De eso no se habla

El silencio estratégico al que se llaman los gobernantes de turno para evitar opinar sobre un tema que puede dañarlos políticamente es parte del mecanismo de defensa de la gestión, aunque este modus operandi de la dirigencia que ocupa cargos públicos alcanza también a la oposición circunstancial. Es clave rehuirle a toda polémica que resulte perjudicial al interés propio, o por lo menos no caer en las redes y trampas del adversario. Por el contrario, imponer a la sociedad la agenda propia a diario, o un relato que convenza por reiterativo, es el sueño de cualquier presidente o gobernador; el lograr que se hable únicamente de lo que les puede resultar beneficioso a sus intereses particulares, ya sean personales, institucionales o políticos.

Impedir que se hable de lo que puede resultar negativo es sí mismo un objetivo central de cualquier Gobierno. Hay que evitar el daño propio y someter al infortunio al contrincante. Neutralizar y golpear. Es el juego en el que se embarcan los que ejercen el poder: el ajedrez continuo de los políticos, en el que a veces tienen éxito por una maniobra cerebral o debido a una cuota de suerte. A veces una mala movida o simplemente la ingobernable realidad les juega en contra, los maltrata y los descoloca frente a la sociedad. Entretenimientos de adversarios públicos para tratar de que la adversidad social la soporte el rival, de que se hable de lo que le interesa a uno y no de lo que pretende el otro.

Las “metidas de pata” también juegan su partida, esas “gaffes” no deseadas en el poder escandalizan y abren un capítulo de debate impensado, como la de Manzur del jueves diciendo lo que no se debe decir. Imprevistos errores no forzados que sacuden sorpresivamente el tablero.

Para el Frente de Todos hay cuestiones cuyo tratamiento público se prefiere eludir. Por ejemplo, nadie que ocupe un espacio significativo de poder quiere que se le pregunte públicamente quién tiene el poder, si Alberto o Cristina; o si hay doble comando. Es incómodo, incluso hasta un mínimo gesto delator a falta de palabras. Con excepción de algunos kirchneristas más fanatizados -como Berni-, que reconocen sólo a la vicepresidenta como su jefa, los por ahora moderados, los que priorizan la gestión o que prefieren moverse en la ancha avenida de la indefinición le huyen a la respuesta. Temen que cualquier frase se use para desestabilizar al Gobierno y juegue en favor de los intereses de la oposición, que fogonea la discusión sobre quién manda realmente para desnudar que se trata de una coalición improvisada y atada con alambres. Lo que uno no quiere hablar, el otro lo quiere imponer. Diferentes agendas, distintas motivaciones.

Cuando al hombre de la avenida del medio, Sergio Massa, LA GACETA le consultó sobre el binomio ejecutivo nacional, esquivó sonriente la respuesta y se limitó a decir: seguridad, sólo seguridad; motivo por el que vino a Tucumán. ¿Y sobre la crisis económica y el arreglo con el FMI? Lo mismo: seguridad, solo seguridad. Algo así como que lo que diga puede ser usado en su contra. Claro, eso no vale para Cristina, ella es dueña de decir lo que se le plazca, sólo ella puede complicar a Alberto, la oposición no.

Horas antes, ante igual requisitoria, el ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, huyó por la misma tangente: alimentar, sólo alimentar. Coincidencia o estrategia de los que tienen responsabilidades de gestión, sólo hablan de lo que manejan y de lo que hace estrictamente a sus funciones; y no arrojan ni una mínima definición sobre lo que puede distraerlos de la misión y provocar nuevas preocupaciones o escenarios conflictivos alternativos. O alterar al Gobierno, por más que la interna nacional esté a flor de piel. De eso no se debe hablar.

Lapiceras, cartuchos y gatillos

El Presidente sorteó el trance diciendo que cuando se le acabe la tinta a su lapicera, Cristina le dará un cartucho. Algo así como que le reconocerá que él tiene el poder y que no quiere entorpecer su trabajo como jefe de Estado. Justo la ex senadora, la misma que prefirió usar su propia lapicera cuando asumió la vicepresidencia, rechazando la que había usado Macri. No es el cartucho, es la lapicera. ¿Le prestará la suya? Frente a la crisis, la prioridad de Alberto está en la gestión: saca a flote el barco o se hunde con él -y con el consiguiente adiós a la idea de conducir el peronismo-; no en dirimir un conflicto cuyas derivaciones y ramificaciones puede entorpecer y complicar su administración.

En Tucumán, ¿de qué no se habla? No se quiere ni mencionar sobre cláusulas “gatillo”, por lo menos en el oficialismo, como sistema de actualización salarial frente a la inflación. El esquema sacudió las arcas del Estado, tanto que un gran porcentaje del presupuesto provincial se destina al pago de los sueldos de los estatales. No se quiere repetir este sistema, se lo rechaza como parte de cualquier negociación salarial. Es mala palabra. El Ejecutivo no quiere ni oír ese concepto, pero los gremios insisten en ponerlo en la mesa de discusión.

Por más que hayan suspendido el pago del último tramo de esta cláusula correspondiente a 2019, la deuda salarial se irá acumulando y, en algún momento, deberá hacerse una actualización de los haberes de los empleados públicos, so pena de que si pasa mucho tiempo algunos trabajadores decidan acudir a la Justicia por su cuenta. Allí no se discutirá sobre la validez o no de un decreto, sino sobre el pago de una deuda. De eso no se habla.

Tampoco se quiere aludir a una reforma constitucional, por ahora. No es tiempo para ese debate en forma pública, pero es un tema que forma parte de la guerra fría que se desarrolla subterráneamente en el oficialismo, porque la eventual modificación de la Carta Magna será al solo fin de alterar el esquema de poder interno, al margen de cualquier excusa para actualizar un texto que tiene 14 años de vida. Esos misiles están guardados, reconoció un legislador del interior, pero están ahí, prestos. Es una cuestión directamente atada a la interna en el PJ; a la puja por el poder futuro. Se sabe, pero se calla. Hoy es el tiempo de la gestión por sobre los intereses políticos personales, falta para 2023; sin embargo, a las hachas se les saca filo en silencio.

Hay otro tema que por lo menos en el oficialismo ni se menciona, muchos menos se lo impulsa: el de la transparencia de los actos en la gestión pública. ¿Sucederá alguna vez?, se le consultó a un conocedor del gen oficialista. Jamás, fue la contundente respuesta. Un dato refuerza a esa apreciación epidérmica: los únicos proyectos entrados sobre una ley de acceso a la información pública pertenecen a parlamentarios opositores; en los últimos tres años ningún oficialista planteó ni siquiera la posibilidad de adherir a la norma nacional que regula este derecho. Ni un amague al respecto, por lo menos para disimular y quedar bien con la opinión pública.

Si unos decretos publicados en enero en el Boletín Oficial pusieron en evidencia el trato preferencial del PE hacia los municipios del oficialismo, es imposible merituar lo que se puede obtener si el Estado se obliga a responder a la requisitoria ciudadana sobre aspectos de su funcionamiento. Tal vez esos informes pongan en evidencia otros privilegios o picardías políticas disfrazadas de institucionalidad. No hay quedar chances de que vean la luz.

Siempre se ocultan las vergüenzas, como aquel decreto que designó como asesor del PE a Alperovich y que permaneció un año en la oscuridad. Hace pocas semanas, desde la Legislatura se respondió a una requisitoria de información pública por parte de Luis Iriarte. Así se pudo conocer un poco más del funcionamiento de ese poder -pese a la insatisfacción del ex legislador sobre la respuesta-; aunque sería excelente que todo el Estado, que debe estar al servicio del ciudadano, imite esta decisión y abra sus puertas a la requisitoria de cualquier individuo. Se enriquecería la democracia y la calidad institucional del sistema. Es una deuda pendiente del oficialismo de turno, pero de eso no se habla.

En la oposición, o por lo menos desde Juntos por el Cambio, también hay temas sobre los que tampoco quieren hablar, tales como la crisis generada por Macri, el aumento de la pobreza o de la inflación, productos de la transición del macrismo entre el kirchnerismo y el peronismocristinista. De aquello que perjudica el traje propio no se tiene que mencionar. Es parte del juego, siempre el otro es el culpable de todo, de cajón o de manual. Es táctico.

Sólo parecer

En ese marco, esta semana hubo quien no debió haber dicho lo que dijo. Arrojó una frase sobre un tema que en los ámbitos políticos es inconveniente que se lo mencione públicamente, y que hace al mecanismo del ejercicio del poder. Manzur, micrófono indiscreto mediante, le quiso dar una lección de cómo se actúa desde el poder a una ministra de la Nación, como si esta no lo supiera. Como si llamar a la oposición para pedir sus opiniones, sentarlos a una mesa, sacarse una foto y luego hacer firmar un documento preescrito o avanzar con una posición adoptada de antemano no fuera una treta conocida, básica entre los buenos alumnos de la materia “cómo parecer dialoguistas”. De cosas sabidas no se tiene que hablar, tanto como de aquellas que perjudican. Esas “gaffes” no se pueden cometer porque se corre el eje de la atención pública, se distrae con lo que no se pensó, o calculó. Un acto fortuito abre otra agenda, inmanejable.

El traspié quedará finalmente como una anécdota más, como un tropezón producto de la tecnología que no sabe de manuales básicos de la política, pero el mandatario debería saber que hay cosas de las que no se debe hablar ni en voz baja, más que nada porque son tretas ya conocidas.

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