Cuna de los limbos
“ALMAS INOCENTES”. Dante y Virgilio en el limbo, en un grabado de Gustave Doré, que data de 1862. “ALMAS INOCENTES”. Dante y Virgilio en el limbo, en un grabado de Gustave Doré, que data de 1862.

El limbo es un lugar. Es decir, tiene un “dónde”. En la Divina Comedia, allí comienza el viaje del Dante para atravesar el Infierno y allí es donde encuentra a su guía, Virgilio. Precisamente, ahí estaban las almas de los patriarcas antiguos esperando la redención de la humanidad; y también las personas virtuosas, sin más mácula que el pecado original, que habían vivido antes del cristianismo. Más adelante, se impuso una noción más restringida de este “territorio”, donde no se sufría, pero tampoco se gozaba de Dios (Catecismo de Pío X). Pasó a ser entones el “espacio” donde iban a parar las ánimas de los niños que habían muerto sin haber sido bautizados, tal como lo recoge el Diccionario de la Real Academima Española. El Vaticano lo clausuró en 2007, cuando estableció que las almas que partieron antes de tener uso de razón quedan en manos del Creador. Ya el Catecismo de Juan Pablo II, en 1992, deja de mencionar el limbo. Su categoría había menguado hasta reducirse a la de mera hipótesis teológica.

Pero mientras tuvo sus puertas abiertas, el limbo fue una frontera. Y, de hecho, hay un limbo que existe, que es materialmente real. Mucho tucumanos deben tener más de uno en sus casas. Porque en la historia de ese vocablo, el limbo es parte de una prenda de vestir. Así lo revela el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico de Corominas y Pascual: ha sido tomado del latín limbus: la “orla o extremidad del vestido”. De esa situación, la de encontrarse en el borde de la ropa (que en sí misma es una barrera), nació el simbolismo de ser “un lugar apartado”. El limbo sigue siendo una instancia entre dos momentos.

De esos materiales está hecha la circunstancia actual de los poderes políticos tucumanos, que esperan la redención no del género humano sino del peronismo en la Casa Rosada.

Villa Limbo

Puede que la cuestión no sea del todo evidente porque, en verdad, Tafí del Valle se empecina en convertirse en la capital del limbo entre la legalidad y la legitimidad. Su nuevo intendente, Francisco Caliva, asumió el miércoles con el ensordecedor sonido de una grabación telefónica en la que una voz muy similar a la suya le ofrece a un edil dinero y contratos, en la Municipalidad y en la Legislatura, para que venda su voto.

El asunto es de una gravedad descomunal. De comprobarse que el audio es auténtico, los tucumanos estarán no sólo ante un caso de corrupción. Habría un miembro de un poder (el Departamento Ejecutivo Municipal) ofreciéndole al integrante de otro (el Concejo Deliberante) prebendas (recursos del erario) para que abandone el rol de opositor que le dio el pueblo y vote por una mesa de autoridades de concejales alineada con la intendencia. Léase, intenta revertir, con dinero, el equilibrio de fuerzas surgido de las urnas; a la vez que liquidar la división de poderes. Es, sin más, un crimen de lesa república. Presuntamente, claro está…

Por cierto, ¿alguién está investigando? Ya durante el alperovichismo, los fiscales tucumanos incurrieron en una amnesia selectiva: olvidaron que tenían la facultad de actuar de oficio frente a delitos en perjuicio del Estado, herramienta que el ex fiscal Esteban Jerez y su ex secretario Carlos López emplearon sin descanso en la Fiscalía Anticorrupción. Si lo que sigue será más de ese letargo, entonces Tucumán estará ante una instancia oprobiosa. Una en la cual el derecho está vigente, pero no se aplica. Ese limbo tiene nombre: Estado de Excepción.

Como todo eso puede ocurrir sin que se active ningún anticuerpo institucional, luego parece anecdótico que en el debut en su cargo, Caliva les prescriba a a los trabajadores municipales que los lunes pueden llegar al trabajo “quemados”, pero no “machaos”. Elevar a la categoría de doctrina estatal la noción de que una administración pública considera que lo opuesto a lo malo no es lo bueno sino lo peor es un nuevo paradigma de la aberraciín. Uno que coloca a Tafí del Valle (y a Tucumán) en la madre de las fronteras de las calidades institucionales.

En simultáneo, en la Legislatura asumió en su banca, sin ningún reparo, el anterior intendente tafinisto, Jorge Yapura Astorga, quien está procesado por presunto enriquecimiento ilícito, y ha apelado el pedido de elevación a juicio de la causa. Villa turística en el paisaje, “villa limbo” en lo institucional. Limbo que envuelve a varias otras instituciones.

En el programa “Panorama Tucumano”, Federico van Mameren hizo hincapié en la parálisis de las instituciones. Unas y otras han creado un limbo electoral entre sí. Las que interpretan normas, como la Justicia y en menor medida la Junta Electoral Provincial, avalan postulaciones en nombre de que el candidato “reúne los requisitos”, mientras que su “calidad moral” puede ser revisada por las instituciones políticas. Y las instituciones políticas acogen a esos candidatos en nombre de que la Justicia y la Junta no los impugnaron. Luego, los tucumanos deben contar con representantes del pueblo que no gozan de plena legitimidad, pero, al ser validados en sus cargos, tampoco sufren el castigo que se reserva a la legalidad. Virgilio debe vivir aquí…

Sin embargo, el limbo en que se encuentran suspendidos los poderes políticos provinciales, por estas horas, es otro. Aunque las elecciones se celebraron aquí en junio y las autoridades electas ya asumieron en octubre, aquí también se está viviendo la transición nacional.

Poderes en el limbo

Concretamente, el Gabinete al que Juan Manzur le tomó juramento el 29 de octubre, en los hechos, tiene vigencia real hasta el 10 de diciembre. En esa fecha asumirá Alberto Fernández la Presidencia de la Nación y hay acendrada expectativa en el Gobierno tucumano acerca de que un número importante de funcionarios locales pase a desempeñar funciones en la gestión nacional. De allí que siga la ronda de ministros que, aunque ya reasumieron en sus despachos, también van a jurar en sus bancas legislativas para luego pedir licencia parlamentaria (el último es Juan Luis Fernández, de la Producción), porque todo está en veremos.

En ese “veremos” también están las calidades de los cargos que Fernández le ofrecerá a los tucumanos. Específicamente, si habrá un ministerio, además de secretarías y de direcciones. El estatus de esos lugares será directamente proporcional a la valoración del futuro Presidente respecto de lo hecho por el gobernador durante la campaña, y determinará lo que el mandatario provincial aportará, cuanto menos, en el arranque de la gestión federal.

En todo caso, la ansiedad de las segundas líneas manzuristas tiene que ver con que, junto con Fernández, también asume Cristina Kirchner como vicepresidenta de la Nación. Y las relaciones entre Manzur y la ex presidenta van de mal en peor, según pasan los actos. En campaña, Cristina lo saludó de lejos, con un gesto de distancia. El 27 de octubre, Manzur y otros gobernadores se quedaron en la platea, esperando en vano subir al escenario triunfal. Dos días después, el gobernador asumió en un teatro colmado de gobernadores, intendentes y gremialistas, con Fernández y Sergio Massa. Y sin kirchneristas. Ni ninguna mención, siquiera, a la electa vicepresidenta de la Nación.

Justamente, el armado del Gabinete nacional también dirá mucho, y con hechos más que con discursos, acerca de cuál será la relación del Presidente y la vicepresidenta. Desde el día del triunfo de las urnas, a partir del mencionado escenario alambrado por el kirchnerismo, las especulaciones sobre las tensiones sólo se han exacerbado. Es cierto que entre Cristina como titular del Senado y Axel Kicillof como gobernador de la desmesurada Buenos Aires, hay un claro polo de poder “K”. Pero la Argentina es presidencialista hasta en su diseño. Habrá que ver si Fernández, cuando asume, también se asume.

Temporada de limbos

Manzur, por lo pronto, ha pasado de la temporada proselitista, en que era insistentemente mencionado como futuro miembro del gabinete nacional, a una temporada poselectoral en la cual hay indicios de que se quedará a ejercer su segundo mandato. De la orla del saco de la Jefatura de Gabinete al extremo de la banda celeste y blanca de la gobernación. Si este fuera el caso (Manzur disfruta de alimentar el limbo político provincial no dando definiciones), allí habría que leer un aprendizaje político. José Alperovich, habiendo alcanzado el límite constitucional de reelecciones (tres, en su caso), asumió como senador nacional. No se fue de Tucumán, porque siguió haciendo campaña todos los días de su vida. Pero se fue del Poder Ejecutivo. En junio, políticamente, lo perdió todo. Salió cuarto. A 400.000 votos de distancia del binomio Manzur-Osvaldo Jaldo. Moraleja: irse es despedirse.

Siguiendo esta lógica, si bien en la hipótesis de un cargo nacional Manzur retendría el cargo de gobernador, lo cierto es que partiría durante el ejercicio de su último mandato. Es decir, sin la expectativa de poder competir para retener el poder. La Carta Magna de Tucumán así lo impone. Y la única forma de cambiar esa situación es cambiar la Constitución.

Al respecto, operan tres cuestiones. La primera es que nadie está hablando de ello públicamente, aunque huelga decir que donde dos o más dirigentes políticos se reúnen, hay dos o más conjeturas acerca de si habrá o no enmienda constitucional. La segunda es que, como se analizó aquí a principios de año, en la lógica de poder que aplica Manzur, el jamás se manifestará en favor de la necesidad de una enmienda: a él, como jefe del peronismo tucumano luego de haber liquidado electoralmente a Alperovich, a la reforma se la tienen que pedir. Tercero: por alguna razón (acaso el precedente de la reforma de 2006, cuando la elección de convencionales constituyentes se realizó en febrero, luego de que un planteo de Alejandro Sangenis y de Rodolfo Burgos, del Movimiento Popular Tres Banderas, frenara su realización en octubre de 2005), al peronismo le gusta el verano para las enmiendas. De modo que, prácticamente, estamos en temporada para encarar la reforma. O para desestimarla.

Limbo, que le dicen…


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