Volver a amar...

24 Sep 2018
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Amor materno

Ernesto era menor que ella. Fue un amor de fuego, repentino, intenso y fugaz. Tuvieron una hija que era un sol.

Como un rayo, todo pasó muy rápido: la pelea, la distancia, la batalla judicial y psicológica. Ella, al acercarse a él, sabía que buscaba satisfacer una necesidad más profunda, más íntima, algo que necesitaba resolver. Se enamoró de lo que él simbolizaba.

Ernesto, por su parte, creyó que salvaba su vida al lado de ella. No había encontrado su misión en la vida y la situación económica de ella parecía una oportunidad. Él también se había enamorado de un símbolo. Pero todo terminó o era el principio...

El empezó a atacar. Demandas judiciales, acusaciones, violencia física y psicológica nacían de la frustración de no tener una vida ni aquí ni allá. Convirtió a la niña en un trofeo. Buscaba atrapar algo que nunca había tenido. Ella entró en el juego. Buscaba algo en un lugar donde no había perdido nada. Los tribunales le dieron la espalda. No creyeron en su historia. Ella había permitido siempre a Ernesto que viera a su hija, pero él pasaba meses sin visitarla. La jueza dijo que ella debía permitir unas visitas que nunca había negado. Una psicóloga dijo que la niña no tenía figura paterna y la madre estaba de acuerdo, pero jamás se hubiera imaginado que Su Señoría interprete eso a favor de él.

Ella no encontraba salida. Ni su abogado ni su terapeuta pudieron con el caso. Entre lágrimas se dijo a sí misma: ¡No puede ser que la solución sea que se muera! ¡No puede ser que se cruce ese pensamiento por mi cabeza!

Durante una reunión familiar, tuvo una visión: Se vio con su hija en un lugar rodeado de naturaleza. Entre los pájaros y la tierra mantenían una conversación desde el corazón. Eran como dos desconocidas que buscaban encontrarse, conocerse, volver a amarse. Sintió la plenitud de ese ser que, como sol, le brindaba calidez, ternura y vida. Se animó a entregarse a ese momento y dejó que la imagen siga creciendo. Las conversaciones de alrededor eran como los sonidos de un arroyo que brindaban paz. La relación entre ellas era también intensa, pero de una intensidad diferente, más duradera, más real. No había nada importante fuera de ellas. Ni demandas, ni ataques, ni jueces. No era una estrategia psicológica ni un ejercicio de autoestima. Lo que ella sentía era ¿por primera vez? amor real. La imagen se fue desvaneciendo y volvió a la reunión. Algo había cambiado en su interior, algo había descubierto. ¡Tenía una estrategia!

"No puedo cambiar a Ernesto. No puedo cambiar lo que le sucedió, lo que lo trajo aquí, ni lo que él hará en el futuro. Solo puedo cambiar yo, podemos cambiar nosotras y nuestra relación" -pensó-

Descubrió que el énfasis en el amor materno también era una posibilidad con efectos psicológicos y tribunalicios. Empezó a poner atención a esos ojitos de luz, a dejarse mirar por ellos. Sintió de nuevo el olorcito de su hija y el hipnótico timbre de su voz. Comprendió que estar más con ella no significaba salir a algún lado, ni comprar algo especial, ni aparecer solo en los momentos de defensas o ataques. Decidió mirar a su hija de nuevo por primera vez. Los rayos, los remolinos, los fuegos fugaces empezaron a desaparecer. Las intensidades se extendían más en el tiempo y el bienestar llegó como un fruto de un amor que empezó cuando ella aprendió a soñar despierta...

¡Hasta la próxima!

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