Una catedral con minaretes

Una catedral con minaretes

Hagia Sofía fue iglesia católica durante más de nueve siglos y mezquita otomana durante otros cinco; hoy es un invalorable museo. Por Juan Carlos Di Lullo - Redacción de LA GACETA.

12 Agosto 2007
Estambul, la capital de la provincia turca del mismo nombre, es una ciudad de contrastes fuertes. No puede extrañar esta característica en una metrópoli que se asienta sobre dos continentes, que fue cabeza de tres imperios (romano, bizantino y otomano) y que proyecta sus raíces a varios miles de años de historia. Seis siglos antes de nuestra era fue fundada con el nombre de Bizancio; el emperador romano Constantino la rebautizó Constantinopolis en el año 330 y, con el nombre de Constantinopla, fue la capital del imperio romano de Oriente hasta su caída en 1453. En 1930 se oficializó su denominación actual, que proviene del griego eis tan polein -significa “ir a la ciudad”-, y la urbe mantuvo su importancia y su influencia en la región, a pesar de que la capital se trasladó a Ankara en 1923, cuando se estableció la república de Turquía. En las calles de Estambul conviven modernos edificios con construcciones milenarias; los musulmanes conforman una abrumadora mayoría, pero entre sus 12 millones de habitantes hay también católicos, judíos y ortodoxos griegos; por debajo de los puentes que cruzan el estrecho del Bósforo para vincular los dos sectores de la ciudad, navegan precarias embarcaciones de carga o de pesca; una peatonal arbolada se convierte casi sin transición en un abigarrado conjunto de negocios que exhiben sus mercancías sin orden ni concierto; las alfombras que surgen de máquinas de alta tecnología se ofrecen a escasos metros de las que se tejen artesanalmente según procedimientos que poco han variado a lo largo de los siglos.
En Estambul, un centenar de metros separa a dos imponentes construcciones; una de ellas es la soberbia mezquita del sultán Ahmet, también conocida como la mezquita azul; es la única de la ciudad que tiene seis minaretes, esas delgadas torres desde las que el almuédano anuncia las horas del rezo a los fieles musulmanes. La otra es Hagia Sofía, o iglesia de la Sabiduría Divina, una de las obras más representativas del arte bizantino. La catedral fue erigida durante el reinado del emperador Justiniano, en el quinto siglo de nuestra era. Una enorme cúpula de más de 30 metros de diámetro es el elemento distintivo de su estructura; esa bóveda colosal descansa sobre cuatro gigantescos pilares, y abre al exterior una gran cantidad de ventanas, por lo que da la impresión de estar suspendida en el aire.
Cuando la ciudad fue tomada por los turcos, en 1453, la catedral se convirtió en mezquita, y su arquitectura se adaptó a los requerimientos del nuevo culto. Es por eso que hay cuatro minaretes alrededor de la construcción original.
Los otomanos no destruyeron la iconografía cristiana, sino que la cubrieron con sus propios símbolos. Es así que hoy en día -después de pacientes tareas de restauración-, debajo de un admirable mosaico que representa a la Virgen María se conservan elementos propios de una mezquita, como el nicho (mihrab) que señala la dirección de La Meca para las oraciones de los creyentes, o el púlpito (mimbar) destinado a la prédica del imán.
Estambul es una ciudad de contrastes; en ella se eleva la única catedral con minaretes. Esa magnífica construcción fue iglesia católica durante más de nueve siglos; se transformó en mezquita otomana durante otros cinco y hoy es un museo en el que se pueden admirar las sorprendentes expresiones artísticas plasmadas tanto por los cristianos como por los musulmanes. Al mismo tiempo, es un símbolo de que, bajo el ala de la cultura, el respeto y la tolerancia pueden constituir una instancia superadora por sobre los fanatismos sectarios y estériles.

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