Corpus 2006

Corpus 2006

R.P. Eduardo Arnau.

18 Junio 2006
Hace exactamente 100 años sucedía en Tumaco (Colombia) un acontecimiento insólito e irrepetible: un enorme tsunami era milagrosamente anulado. Para quitar cualquier ribete fantástico que este hecho pudiese suponer, pensemos que una persona que en Tumaco actualmente tenga la edad del actual Papa, 79 años, habrá escuchado seguramente a sus padres y abuelos el presente relato; es decir, es casi un testigo presencial. Por otra parte, este suceso fue ampliamente reportado por la prensa de los países que dan al Pacífico, ya que por ejemplo en la ciudad de Panamá, 600 km al norte de Tumaco, los barcos fueron arrastrados por el tsunami hasta las plazas.
Esta ciudad colombiana, en algunas de sus partes, está debajo del nivel de las aguas, lo que era un claro factor agravante. Las cosas sucedieron así: la ciudad y toda la costa experimentaron un temblor de tierra de considerable intensidad. El temor de que el epicentro estuviese situado en el océano y provocase un tsunami dejó de ser hipótesis y se convirtió en una real amenaza; cuando los vigías divisaron la cresta de la ola, la mayoría de las personas, sobre todo los ancianos, las mujeres y los niños, ya no tenía posibilidad de ponerse a salvo. Fue entonces cuando la fe se expresó en palabras: los habitantes no le pidieron al sacerdote que impartiese conjuros ni bendiciones, sino que sacara el Santísimo Sacramento. Aquel, apresuradamente, puso la Hostia consagrada en la custodia y salió caminando con el despavorido gentío hacia el mar. La enorme ola avanzaba impetuosa y parecía que todo lo iba a tragar, como lo hizo por centenares de kilómetros en toda la franja costera. Pero, misteriosamente, contuvo su ímpetu, lo que fue interpretado como un gran milagro, ya que previamente las aguas habían descendido kilómetros, lo que no sólo presagiaba sino que garantizaba el tsunami.
El mensaje que se me ocurre en relación con lo narrado es muy sencillo: hoy estamos experimentando enormes tsunamis, sobre todo contra la fe, la familia y la vida, y este asombroso hecho nos dice que lo único que los detiene es la Eucaristía.

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