El Tucumán turbulento: la década de los 14 gobernadores

El Tucumán turbulento: la década de los 14 gobernadores

Hace 50 años, aquel diciembre de 1969, la década se cerraba con un coronel -Jorge Nanclares- apoltronado en el sillón de Lucas Córdoba. Era el cuarto interventor federal designado por la dictadura de Juan Carlos Onganía, todo un símbolo de las turbulencias que mantenían en vilo al país y, especialmente, a Tucumán. El dato sirve para cotejar con otra perspectiva el nivel de calidad institucional de la provincia, tan cuestionado -y con sólidos fundamentos- en estos tiempos. Vale advertir que hasta no hace mucho, apenas medio siglo (lo que en términos históricos es un pestañeo), esa calidad institucional no era más que una expresión de deseos. Y que las deudas del presente no pueden, ni deben, disimular todo lo que se ganó desde el retorno de la democracia en 1983.

No hubo década más inestable desde lo político, social y económico que la del 60 en ese Tucumán por el que desfilaron 14 gobernadores, 11 de ellos de facto, por lo que más bien merecen el rótulo de interventores. La gestión de algunos no duró más que un puñado de horas. De los elegidos por el pueblo, uno venía de la década anterior -Celestino Gelsi- y el otro -Lázaro Barbieri- había salido tercero en la votación, pero se benefició por un acuerdo en el Colegio Electoral. Y para completar la cifra de 14 quedó uno -Fernando Riera- al que se le impidió asumir más allá de una contundente victoria en las urnas.

Nombres y situaciones de un Tucumán convulsionado, que sufrió a mediados de la década el más devastador de los golpes a causa del cierre de los ingenios ordenado por la dictadura de Onganía. Ese quiebre de la industria azucarera, del que la provincia jamás se repuso, implicó una crisis social traducida en la emigración de decenas de miles de familias.

Con el peronismo proscripto, y más allá del predicamento de Gelsi sobre las capas medias -que no le alcanzó para ser gobernador en 1963-, la falta de liderazgos políticos resultó una constante a lo largo de los 60. Ese protagonismo lo asumieron los sindicatos, con Fotia a la cabeza de los reclamos, y los estudiantes universitarios. El telón de la década se bajó entre los Tucumanazos y las primeras expresiones de violencia política. Tremendo caldo de cultivo como para pretender calidad institucional.

De un plumazo

Si Arturo Frondizi alcanzó la presidencia de la Nación en 1958, y en consonancia Gelsi la gobernación de Tucumán, se debió a que el peronismo prohibido le hizo un guiño al desarrollismo. Por indicación del líder exiliado, los peronistas votaron a Frondizi y a Gelsi. Pero las elecciones a gobernador de 1962 fueron otro cantar, porque Frondizi aprobó la participación de candidatos peronistas, siempre y cuando no emplearan el sello del PJ. Bajo el paraguas del Partido Laborista, Riera le ganó por paliza (casi 20 puntos de diferencia) al oficialista Napoleón Baaclini. El fenómeno se había repetido en varias provincias y los militares no lo toleraron, así que la elección se anuló. Fue el triste epílogo del frondicismo.

El tsunami se llevó puesta también a la gestión de Gelsi, ya que se decretó la intervención federal y comenzó el desfile por 25 de Mayo y San Martín. Entre el 19 de marzo y el 7 de noviembre de 1962 Tucumán tuvo seis interventores: Julio Sueldo (un día), Eduardo Galaretto (seis días), Miguel Paschetta (menos de dos semanas), Carlos Imbaud (menos de dos meses), José Vigil Monteverde (10 días) y Ricardo Arandía (el que más duró, alrededor de seis meses). El último de esta nómina de interventores fue Alberto Gordillo Gómez, encargado de entregarle el mando, finalmente, a un gobernador constitucional. Pero la elección de 1963 no resultó sencilla.

Más temblores

Con el peronismo nuevamente proscripto ganó Gelsi con el 33% de los sufragios, seguido por Imbaud (el mismo que había sido interventor, y que volvería a serlo en los años 70) con el 17,8%, y tercero quedó el profesor Barbieri con el 15,3%. A Gelsi no le alcanzaba el margen y la salida fue darle su apoyo a Barbieri en el Colegio Electoral. Tal como ocurriría en 1987 con Rubén Chebaia, el candidato más votado no fue gobernador. La salida se ajustó a la institucionalidad, y por lo tanto fue legítima, pero la debilidad del Gobierno emergente se notó desde el primer momento.

El golpe militar perpetrado el 28 de junio de 1966 terminó de hacer añicos la precaria calidad de las instituciones tucumanas. Su efecto inmediato en la provincia -el cierre de los ingenios- generó un efecto dominó tan potente que ningún ámbito de la vida provincial quedó exento. El quebranto de la industria madre intentó paliarse con un plan, bautizado Operativo Tucumán, que consistía en modificar la matriz productiva por medio de la radicación de fábricas. El concepto era brindar beneficios impositivos para que esas empresas se instalaran y absorbieran la mano de obra desocupada de los ingenios cerrados. El proyecto naufragó.

Mientras tanto, y hasta el fin de la década, por el sillón de Lucas Córdoba pasaron otros cuatro interventores: Delfor Otero (un mes), Fernando Aliaga García (de julio del 66 a marzo del 68), Roberto Avellaneda (de marzo del 68 a julio del 69) y el apuntado Nanclares, cuyo mandato se extendió hasta agosto de 1970, cuando lo reemplazó el futuro dictador Jorge Rafael Videla.

Lecciones

Todos estos cimbronazos socavaron la vida institucional de un Tucumán que, al mismo tiempo, se negaba a entregarse a su destino de brazos cruzados. En sincronía con Buenos Aires y con el resto del mundo, los 60 fueron en la provincia años de intensa y estimulante vida académica y cultural. Pero los repetidos golpes de Estado y la crisis económica fueron delimitando un camino peligroso, que condujo al peor de los resultados durante la década siguiente.

Desde los Poderes del Estado a las asociaciones intermedias, pasando por las principales corporaciones de la época -Iglesia, Fuerzas Armadas, sindicatos, entidades patronales- no había margen en aquellos años para construir calidad institucional. Y no la hubo hasta que la última dictadura (76-83) quedó bien atrás. Son lecciones con forma de ejemplos que demuestran lo arduo de la tarea. El Tucumán de hoy no nació de un repollo y el que viene está sujeto a tensiones de nueva generación, complejas y desafiantes. Siempre conviene repasar la historia.

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