El aislamiento aún no rige en las puertas de los súper

El aislamiento aún no rige en las puertas de los súper

A pesar del decreto de cuarentena obligatoria, cientos de personas se agolparon en las puertas de los centros de compras.

EXCEPCIÓN DE HECHO. Gran cantidad de personas esperan para ingresar a un supermercado ayer por la mañana, cuando ya regía el aislamiento. la gaceta / fotos de Analía Jaramillo EXCEPCIÓN DE HECHO. Gran cantidad de personas esperan para ingresar a un supermercado ayer por la mañana, cuando ya regía el aislamiento. la gaceta / fotos de Analía Jaramillo

Matilde Santillán tiene 82 años y a primera vista aparecen las cicatrices de cansancio en el rostro y los hombros caídos. Son las cinco de la tarde y desde hace 10 horas aguarda de pie junto a su nieta Carmen, de 20. Esperan en la larga fila que cientos de personas han formado para ingresar al Megacentro Gómez Pardo de la avenida Brígido Terán al 700. A su alrededor se codean, se ríen y se quejan unos 10 compañeros de odisea que han conocido durante la mañana y lo que va de la tarde. Porque a pesar de la vigencia del aislamiento social, casi nadie aquí ha interiorizado la prevención obligatoria.

“Mi abuela no se quedó en casa -explica Carmen- porque ella es la que sabe hacer las compras. Yo no sé mirar los precios, ella recién me está enseñando cómo comprar”. Y Matilde asiente y cuenta que a la casa la maneja ella y que la única vez que mandó a Carmen sola al supermercado agarró cualquier cosa y gastó un montón de plata.

Matilde y Carmen son sólo dos personas del montón ya ordenado que al atardecer sigue las instrucciones de policías y gendarmes. A ellas les falta una cuadra para por fin cruzar el portón que custodian tres agentes provinciales con guantes de latex y barbijos. Matilde no es la única anciana entre la mayoría de mujeres jóvenes, algunas con niños, y los pocos hombres a los que la voz que amplifica el altoparlante les pide realizar sus compras en orden y el menor tiempo posible.

Concurrencia masiva

Más temprano, alrededor del mediodía, hubo un momento de confusión: mientras unos trataban de adelantarse en una fila de varias cuadras, otros intentaban mantener su lugar, y al final unos y otros se agolparon frente a la entrada. Entonces el centro de compras cerró durante cerca de dos horas y la policía acudió para desalentar la violencia y ordenar la aglomeración.

CARGADO. Un hombre sale del súper después de abastecerse.  CARGADO. Un hombre sale del súper después de abastecerse.

Una vez instalado el operativo en la avenida Terán, el jefe de la Policía provincial, Manuel Bernachi, les pidió a los tucumanos que se tranquilizaran y que no asistieran en masa a los supermercados. “Esos centros de compras permanecerán abiertos y se les permitirá abrir las puertas en horario habitual -confirmó-. Los tucumanos deben entender que no habrá desabastecimiento porque la cadena de distribución está asegurada”.

Además, Bernachi alentó a la gente a comprar en los comercios de cercanía, como definió el presidente a los almacenes de los barrios. Sin embargo, más tarde, en la larga fila, Maximiliano Naranjo, de 25 años, alega que en el supermercado los precios son más bajos: “yo tengo un minisuper cerca de mi casa, pero si voy ahí traigo 10 cosas, y si vengo acá capaz que llevo 15. Quisiera quedarme en mi casa, pero tengo que ahorrar porque ahora no puedo trabajar y si yo no trabajo, no como. Yo vivo el día a día”.

Tarjeta Alimentar

Un rato antes, Rafael Gómez Pardo, propietario de la cadena de supermercados que lleva su apellido, lamentaba la situación: “depositaron los fondos para la Tarjeta Alimentar y todos salieron desesperados a comprar. Le pido a la gente que tenga conciencia. Son muchos los canales por los que se pueden informar sobre las medidas que hay que tener en cuenta para prevenir una expansión del Covid-19”.

De hecho, en la vereda de espera, Carmen revela que muchos de sus compañeros de fila son beneficiarios de la Tarjeta Alimentar. “Sabemos que está el virus y a nadie le gustaría morirse, pero con lo que ha dicho el Presidente ayer ha traumado a toda la gente -transmite, se altera, advierte-. Estamos acá para poder comprar el alimento y después encerrarnos en la casa”.

Según detallará más tarde el ministro de Seguridad provincial, Claudio Maley, las fuerzas a su mando ordenan el tráfico de personas y las dejan entrar en grupos de a 20: primero ingresan 20 que pagarán con efectivo y, una vez que estas salen, otras 20 que llevan tarjeta.

Mientras tanto, Carmen y otras mujeres denuncian maltrato por parte de los policías. “Nos amenazaron con que nos iban a quitar a nuestros hijos si no los llevábamos a casa. A mí me han dicho eso y mi prima se ha tenido que ir con los chicos. ¿Cómo no voy a traerlos si no tengo con quién dejarlos?”, protesta.

“Dios me protege”

Y Maximiliano admite: “obviamente sí me da miedo que haya coronavirus en la fila, uno no quiere que el país sufra lo que han sufrido otros países. Pero lamentablemente tenemos que venir a hacer la cola aquí porque nadie te va a llevar los alimentos a la casa”. Para él los próximos días serán larguísimos: trabaja en la construcción, desde ayer ha dejado de cobrar y no cree que la cuarentena total concluya el 31 de marzo. “Va a durar más y yo no tengo quién me dé un plan, quién me dé una Tarjeta Alimentar, quién me dé eso a lo que le dicen home office. Yo no me voy a morir del virus, me voy a morir de hambre. Eso es lo que va a pasar”, grita, predice, se enoja y se resigna.

Cerca suyo, Carmen y las otras mujeres jóvenes que están allí se quejan porque no hay prioridad para adultos mayores, embarazadas y discapacitados. “Por el Facebook, por la tele, por todos lados circula que el coronavirus afecta a la gente más grande -recuerda Carmen-. Mi abuela tiene 82 años y no tiene por qué esperar bajo los rayos del sol durante 10 horas. Nadie tiene consideración: cuando les dijimos a los policías que ella no daba más y la quisieron hacer pasar, el resto de la gente empezó a gritar y a protestar”.

Pero Matilde mira a su nieta y sonríe. Aunque cansada y algo aburrida, no está fastidiada por la espera ni asustada por la posible circulación del virus. “A mí me dicen -cuenta, se ríe, se sonroja-: ‘ay, usted debe estar con mido’. Pero no. A mí Dios me protege. Después de comprar voy a obedecer las órdenes del Presidente, por supuesto, pero al final Él es el único que me protege”.

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