El karma de morir lejos de casa

“Argentina es diversidad”, ultraviralizado video con el que nuestro país presentó la postulación a la Expo Mundial 2023 (y la ganó), cuenta con César Pelli entre sus protagonistas. Primero aparece su nombre, al pie de un dibujo de las emblemáticas Torres Petronas, y luego se lo ve en una foto, enfrascado en el trabajo y rodeado de maquetas enormes. El video es emocionante e inspirador. En YouTube puede seguirse el rastro de las reacciones que genera: lloran quienes lo ven, y no se trata sólo de argentinos. Como uno de los símbolos de ese país posible, real y deseado, Pelli acredita sus creaciones. Fue un hacedor, capaz de transformar sus propios sueños de lápiz y papel en legados de cemento, vidrio y acero. Y como a tantos tucumanos trascendentes le tocó morir lejos de casa.

Transitamos el año del centenario de Leda Valladares, aquella investigadora que canta y cantora que investiga. Al igual que Pelli, la menor de los talentosos hermanos Valladares se formó en la UNT. Obtuvo allí la licenciatura en Filosofía -como Víctor Massuh-, una de las plataformas desde la que proyectó su arte y su pensamiento. Son muy pocos los tucumanos que acceden al riquísimo legado de Leda Valladares, la mayoría ni siquiera la conoce. Convengamos que el rescate de la figura de Pelli desde el sector público es cosa de los últimos años. Como Mercedes Sosa, como Lola Mora, Leda Valladares murió en Buenos Aires.

Es curioso cómo Tucumán se enorgullece de sus hijos rutilantes en los papeles y cómo los mira desde lejos en la práctica. No todos pueden darse el lujo de morir a tiempo, que es todo un privilegio, pero sí suelen hacerlo fronteras afuera. Sus exilios, por lo general motorizados por el crecimiento profesional, generan alguna clase de ruido en el almita provinciana. Como si el éxito construyera distancia y tomara cuerpo desde aquí con la forma de alguna clase de traición. ¿Cuántas clases de música en las escuelas tucumanas recogen la obra de Leda Valladares?

“La imaginación tiene poder para salvarte”, decía Tomás Eloy Martínez, que si no es la máxima figura de las letras tucumanas pega en el palo (y sin dejar de integrar el Olimpo de nuestros escritores imprescindibles). Como Juan José Hernández y Elvira Orphée, Martínez murió lejos de casa. La excepción a esta regla es Hugo Foguet, en cuyo “Pretérito perfecto” los rasgos identitarios de Tucumán están marcados con toda la contundencia de su prosa. ¿Cuántas clases de literatura abordan en el secundario la obra de Foguet, de Orphée, de Hernández? “No se puede dar Foguet a chicos de 16 años. Se aburren”, deslizó -en pleno debate sobre educación- un docente. Fue un alarde de honesto sincericidio. Foguet va y viene en el mapa literario argentino, entrando y saliendo de acuerdo a la dirección en la que soplan los vientos de ocasión. El riesgo es que quede, para siempre, preso de la academia.

Si Alberto Prebisch se recibió de arquitecto en Buenos Aires fue porque en las primeras décadas del siglo pasado la carrera no se dictaba en Tucumán. Integrante de un clan de intelectuales y artistas de prestigio internacional, diseñó el Mercado del Norte y el Teatro Mercedes Sosa (el ex cine Plaza), entre una infinidad de obras que incluyen el Obelisco porteño. Alberto Prebisch murió en Buenos Aires, ciudad de la que fue intendente. En la cabeza del Pelli estudiante, del Pelli arquitecto y del Pelli ciudadano habitaban los trazos de Alberto Prebisch, parte de esa impronta que les transmiten maestros y referentes a quienes siguen sus pasos.

“Los que han vivido mi vida conservamos en el fondo de nuestra alma heridas que no se curan, desengaños profundos, que si se mitigan por ciertas manifestaciones posteriores, estas llegan muy tarde... Haber vivido lejos de la patria es aún más triste y desalentador, porque a medida que los años han pasado sólo he visto aumentar el egoísmo, la envidia y el olvido para aquellos que al menos quisieron hacer algo… Las ilusiones también mueren”. Las palabras son de un Juan Bautista Alberdi escéptico, desencantado. Le quedaban en ese momento tres años, hasta que su vida se apagó en Francia el 19 de junio de 1884.

Tucumán era para Alberdi un retazo de juventud, una colección de nostalgias, aromas y paisajes que configuraron un álbum de recuerdos similares a los acariciados en los últimos momentos por Nicolás Avellaneda y por Julio Argentino Roca, ex presidentes de la Nación cuyos restos descansan en La Recoleta. El peso de sus historias decantó en homenajes obligados, similares a los que se perciben en cualquier ciudad argentina. En (casi) todas las provincias hay calles, plazas o monumentos que inmortalizan al trío. Pero, ¿cuántos tucumanos saben quién fue realmente Alberdi y por qué fue tan importante para la construcción de la Nación?

Tal vez sea inconsciente esta tendencia tan tucumana de cortar lazos con quienes nos prestigian en lugar de fortalecerlos. Sólo así se explica que hayamos armado una “avenida de los próceres” poblada de estatuas de dudoso gusto. Y al que le queden dudas que se tome el trabajo de examinarlas de cerca. A fin de cuentas, el homenaje termina siendo un castigo artístico.

Despojada de la conveniencia del momento o del capricho estadístico, la lista de algunos tucumanos famosos que murieron lejos de casa encierra un hilo conductor. Es el emergente de una historia que se repite y que no se cambia invitando a vivir aquí a Héctor Zaraspe o a Miguel Ángel Estrella. Más importante es escuchar de los Pelli que andan sueltos fuera de Tucumán qué es lo que tienen para decir sobre nosotros, qué pueden enseñar (y qué pueden aprender, claro), cómo nos ven, cuál es el aporte que son capaces de hacer para ayudarnos a vivir un poco mejor.

Con Pelli ese contacto se estableció durante su activa y maravillosa vejez. A tiempo como para haber venido a dar una conferencia en el teatro San Martín -invitado por LA GACETA- y para dejarnos un ñpar de proyectos que ojalá se concreten, entre ellos el del centro cívico que verdaderamente necesita Tucumán. Fue un reencuentro de Pelli con su tierra y de la provincia con un hijo que supo encumbrarse. Habrá quien piense que queda gusto a poco y puede que le quepa la razón. Teniendo en cuenta nuestra historia de desarraigos es mejor mirar el vaso medio lleno.

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