Hogar dulce hogar

08 Oct 2017
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Hogar dulce hogar

No faltan ejemplos de las conductas de quienes descargan sus problemas laborales con los miembros de su familia. Uno clásico es el del hombre que, sin haberse atrevido a contradecir a su jefe, vuelve a casa cargado de frustración y enojo y, de un modo u otro, maltrata a todo el que se cruza en su camino (incluido el perro). Una costumbre que muchas personas consideran en cierta medida lógica: nada sería más legítimo que poder ser “uno mismo” en el hogar, en ese contexto seguro e incondicional donde no corremos el riesgo de quedarnos sin trabajo.

Arnold Lazarus, el famoso terapeuta de parejas sudafricano, supo advertir sobre el costo emocional que implican estas agresiones desplazadas para la estabilidad y satisfacción de una pareja. Sostenía que, de hecho, este era el responsable de un gran porcentaje de parejas infelices y de eventuales separaciones. Sin embargo, de acuerdo a la creencia popular, “el hogar es donde podemos descargarlo todo”. ¿Es realmente así?

“Decoro y buen gusto”

Es innegable que el lugar de trabajo pocas veces es el medio apropiado para una autoexpresión plena. Por lo general se hace necesario mostrar allí cierto tacto y diplomacia, controlar el mal genio y pensar dos veces antes de reaccionar. “El hogar –afirma Lazarus- se volvería así un paraíso para la espontaneidad, el lugar adecuado para liberar las emociones contenidas que se acumulan en otros contextos”.

Sin abogar por relaciones de pareja inhibidas o excesivamente corteses, y valorando la naturalidad, la franqueza y el hecho de compartir sentimientos como elementos clave en todo vínculo amoroso satisfactorio, el doctor Lazarus plantea la importancia de “mantener un sentido de decoro y buen gusto”.

Es increíble cuántas personas se permiten desplegar con su pareja un trato que nunca habrían tenido con amigos, colegas o incluso con miembros de su familia de origen (por eso es común que los confidentes cercanos de quienes tienen problemas de pareja se sorprendan al escuchar las cosas que son capaces de hacer y decir, en la intimidad, sus “amorosos” amigos). Y de ahí que Lazarus acostumbraba a confrontar a sus pacientes con esta máxima: “Trate a su pareja por lo menos con el mismo respeto que concedería a un perfecto desconocido”.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.