencia: “una crisis espiritual puede dar lugar a una pérdida de interés en todas las cosas placenteras, incluido el sexo”.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.