De la escritura como celebración

De la escritura como celebración

Por Samuel Schkolnik, para LA GACETA - Tucumán. En esta nota reproducimos fragmentos de la conferencia del autor en el III Mayo de las Letras.

13 Mayo 2007
Escribir con seriedad es valerse de la palabra para informar, opinar, alegar, convencer, exhortar y cualesquiera otras operaciones en las que el lenguaje es un instrumento destinado a la consecución de un fin. Como normalmente se escribe en vista de un objetivo, resulta que casi toda la escritura es seria.
Una actitud primaria que trasunta ese modo de escribir es el suponer que aquello a lo que se refiere es importante, y tal vez antes aún, que su asunto existe, que se trata de hechos o de problemas pertenecientes a la realidad; si la escritura es seria, se debe poder decir acerca de qué trata o, lo que es lo mismo, cuál es su tema. Este, el tema, es presentado como anterior a la escritura, la que se refiere a él como a algo que constituye la experiencia común de las personas, y por ende, como una materia que ningún lector, en su sano juicio, consideraría ilusoria.
Además, según decíamos, la escritura seria da por sentada la importancia de su asunto, esto es, la existencia de un conjunto más o menos numeroso de personas para las que el tema tratado resulta significativo, porque toca a sus preocupaciones, a sus intereses, a sus cuidados.
Ese conjunto puede extenderse desde un grupo particular hasta el completo género humano. Y no importa que el interés del caso exista de hecho, ni que plasme en lectores reales, sino que pueda suponérselo en principio y que invoque una clase prefigurada de lectores. Así, un título como Fuentes ideológicas de las Bases, de Juan Bautista Alberdi, presumiblemente concita la atención de historiadores, de estudiosos del Derecho Constitucional, tal vez de algunos políticos. El puesto del hombre en el cosmos se diría que puede interesar a todas las personas, aunque de hecho halle lectores entre las que padecen de inquietudes filosóficas o entre las que deben aprobar ciertos exámenes universitarios.
A propósito de los títulos, ocurre que los propios de la escritura seria casi siempre traslucen ese carácter de modo inmediato.
Escúchense, por ejemplo, los siguientes: Literatura gauchesca y lucha de clases; Ideas relativas a una fenomenología pura y a una filosofía fenomenológica; Influencia de la inmigración rural en la cultura urbana de Buenos Aires; Las proposiciones analíticas en el Tractatus Logico-Philosophicus; Consideraciones sobre la fundamentación de la Moral. Esta serie excesiva, que sin embargo podría alargarse ad nauseam, muestra en todos los casos una distancia respecto de lo vivido, un ser precisamente respecto de, o a propósito de, y no la experiencia misma de que nace la palabra.
Pero, se objetará, ¿no es forzosa esa distancia, toda vez que la palabra no es la cosa? La voz "azul" no es azul; el nombre "manzana" no sabe ni huele a manzana; lo experimentado es siempre singular y abunda en rasgos que le son únicos, mientras que su mención obra por medio de términos abstractos, forjados como tales para abarcar géneros, y por ende con inevitable distracción de singularidades. Por otra parte, salvo el caso de exclamaciones, quejidos, y todas aquellas expresiones que participan más del gesto que de la palabra, valerse del lenguaje es haber renunciado ya a transmitir la inmediatez palpitante de lo vivido, su intensidad y su riqueza; ¿por qué, entonces, considerar un defecto del lenguaje lo que es su carácter constitutivo, aquello que le permite, precisamente, "funcionar" como lenguaje? Y antes aún, ¿por qué atribuir privativamente a la "palabra seria" lo que es inevitable en toda palabra, esto es, su distancia respecto de la cosa? ¿Por qué, en fin, no habría de hablarse -ni escribirse - "seriamente"? Y, en todo caso, ¿en qué consistiría un lenguaje "no serio"?
Pues bien, atiéndase a las siguientes declaraciones:

San Juan y Boedo antiguo, y todo el cielo;
Pompeya y más allá la inundación;
tu melena de novia en el recuerdo
y tu nombre flotando en el adiós.
La esquina del herrero, barro y pampa,
tu casa, tu vereda y el zanjón
y un perfume de yuyos y de alfalfa
que me llena de nuevo el corazón.

* * * * *Estas expresiones no constituyen escritura "seria"; ellas no se refieren al lugar que mencionan, no son -digamos- su descripción geográfica; nadie podría valerse de ellas como de un plano para trasladarse de un punto a otro de la ciudad de Buenos Aires. Las palabras transcriptas no versan acerca de la región que, en ese plano, se halla situada al Sur; más bien diríase que el Sur ha tomado él mismo la palabra para presentársenos en la plenitud de su existencia.Cuando escuchamos esos versos, aun despojados de la música con que los acogió para siempre Aníbal Troilo, y aun sin la entonación de -por decir alguien - Edmundo Rivero, sin que suenen como versos, pronunciados por la voz opaca de un conferencista, percibimos sin embargo de inmediato que sus palabras no se desempeñan en el modo habitual del lenguaje, en el que se dice, por ejemplo: Influencia de la inmigración rural en la cultura urbana de Buenos Aires.

* * * * *Preguntémonos, entonces, de nuevo: ¿cuál es el modo en que obran las palabras cuando no parecen referirse a las cosas, sino cuando más bien las cosas parecen constituirse ante nosotros, interpelándonos ellas mismas mediante las palabras?
Dijimos antes que toda voz articulada es abstracta; añadimos ahora: no todas lo son en el mismo grado. "Pilosidad" o "cabellera" son más abstractas que "melena"; "despedida" es más abstracta que "adiós". Y bien, sugerimos que cuanto más genérico es un término, tanto menos apto resulta para ser vehículo de lo que desde ahora llamaremos modo celebratorio del lenguaje. (Permítasenos decir "celebratorio", aunque el Diccionario de la Real Academia no lo tolera.)
La condición abstracta de una palabra depende a menudo no de la extensión de su concepto (como en los ejemplos del párrafo anterior), sino de la complejidad de la red de ideas de que forma parte. Así, "diputado" es más abstracto que "vecino", porque su comprensión exige la de un número mayor de términos. Para entender "vecino", no es necesario entender -digamos - "democracia" ni "República". Por lo mismo, es improbable hallar las palabras "República" y "democracia" -para no hablar de "diputado"- en el modo celebratorio del lenguaje.Con todo, como lo anterior constituye una aseveración probabilística, dista mucho de ser un precepto de hierro; sin ir más lejos, el nombre que preside los versos que leímos es, notoriamente, Sur: una abstracción mayúscula.
Sin duda, en el modo celebratorio del lenguaje trabaja, más intensamente que el carácter abstracto o concreto de las palabras, el eco que cada una de ellas suscita en virtud del campo de significados del que ha sido extraída, al que no deja de evocar a pesar de tal extracción, o quizás precisamente por ella, a la manera de esas personas que, lejos de su terruño, andan por donde andan envueltas en la atmósfera del lugar que las vio nacer.
El lenguaje serio es poco sensible a esas resonancias, y a las variaciones de esa -llamémosla así- presión atmosférica. Por eso, cuando se habla o se escribe en ese registro, es relativamente fácil reemplazar una palabra por un sinónimo o por una perífrasis, sin grave alteración del sentido general de la frase. Así, en un formulario de los que se completan para solicitar un certificado de buena conducta, tanto da que alguien consigne su ocupación como "herrero" cuanto como "obrero metalúrgico". Pero obsérvese que en el verso "La esquina del herrero, barro y pampa", la sustitución por "La esquina del obrero metalúrgico, barro y pampa" arruina enteramente el significado. Por cierto, en la destrucción del caso tienen mucho que ver las razones de métrica, pero lo principal es que en "herrero" resuenan el yunque y el martillo, se escucha el resoplar del fuelle, se siente un calor de fragua y un temblor nervioso de caballos, la gravitación de un ámbito, en fin, que no es ciertamente el de "obrero metalúrgico".

* * * * *Aquí abandonamos el examen de un fragmento -célebre con justicia- de escritura celebratoria; la riqueza de sus versos tornaría inacabables nuestras consideraciones, que ya son sin duda fatigosas.
Volvamos, pues, a las preguntas que les dieron origen: ¿por qué no habría que hablar ni escribir "seriamente"? ¿En qué consistiría un lenguaje "no serio"?
Y bien, sucede que la seriedad, cuando es el único cauce por el que ha de discurrir el alma, resulta serle demasiado estrecho; su aliento no cabe en ese mezquino corset, ni se contenta con las pequeñas expansiones que le dispensan los entretenimientos, las artes jocosas y las prácticas deportivas, todas ellas especies de rutinas dominicales que, en vez de oponerse a las rastreras labores de los días de semana, constituyen su más melancólico complemento. Ella sabe, en lo muy íntimo de sí, que esas instituciones del decir y del hacer no son, contra lo que parecen, la verdadera realidad, y que esta, la verdadera realidad, sólo se instituye mediante una invocación que presenta lo nombrado en su más grande esplendor. En esto consiste el modo celebratorio del lenguaje; en -por ejemplo - traer a la existencia, mediante un acto de palabra, "?tu casa, tu vereda y el zanjón/ y un perfume de yuyos y de alfalfa/ que me llena de nuevo el corazón."Se entenderá sin duda que cuando así se habla, o se escribe, la falta de seriedad que acusa el lenguaje no es un defecto, como si se tratara de frivolidad, sino que es una virtud, y una virtud de hondura. Que es así, se advierte en que la palabra celebratoria, en su grado más intenso, es la única que alcanza la dignidad del silencio en el que irrumpe. (c) LA GACETA

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