Cuñados
Hace un
par de años “Ashley Madison”, una red social para infieles –con sede en Canadá y
millones de miembros esparcidos por todo el mundo- hizo una encuesta entre
1.500 usuarios, indagando cuántos de ellos habían sido seducidos por sus
familiares políticos. ¿Los resultados? Si bien los suegros -y suegras- no se
quedaban atrás, los porcentajes más elevados aparecieron con los cuñados: el
26% de los hombres admitió haber tenido una situación incómoda provocada por
una cuñada y el 44% de las mujeres reveló que un cuñado la había “avanzado”.
No
sorprenden demasiado estos resultados: situaciones así –en toda su variedad de grados
y matices- son mucho más frecuentes de lo que estamos dispuestos a admitir.
Cuenta de ello podemos dar los psicólogos: en la intimidad del espacio terapéutico
es donde suelen escucharse confesiones de este tipo.
La literatura, el cine y la televisión han sabido reflejar muy bien estas historias: “La mujer de mi hermano”, novela de Jaime Bayly, llevada luego al cine con gran éxito, y “Cuñados”, uno de los geniales sketchs televisivos de Guillermo Francella, son sólo algunos ejemplos.
La versión prohibida
Desde
luego que muchas veces –acaso la mayoría- un vínculo estrecho entre cuñados no
es muy diferente del que se da entre hermanos. Años de una historia familiar
compartida -el almuerzo de los domingos, los cumpleaños, las vacaciones,
navidades, nacimientos, aniversarios… y las cosas tristes también- tienen el
poder de construir una genuina relación de intimidad y afecto entre dos
personas, sin componentes románticos ni sexuales.
Pero en
otros casos esa misma familiaridad y confianza y hasta la accesibilidad de
tantos momentos en común es lo que puede encender la chispa, en una o ambas
partes. Al fin y al cabo, cuñados y cuñadas no dejan de ser una suerte de
versión de la propia pareja… pero prohibida.