La oposición se creyó el mejor argumento oficial

La oposición se creyó el mejor argumento oficial

Las fuerzas opositoras han asumido que "no existen", tal como lo echó a rodar el Gobierno, que atribuye las denuncias que recibe al pasado y a la falta de propuestas. Por Hugo E. Grimaldi - columnista de DYN.

23 Septiembre 2007
BUENOS AIRES.- A seis semanas de distancia en la cuenta regresiva, el Gobierno nacional se imagina a sí mismo dentro de una trinchera cavada en un angosto desfiladero por donde no ha tenido más remedio que pasar, respondiendo de modo incansable, fusil en ristre, a ataques que le llegan desde todos los flancos. El escenario de la película está más que claro, ya que al oficialismo le llueven desde hace algunos meses, y cada vez con mayor velocidad, denuncias de corrupción, reparos hacia el Presupuesto, críticas por el creciente proceso inflacionario, la irresuelta crisis energética o la magra inserción internacional de la Argentina, los problemas de Santa Cruz y hasta dardos peyorativos destinados al excesivo maquillaje de la Primera Dama. Le aparecen además internas venenosas (Jefatura de Gabinete vs De Vido-Moreno; Cancillería vs Medio Ambiente; Policía de Seguridad Aeroportuaria vs Aduana) y ahora, también, alusiones concretas de la oposición dirigidas a prevenir o a instalar, depende desde donde se observe la cuestión, el escenario de un posible fraude electoral, con la presencia de veedores internacionales.
Más allá de la natural paranoia de los habitantes de la Casa Rosada, que los tiempos electorales han potenciado, la estrategia es que todo debe contestarse en clave de victimización. El argumento es sencillo: “nos atacan porque hay elecciones, porque no tienen propuestas y porque representan los intereses del pasado” y la frase y sus variaciones se usan de igual modo para replicar cuestiones banales o para desviar la atención sobre aquellas otras situaciones en las que al Gobierno no debería tener más remedio que reconocer sus errores o responsabilidades. En este aspecto, cuando hablan los funcionarios o los candidatos del oficialismo, todo se plantea como operaciones de la oposición a las que hay que desbaratar.
Pero bien vale preguntarse si el enemigo es de cuidado o si se trata de una gran ficción de todos los actores, destinada a alimentar a los medios y a justificar a los políticos. La gran duda a develar es si los que le rodean la manzana a Néstor Kirchner y señora son gurkas dispuestos a saltar dentro de las zanjas con ánimo de despellejarlos o apenas unos gatitos que se conforman con soltar un rugido de vez en cuando. Es paradójico, porque es la oposición la que se ha creído primero que nadie el argumento echado a rodar por el Gobierno (“la oposición no existe”) y es el oficialismo, que fue quien ha instalado el sonsonete, el que hace como que le responde.
Mientras tanto, la sociedad observa impávida, sin movilizarse hasta ahora más allá de las tenidas de familia o entre amigos, un proceso electoral que le suena a trámite, sobre todo porque amplias capas de la clase media parecen más que conformes con la situación actual.
Entre las frases más escuchadas, en particular, entre las mujeres, por ahora se dice: “Cristina no me gusta”, pero inmediatamente, ante la falta de propuestas más seductoras, se la complementa con un: “pero, ¿a quién voy a votar?”. No obstante, la falta de confianza en las encuestas no permite aún hacer una proyección exacta de posibilidades para cada uno de los candidatos con mayores chances y todo se limita a la observación de los movimientos de cada uno de los actores. La senadora Kirchner habla poco, evita referirse a los problemas concretos de la gente y propone estadios superadores propios de sectores afectos a la intelectualidad. Pero apunta al exterior para instalarse en círculos internacionales ya como presidenta de los argentinos y para convencer a los inversores de que ella será diferente a su marido. En tanto, algunos opositores sólo se muestran para soltar globos, caminar por basurales o denunciar el precio de los zapallitos. Por su parte, el radicalismo no termina de acomodar sus propias divisiones y ni siquiera puede cohesionar esos desgajamientos detrás de los nuevos referentes, a quienes ni siquiera logran convencer sobre su potencialidad actual. Por ejemplo, a Julio Cobos, el gobernador mendocino desterrado de la UCR, quien será el acompañante de fórmula de Cristina, sólo le han asignado un cuasi denigrante rol de chaperón, ya que en campaña todo debe girar en derredor de la candidata, le han dicho. Casi como una antigüedad propia del partido de Leandro N. Alem, desde hace semanas Cobos se ha desgañitado pidiendo una “plataforma política” que sume sus ideas a las del matrimonio presidencial y además presencia de los radicales K en el futuro gabinete o aún mayor participación en la campaña, pero invariablemente se lo ignora, salvo cuando no hay más remedio.
Desde otra vereda, la oficial de la UCR, otro que está bastante molesto con sus actuales socios electorales es Gerardo Morales, el vicepresidente de Roberto Lavagna, quien más allá de los problemas que le ha traído la aún irresuelta elección en el Chaco, no las tiene todas consigo con el equipo del candidato, adonde dicen que se ningunea bastante al radicalismo y parece que impera la soberbia, sobre todo entre los colaboradores del ex ministro.
Más allá de la publicidad que logró por el patoterismo de las agresiones, lo que Ricardo López Murphy, otro ex radical, caracterizó como “moyanocracia” en solidaridad con Lavagna, un peronista otrora colaborador de Raúl Alfonsín, el episodio de la estación Avellaneda, donde el candidato presidencial de UNA dejó solo en medio de una horda de sindicalistas a Ricardo Alfonsín, parece que colmó la paciencia de algunos aliados radicales del sector, molestos por la preferencia lavagnista por el sello del PJ.
A Margarita Stoltbizer, radical disidente, ni “K” ni de la conducción oficial, que va por la gobernación de Buenos Aires, tampoco le cae del todo bien su propia adscripción a la Coalición Cívica, ya que después de varios tironeos, aunque aún el final está abierto, logró desplazar en primera instancia al candidato a vicegobernador que le había impuesto Elisa Carrió, quien también militó en la UCR, por otro correligionario, el ex intendente radical de Bahía Blanca, Jaime Linares.
El desapego por las formas que muestra el Gobierno y del que Cobos es hoy víctima notoria fue expuesto de modo cruel hace un par de días por Daniel Katz, el intendente de Mar del Plata, también radical colaboracionista, de quien se dice que será ministro de Infrestructura de Daniel Scioli, en una eventual gobernación bonaerense del actual vicepresidente.
Katz dijo que, en su opinión, el Gobierno no tiene un manejo adecuado de las cuestiones institucionales, ya que carece de respeto y diálogo. Y tampoco se privó de pegarle desde la economía, refiriendo críticamente que la administración Kirchner tiene algunos prejuicios en materia económica, como es el caso de su relación con el agro, sobe todo por el lado de la imposición de retenciones.
En cuanto al papel del gobernador de Mendoza, a quien pareció defender el marplatense, ni siquiera fueron tomadas en cuenta sus referencias críticas a las mediciones de la inflación, como un alerta de peso para que reparen en su presencia, en un tema que resulta más que sensible para el Gobierno, ya que sabe que es su talón de Aquiles. Sobre esta tan crítica cuestión, el Jefe de Gabinete, Alberto Fernández, sin considerar siquiera lo que han manifestado al respecto gente de su propio palo, como Hugo Moyano, Hebe de Bonafini y Julio Cobos, y hasta en otro sentido la advertencia de Martín Redrado, fue ejemplo fiel de la estrategia de campaña de invertir siempre la carga de la prueba, ya que dijo en la semana que si los opositores y los medios repiten hasta el cansancio que el Indec es una gran fábrica de mentiras, eso significa agregarle nafta a las expectativas inflacionarias.
Sin dramatizar, y aunque no trascendió demasiado, los bancos extranjeros también han sumado lo suyo en materia inflacionaria y describieron el fenómeno como el gran limitante local de las turbulencias financieras internacionales. “Más tarde o más temprano, (la inflación) impactará en las tasas de interés y en el costo del crédito”, señalaron los banqueros en un extenso análisis que marcó una vez más las contradicciones entre el discurso del Gobierno y los documentos que él mismo produce.
Así ha sido el caso del tan controvertido Presupuesto 2008, donde se mencionan sin tapujos gastos extraordinarios para atender derivaciones de la crisis energética que siempre se negó o el Informe de Bancos que el Banco Central dio a conocer el miércoles pasado, mientras el presidente Kirchner, en línea con atribuir todo a cuestiones electorales, acaba de decir que los bancos siguen “sin entender” que las tasas “tienen que bajar”.
Detrás de esta puja entre el sector financiero y el Presidente, desde esferas oficiales se hizo correr hace unos días la versión, que algunos repitieron como loros, de que las tasas de interés habían subido localmente en el medio de la crisis y que los créditos se habían estancado, porque los bancos estaban guardando fondos para ayudar (sic) a sus casas matrices.
No obstante, no sólo no se verificó que no hubo ninguna salida de dólares de envergadura, sino que hasta el mismísimo BCRA indicó en su evaluación mensual sobre el sistema financiero que los créditos al público habían aumentado durante agosto un 3,4%, pese a la suba de tasas que el mercado aplicó para quedarse líquido, y acumulaban 39% de suba durante el año.
Sin tanta pasión por los hechos domésticos, ahora Kirchner emprende una movida crucial para la Argentina, en lo que será el broche internacional de su gestión presidencial. Tan delicado será el tono de la referencia que, probablemente, haga el martes en su discurso ante las Naciones Unidas al atentado a la AMIA y a la responsabilidad de Irán en este que debería haber sido, al menos, objeto de una conversación con todos los candidatos, que nadie ofreció, pero que tampoco nadie pidió. ¿Habrá alguien afuera de las trincheras?

Tamaño texto
Comentarios