“De silla” y “de carga”

“De silla” y “de carga”

Las mulas, fundamentales durante siglos.

MULAS DE CARGA. Frente al Cabildo de Salta, las fotografió Eric von Rosen para su libro, de 1904, “Un mundo que se va”. MULAS DE CARGA. Frente al Cabildo de Salta, las fotografió Eric von Rosen para su libro, de 1904, “Un mundo que se va”.

Desde tiempo inmemorial y hasta bien entrado el siglo XX, para viajes y para comercio entre las provincias del norte y el Alto Perú, resultaban fundamentales las mulas. En sus “Tradiciones históricas”, Bernardo Frías (1866-1930) les dedica varios párrafos. Podían ser “de silla”, o “de carga”. Las “de silla” eran “hermosos animales”, y los escogían, “para cabalgar en ellos, los viajeros de posición y fortuna. Altas, fornidas, lleno el pecho de bríos, los ojos de vivacidad, los nervios siempre dispuestos a inquietarse. Alazanas, tordillas, pardas, era generalmente su color”.

Los mejores ejemplares no eran del norte, sino que se traían de San Juan. Gracias a la tarea de los “chalanes”, adquirían “un andar tan suave, tan cómodo”, que excedía toda ponderación. Su “paso de viaje, preferido entre todos los andares que pudiera ofrecer, era el ‘marchado’, que unas lo tenían corto, otras tan largo como el tranco alemán”. Así, igualaban el trote, “largo también, y de mucho avance”, de los caballos.

Pero había que tener cuidado con las patadas. Bien sabían los jinetes, que “la patada de la mula era la más terrible de las coces, y la daba ante cualquier nerviosidad que molestara su sistema. Y también daba mordiscos como el perro; tenía enfurecimientos como el toro; y a veces, cuando le venía el ímpetu, del seno de su mansedumbre arrancaba a los corcovos; se tendía a la menor sorpresa y trataba al amo como enemigo de muerte”. En suma, por buena que pareciera, “no era, a decir verdad, animal de confianza”.

En cuanto a las mulas “de carga”, de aspecto y porte muy inferior a las de silla, antes de acondicionarlas había que tapar sus ojos y orejas con el poncho. Esto permitía colocarles sobre el lomo ese aparejo que era como un “caballete forrado con un colchón de paja”. Tras asegurarlo, se acondicionaba encima la carga, parejamente balanceada hacia los costados.

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