Azarosa vida del jesuita tucumano

Azarosa vida del jesuita tucumano

Diego León de Villafañe fue el primer historiador de la batalla de Tucumán y la exaltó en un poema.

“EL CHORRILLO DE SANTA BÁRBARA”. Borrosas fotografías inéditas, que documentan la casa de campo de Villafañe a fines del siglo XIX credito “EL CHORRILLO DE SANTA BÁRBARA”. Borrosas fotografías inéditas, que documentan la casa de campo de Villafañe a fines del siglo XIX credito

El capitán Joseph Andrews pasó varios meses en Tucumán en 1826, gestionando un contrato entre la compañía minera británica que representaba y el Gobierno de la Provincia. En su libro de viaje, narra algo que presenció en nuestra Sala de Representantes. Durante el debate sobre el convenio, “un viejo jesuita, que según se decía era el único que quedaba en el país, se presentó a la Cámara de Representantes, y de rodillas, rogó a los miembros con el mayor fervor, pidiéndoles que, si en algo estimaban sus bienes, esposas e hijos, o si algún respeto tenían por la sagrada religión, pusieran punto final a toda innovación y se negaran a permitir la entrada de ingleses herejes. Agregó que, con el pretexto de asuntos mineros, jugarían la misma partida que en la India y subyugarían al país entero”.

CASA DE LOS FUNES. Villafañe sería su asiduo visitante, durante las temporadas que pasó en Córdoba  CASA DE LOS FUNES. Villafañe sería su asiduo visitante, durante las temporadas que pasó en Córdoba

Después del ruego, vino la argumentación contundente. Según Andrews, el jesuita “hablaba con un arresto y vehemencia tales, que me hacía recordar precisamente a Fox, con el agregado que había infinitamente más gracia en sus maneras y más delicadeza en su entonación que en aquel gran orador”. Aseguraba que “jamás olvidaré la figura de aquel viejo delgado y canoso, de toscos cabellos, rígidos cual cerdas, mientras lanzaba como rayos sus argumentos de oposición al gobierno”.

Años de destierro

Creemos de interés la historia del vehemente jesuita. Para sintetizarla, usamos la excelente investigación del P. Guillermo Furlong, “Diego León de Villafañe y su Batalla de Tucumán”, publicada en 1962.

En Tucumán, el 22 de abril de 1741, nació Diego León de Villafañe. Hijo del Maestre de Campo don Diego de Villafañe y de doña María Corvalán de Castilla, pertenecía a una familia de alto rango y muy acaudalada. Estudió en Córdoba, en el Convictorio de Monserrat, y en 1763 se resolvió por el sacerdocio, ingresando a la Compañía de Jesús. Como se sabe, en 1767 los jesuitas fueron expulsados de los dominios de España, por orden del rey Carlos III.

Así, Villafañe debió partir, con su compañeros sacerdotes, a un destierro en Europa que se prolongaría por espacio de más de tres décadas. En su transcurso, residió primero en las ciudades de Faenza y de Imola, de los Estados Pontificios. Luego pasó a Roma.

DIEGO LEÓN DE VILLAFAÑE. Firma del jesuita en un documento de la época colonial DIEGO LEÓN DE VILLAFAÑE. Firma del jesuita en un documento de la época colonial

Vuelta a Tucumán

Cuando se suspendió por un tiempo la orden de destierro, viajó a España, luego a Portugal y de allí se embarcó hacia el Río de la Plata, con los padres Pedro Arduz, salteño, y José Rivadavia, porteño.

En setiembre de 1799 ya estaba en Buenos Aires. Se abrazó con su hermano Domingo, quien había viajado por negocios, y en su compañía rumbeó a Tucumán. Se detuvo varios días en Córdoba. Allí fue recibido con enorme entusiasmo por don Ambrosio Funes (quien sería gobernador de Córdoba en 1816) y por su hermano, el famoso Deán Gregorio Funes, así como por los numerosos amigos y admiradores de los jesuitas. La copiosa correspondencia que mantuvo el resto de su vida con don Ambrosio, constituye la mejor fuente para la biografía de Villafañe.

En diciembre, ya estaba en Tucumán. Su casa de la ciudad se alzaba en la esquina de las hoy San Martín y Laprida (donde está el edificio de “La Continental”). Tenía también una importante finca, ubicada al sur de la ciudad, entre Los Aguirre y el río Lules. Se llamaba “El Chorrillo de Santa Bárbara”, y hoy se denomina “Finca Santa Bárbara”. Por herencia, durante muchos años estuvo en poder de las familias Etchecopar y Helguera, descendientes de los Molina-Villafañe, sobrinos del jesuita.

AMBROSIO FUNES. Con su hermano, el Deán Gregorio Funes, fueron estrechos amigos del padre Villafañe AMBROSIO FUNES. Con su hermano, el Deán Gregorio Funes, fueron estrechos amigos del padre Villafañe

Ansia misionera

A poco de llegar, Villafañe decidió partir a Chile, para misionar entre los indios araucanos. En esa dirección salió en febrero de 1800. No lo arredraron los casi 60 años que tenía, ni lo trabajoso del viaje, que lo llevó a Catamarca y a San Juan, desde donde cruzó la cordillera. En abril estaba en Chile, listo para entrar en territorio araucano. Pero no lo pudo hacer, porque los indígenas se mantenían en feroz guerra con los españoles. Tuvo que regresar a Tucumán, a donde arribó en febrero de 1801. Se dedicó a enseñar el catecismo a los niños, e incluso planeaba instalar “unas academias”, para perfeccionar los conocimientos litúrgicos del clero, además de “instruirnos en Geografía”.

Pero, al iniciarse 1802, llegaron a Buenos Aires nuevas órdenes reales contra los jesuitas. Disponían que los tres que habían ingresado al Plata en 1799, debían ser expatriados. La orden se cumplió con Arduz y con Rivadavia. Pero Villafañe –que no andaba bien de salud- se refugió en “El Chorrillo de Santa Bárbara”.

ARAUCANOS. Llegar a misionar en el territorio de esas tribus, fue una obsesión del jesuita tucumano ARAUCANOS. Llegar a misionar en el territorio de esas tribus, fue una obsesión del jesuita tucumano

Logra quedarse

Un total de 72 vecinos de San Miguel de Tucumán elevó al Cabildo una petición, solicitando que se permitiera a Villafañe quedarse en la ciudad. Además de hacer elogios de su persona, en el expediente, el médico Pedro Montoya –con total desdén por la verdad- certificaba que los achaques de salud del sacerdote lo imposibilitaban para viajar a Europa. Decía que “es un hombre de una contextura muy débil y viejo”; que “continuamente le asaltan vértigos, y tiene, en el cuerpo y varias partes, diversas úlceras bastante cavernosas”; y que, luego de darle varios remedios, “ha quedado con una calentura lenta”. Similar mentira contenía el informe del otro médico, Juan Quintero.

El virrey de Buenos Aires estuvo de acuerdo con la postura del Cabildo tucumano. Suspendió la orden de expatriación, mientras elevaba todas las actuaciones al fallo del rey de España. Eso sí, recomendaba que entretanto Villafañe “observara en lo sucesivo igual abstracción de conducta y negocios del siglo (o sea terrenales) que la que hasta ahora se le ha advertido”.

Patriota crítico

En 1808, el indomable religioso intentó llevar a cabo otra misión entre los araucanos. Salió rumbo a Chile en una carreta chica, acompañado por un sirviente y un baqueano. Pero al llegar a Río Cuarto, se encontró con que los indios estaban sublevados y a cada rato organizaban devastadores malones. Se quedó entonces un tiempo en Córdoba, donde el Deán Funes y el doctor Dámaso Gigena insistieron en darle una cátedra interina de Latín, en la Universidad. Allí estuvo hasta fines de 1808, fecha en que regresó a Tucumán.

Vino la revolución del 25 de mayo de 1810. Por cierto que Villafañe se plegó a ella de inmediato. Pero la adhesión no afectó su espíritu crítico. Por ejemplo, envió al Triunvirato un enérgico escrito de queja por la disolución de la Junta Grande, en 1811. También se pronunció sobre la libertad de imprenta. En su correspondencia con los hermanos Funes (muchas de cuyas piezas se han publicado) hay fuertes juicios sobre lo que consideraba desaciertos del gobierno de las flamantes Provincias Unidas.

La batalla del 24

Cuando se libró, el 24 de septiembre de 1812, la batalla de Tucumán, Villafañe envió a Ambrosio Funes una reseña de la acción, y compuso una poesía titulada “Oda a la batalla de Tucumán”. Por todo esto, el biógrafo Furlong destaca que “cabe a Villafañe la gloria de haber sido uno de los poetas de la batalla de Tucumán, y el primer historiador de ese hecho de armas”. Era, además, hombre de vasta cultura. Furlong ha publicado la nómina comentada de sus escritos –algunos de ellos en latín, impresos en Roma- respecto de temas teológicos y religiosos, sobre todo, pero también políticos.

Al conocer las exitosas operaciones militares del general José de San Martín en el territorio de Chile, quiso Villafañe, por tercera vez, lanzarse a una misión entre los araucanos. Con ese propósito llegó a Mendoza en 1819. Tenía ya 78 años. Venciendo todas las dificultades, pudo cruzar la cordillera y llegar a la capital chilena. Pero una serie de inconvenientes no previstos (entre ellos la falta de colaboración del capitán Santiago Lincogur, encargado de acompañarlo) tras largos meses de estadía en Mendoza debió volver a Tucumán, al promediar 1820.

Casi 89 años

Siguieron pasando los años. Vimos, al comienzo de esta nota, la energía con la cual en 1826, a los 85 años, se presentó a la Sala de Representantes de Tucumán para oponerse al contrato minero con los ingleses.

Diego León de Villafañe murió en Tucumán el 22 de marzo de 1830. En sus apuntes, su sobrino dilecto, el después obispo José Agustín Molina, escribió: “Hoy 22 de marzo de 1830 a las 2 y tres cuartos de la mañana, murió el respetable y ejemplarísimo Padre Ex Jesuita D. Diego León Villafañe en la edad de 88 años, once meses, conservándose hasta el fin de su vida robustísimo. Yo lo auxilié hasta su último suspiro, edificado de su paciencia y demás virtudes, en las que fue un modelo del clero. Quizá en toda esta República Argentina no habrá sacerdote más digno que este verdadero hijo de San Ignacio. Requiescat in pace”.

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