Un tucumano cruzó en bicicleta el desierto de Atacama

Un tucumano cruzó en bicicleta el desierto de Atacama

Patricio Mendonça cumplió esta semana con el objetivo de unir Fiambalá y Copiapó en su bicicleta de mountain bike. Durante gran parte del recorrido estuvo acompañado por su amigos Raúl Helguera y Ricardo Gómez. El sol, el viento y las temperaturas extremas minaron las energías. La sorpresa, el Rally Dakar.

PARTIDA. Los tres amigo a punto de comenzar la travesía. PARTIDA. Los tres amigo a punto de comenzar la travesía.
17 Enero 2009

Mientras la mayoría de los argentinos utilizan las vacaciones para olvidarse del reloj, el trabajo y las preocupaciones, buscando el máximo de distensión en las playas, montañas o sierras, un tucumano redobló la apuesta y protagonizó una aventura que podrá contar con orgullo a sus nietos: cruzó en bicicleta el desierto de Atacama, uno de los lugares más inhóspitos del mundo que registra oscilaciones térmicas que van de 0º a más de 40º en cuestión de
horas.
Patricio Mendonça, de 26 años y de Yerba Buena, desestimando un organizado viaje a las playas, le propuso este proyecto hace apenas un mes a sus amigos Raúl Helguera y Ricardo Gómez. Y desde ese mismo instante comenzaron los preparativos que incluyeron el estudio de los mapas, diseñar una estrategia de kilómetros diarios, una dieta balanceada y llevar en las alforjas de las bicicletas de mountain bike lo mínimo y necesario, considerando las temperaturas extremas y la altura.
En diálogo con LA GACETA, Patricio contó desde su merecido descanso en Bahía de los Ingleses: "Calculamos que el cruce de la Cordillera de los Andes implicaba un recorrido de 497 kilómetros por el Paso de San Francisco, desde Fiambalá a Copiapó, nombres que hoy son conocidos por el Rally Dakar. Todo eso nos llevó cinco días de muchísimo esfuerzo y de los tres, solamente yo pude hacer todo el recorrido en bicicleta".
Partieron el 7 de enero desde Fiambalá, desde una altura de 1.500 metros sobre el nivel, alcanzado los 4.760 metros que hay en el Paso de San Francisco, pedaleando desde de las 7.30 hasta la caída del sol. "El secreto, agregó, era tener un ritmo constante, sin que importaran las condiciones del tiempo pero en varios lugares se juntaron las fuertes pendientes de subida y el viento en contra, lo que nos obligó a tener que realizar esfuerzos extremos que después sentiríamos. Sin contar que tuvimos que cuidar mucho el agua, especialmente del lado chileno porque allí ni siquiera hay ríos cerca de la ruta".
Para estar bien alimentados usaron como referencia una dieta que utilizó Patricio el año pasado en su intento por llegar a la cima del Aconcagua, objetivo que no pudo conseguir por problemas de salud en Plaza de Mulas. Esta dieta estuvo compuesta por fideos con fuertes salsas, arroz, puré, frutas secas y cereales.

Los momentos más duros
Cuando se realizan esfuerzos extremos hay momentos, instantes, en los que parece que se ha llegado al límite pero allí se descubre que cuando hay voluntad, siempre queda alguna reserva de energía. Para Patricio y sus amigos, estas situaciones fueron dos. "El primer pasaje durísimo fue cuando llegamos al Paso de San Francisco. Teníamos pensado hacer 20 kilómetros hasta allí, a pura subida, y luego 20 más para llegar ya en Chile, a un lugar llamado Laguna Verde. Fue tan duro que solamente hicimos la primera parte y en nueve horas. Nos mataron el viento y la pendiente. Por eso, pasamos la noche en la frontera, a más de 4.000 metros de altura, casi sin poder dormir por el cansancio, dolor de cabeza y mareo, síntomas indudables de que estábamos apunados. Y a eso se le sumó el frío, tanto, que encendimos el calentador para cocinar y darle unos grados más al refugio en el que nos quedamos", contó.
Al día siguiente comenzaron a pedalear con las primeras luces del amanecer y su amigo Ricardo ya comenzaba a mostrar señales de cansancio. Esta vez el viento, el sol y el agotamiento pudieron con su voluntad y luego de su recuperación en Laguna Verde, decidió regresar a la Argentina. Se trepó a un camión y retornó sin inconvenientes, continuando solamente Patricio y Raúl.
El segundo momento más duro fue la llegada a Maricunga, en donde está la Aduana chilena. Extenuados y sin agua, luego de 13 horas de pedaleo y con poca alimentación, se ilusionaron cuando vieron el edificio público. La sorpresa fue descubrir que allí no había nadie, aunque las puertas estaban abiertas. "Nos contaron luego que se ocupa solamente unos días a la semana. Aunque eso nos puso un poco tristes, igual utilizamos el lugar para dormir y cargar nuestras caramañolas y reservas extras de agua. Yo creía que no llegábamos nunca porque otra vez la pendiente y el viento no nos abandonaron. De todos modos ya estábamos a 3.770 metros sobre el nivel del mar".
El paisaje que los acompañó fue casi siempre el mismo, de colores marrones en distintos tonos, sin árboles ni personas, solamente piedra y arena hasta donde llega la vista. Y siempre el sol y viento.

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Patricio se queda solo
El último tramo fue Maricunga-Copiapó con un total de 177 kilómetros, en pleno desierto y con algunos descensos. Se subieron a las bicicletas a las 7.30 y casi no pararon, pedaleando siempre en silencio. "El esfuerzo y la concentración no te permiten ni hablar, solamente te importa hacer el próximo esfuerzo y siempre te acompaña el sonido del viento. Lo único que me sostuvo en esos momentos fue pensar en mi familia y mi novia, se piensa nada más en la gente que uno quiere. Pedalear en esas condiciones es pura voluntad", confesó Patricio.
Pero 50 kilómetros antes de llegar al destino Raúl dijo basta. Sin agua y con los primeros síntomas de deshidratación se dio por vencido, sentándose a un costado de la enripiada ruta. Con Patricio a su lado estuvieron un largo rato callados hasta que apareció un auto al que le hicieron señas. Se detuvo pero no podía llevarlos a ambos, en ese instante Patricio tomó la decisión de ayudar a cargar las cosas de su amigo y continuar solo. "Ya no tenía agua y lo único que me quedaban eran las ganas. Con muchos esfuerzo me subí a la bicicleta y para concentrarme contaba las pedaleadas, de diez en diez, casi siempre al borde del llanto por el agotamiento. Milagrosamente encontré una gruta de un santo con jarrones con flores y cuando me decidí a tomar esa agua, a lo lejos divisé un auto. Sin dudarlo, crucé mi bicicleta en la ruta y lo obligué a parar. En segundos, quizás por mi cara de cansancio, me dieron un bidón con agua. Ya estaba a diez kilómetros que fueron los más largos de mi vida. En la entrada a Copiapó me estaba esperando Raúl con quien nos fundimos en un abrazo por haber logrado el objetivo. Ahora tendré algo para contarle a mis nietos, le dije".
Al día siguiente, el 12 de enero, se prepararon para disfrutar de un premio extra: ver a los protagonistas del Rally Dakar.

Los gigantes todo terreno
Contó Patricio que hicieron el cruce de Los Andes sin pensar en el Rally Dakar pero cuando un amigo les contó que coincidirán, eso los entusiasmó. Por eso, el 12 de enero amanecieron temprano en Copiapó, preparándose para ver de cerca de los impresionantes vehículos. "La verdad es que nos sorprendieron y durante el tiempo que recorrimos el parque cerrado nos olvidamos del cansancio, entusiasmados por sacarnos fotos cerca de los camiones y autos. Fue la verdadera frutilla del postre y ese es otro motivo por el que nunca olvidaré esta aventura, un poco extrema, pero hermosa e inigualable". LA GACETA ©

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