26 Nov 2017
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La mujer de mi hermano

Hace un par de años “Ashley Madison”, una red social para infieles –con sede en Canadá y millones de miembros esparcidos por todo el mundo- hizo una encuesta entre 1.500 usuarios, indagando cuántos de ellos habían sido seducidos por sus familiares políticos. ¿Los resultados? Si bien los suegros -y suegras- no se quedaban atrás, los porcentajes más elevados aparecieron con los cuñados: el 26% de los hombres admitió haber tenido una situación incómoda provocada por una cuñada y el 44% de las mujeres reveló que un cuñado la había “avanzado”.

No sorprenden demasiado estos resultados: situaciones así –en toda su variedad de grados y matices- son mucho más frecuentes de lo que estamos dispuestos a admitir. Cuenta de ello podemos dar los psicólogos: en la intimidad del espacio terapéutico es donde suelen escucharse confesiones de este tipo.

La literatura, el cine y la televisión han sabido reflejar muy bien estas historias: “La mujer de mi hermano”, novela de Jaime Bayly, llevada luego al cine con gran éxito, y “Cuñados”, uno de los geniales sketchs televisivos de Guillermo Francella, son sólo algunos ejemplos. 

La versión prohibida

Desde luego que muchas veces –acaso la mayoría- un vínculo estrecho entre cuñados no es muy diferente del que se da entre hermanos. Años de una historia familiar compartida -el almuerzo de los domingos, los cumpleaños, las vacaciones, navidades, nacimientos, aniversarios… y las cosas tristes también- tienen el poder de construir una genuina relación de intimidad y afecto entre dos personas, sin componentes románticos ni sexuales.

Pero en otros casos esa misma familiaridad y confianza y hasta la accesibilidad de tantos momentos en común es lo que puede encender la chispa, en una o ambas partes. Al fin y al cabo, cuñados y cuñadas no dejan de ser una suerte de versión de la propia pareja… pero prohibida. 

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.