Mamás que corren

Mamás que corren

Las mamás corremos todo el día. Corremos por los hijos. Corremos por el trabajo. Corremos por la familia. Las mamás que después de esos trotes de oficio seguimos corriendo, lo hacemos porque para dar, primero necesitamos encontrarnos. Si tuviéramos que dejar de correr por nuestras ocupaciones, entonces no lo haríamos nunca.

MAMÁS QUE CORREN. Hay mamás que se suman a la carrera por placer y para encontrarse consigo mismas. MAMÁS QUE CORREN. Hay mamás que se suman a la carrera por placer y para encontrarse consigo mismas. LA GACETA/ JOSÉ NUNO

Son las cinco y estoy aquí sentada, escribiendo. Todavía falta una hora para que suene mi despertador. Me levanté antes porque el más grande de mis hijos estaba a los estornudos, por haberse destapado. Mientras lo cubría, me acordé de cuando era un bebé: a cada rato iba a ponerle un dedo debajo de la nariz para saber si respiraba. Quise volver a dormir, pero el otro niño se había metido en mi cama y se mueve hasta en sueños. De repente, te pone una pierna en la cabeza o te clava una rodilla en la espalda. Además, la agenda de hoy ya me da vueltas en la mente. A las seis, la alarma del celular hará el mismo sonido de siempre. Y como siempre, no habrá margen para remolonear. Tendré una hora exacta para tomar unos mates, vestirme, prepararles el desayuno, cargar el lavarropas, sacar la carne de la heladera para el almuerzo y escribirle una nota a la empleada. A veces, siento que ella y el lavarropas son más importantes que el marido.

A las 7 despertaré a los niños. Los vestiré casi dormidos. Remera, pantalón, zapatillas, alzarlos hasta el inodoro, pararlos ahí hasta que hagan pis... Después, estaré a los gritos para que desayunen. “¡Mamaaaaaaá, no me gusta la medialuna quemada!”, contestará uno desde la cocina. “Mamaaaaaaaá, la leche está fea”, sumará el otro.

Los dejaré en el colegio y a las 8.30 tendré que estar delante de la computadora, en la oficina. Me interrumpirá el teléfono: será el portero para decirme que llegó el electricista. Me preguntaré por qué, alguna vez, no llaman a mi marido. Será que entre bomberos no se pisan la manguera. Igual, no tendré tiempo para distraerme ni con pensamientos. Al mediodía habrá que buscar a los chicos del colegio porque al transportista se le rompió la combi. ¿Qué más?

- Me acordaré de pasar por una librería para comprar la plastilina que les pidieron para la tarde.

- En el trayecto desde el centro hasta la escuela, me putearé con todos los automovilistas del camino.

- Pondré el manos libres y llamaré a mi casa para que esté listo el almuerzo.

- ¡Ay, las fotos! Me daré cuenta de que olvidé las fotos de mamá embarazada que tenía que llevar el más chico.

- Traerlos de vuelta al colegio a las 14.

- Retomar mi trabajo. Deberé entregar esta nota antes de las 17. Todavía me faltará llamar a tres fuentes y aparecerá mi jefe para decirme: “no dejés de venir a verme antes de irte”. “¿Qué carajo querrá a esta hora?”, pensaré.

- Al rato habrá un mensaje de mi mamá en el teléfono. Me dirá que las mochilas de mis hijos son pesadas. La imaginaré acostada en su cama y con la vista en el techo. Contestaré “ok”.

- Volaré en el auto, otra vez, para buscar a los niños a la salida de la escuela.

- A las 17.30 uno se irá al fútbol.

- El otro querrá quedarse conmigo. Que merendemos juntos, me pedirá.

- Mensaje por WhatsApp de un alumno para recordarme que hace dos semanas me mandó un escrito por mail. Todavía no se lo corregí.

- A las 18 saqué turno con el médico.

- En algún momento me tocará ir al súper. La heladera está vacía.

- El flotador. El flotador que había pedido el plomero para mañana.

- El futbolista volverá y me dirá que tiene tarea ¡Que tiene tarea a esta hora!

- Habrá que salir para la librería por segunda vez. Las madres pusieron en el grupo que les pidieron cartulina verde.

- Cómo me costará que entren a bañarse.

- ¡Dejen esa play! ¡Apaguen la play!, gritaré.

- Prepararé la cena.

- Y me iré a correr.

En rigor, a seguir corriendo. Pero desde ese momento, a correr de modo literal. Porque correr es sentir el viento en la cara. Es transpirar hasta mojarte de sudor. Es perder el control del aire acondicionado y encontrarse con el mundo; conectarse con el mundo: se corre con 40° de térmica, con nieve o bajo la lluvia. Es exigirse a niveles que rozan la destrucción porque solo en el límite está la superación. Es saber que la cabeza es el único límite. Es romper barreras día tras día, barrera tras barrera. Es ser paciente e ir de a poco. Es descubrirse indomable. Es meditar. Es volver a nuestros instintos. Es felicidad. En esta sociedad consumista, donde parece que hemos perdido la conciencia de que nos autoexplotamos y llenamos de actividades; que hemos reemplazado las relaciones por los likes; que pagamos burradas por cualquier cosa; que vivimos con la angustia de no hacer siempre todo lo que se debe, correr es nuestro tiempo afuera de ese sistema. Porque cuando se corre se tiene consciencia de hasta el último pelo. Se tiene amigos. Y no se paga: correr es gratis.

Las mamás corremos todo el día. Corremos por los hijos. Corremos por el trabajo. Corremos por la casa. Corremos por las parejas. Las mamás que después de esos trotes de oficio elegimos seguir corriendo, lo hacemos porque necesitamos ese escape; ese tiempo para nosotras. Para pensar y para no pensar. Para sentirnos bien. Si tuviéramos que dejar de correr porque estamos ocupadas, sin duda no lo haríamos nunca. Como dijo Kathrine Switzer, la primera mujer en correr con dorsal la maratón de Boston: “el sencillo gesto de poner un pie delante del otro te puede cambiar la vida”. Las madres nacemos dos veces, al menos. Nacemos cuando nacimos y nacemos cuando parimos, cuando bajamos al umbral de la muerte para traer vida. Desde ese momento en que conocemos la carita de nuestro hijo por primera vez, arrugada y sucia de sangre, nuestro destino cambia de rumbo. Durante meses, colocaremos ese dedo bajo su nariz. Un hijo es el confín de las cosas, donde empieza y termina todo. Cuando corremos, descubrimos que somos capaces de hacer mucho más de lo que pensábamos... Por ellos y por nosotras. Ninguna debería perderse la increíble sensación de cruzar una meta y ver a los hijos del otro lado, esperándonos. Al fin y al cabo, todas sabemos correr.

> Una pasión | Como en la vida misma
Soy María Rosa Aymat, tengo 54 años, soy cardióloga y una de las tantas mujeres que corren todo el día. Corren por su familia... por el colegio... por el trabajo. Y también corren para desafiar los escollos de la naturaleza en las exigentes carreras de montaña. Me inicié en la actividad deportiva cuando era una adolescente. La abandoné debido a mis estudios de grado y de posgrado. Y actualmente me reinserté en el deporte de aventura, mi gran pasión. Me gusta la naturaleza. Empecé a participar de competencias. Y llegué a correr carreras de ultra aventura internacionales. Estuve en los Alpes: corrí 100 kilómetros de una prueba non stop en los senderos del Mont Blanc, uno de los más altos de Europa. En Tucumán, todos los años me anoto en la competencia que une Yerba Buena y Tafí del Valle. Competir implica preparación, planificación y acompañamiento familiar. No importa el puesto; lo más importante es ganarse a uno mismo. Eso genera una retroalimentación. Porque al cumplir tu objetivo, tenés más fuerza para las dificultades de la vida diaria, que no son pocas.

> Sin excusas | Si no corriera, enloquecería
Mi nombre es Romina González Suppa. Soy profesora de educación física. Tengo 35 años y corro desde los 18 años. Al principio lo hacía como una terapia; como un cable a tierra para encontrarme conmigo misma. Hoy compito en pistas. Creo que no existen excusas. No puedo decir que, porque soy mamá, no puedo hacer tal cosa. Tengo tres hijas, de cinco, tres años y de un mes. Trato de darme tiempo. Si no, enloquecería. Después de que la bebé tome su teta saldré a correr. Antes de las dos semanas de haber parido, ya había vuelto a ponerme las zapatillas. Lo hago con tranquilidad, sin desesperarme todavía. Pasar de dos a tres hijos no es sencillo. Pero le ponemos onda.

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> La mejor terapia | Correr genera tenacidad y fuerza
Soy Tere Figueroa. En un par de meses cumplo los 52 años y en marzo próximo cumpliré 29 años de casada. Soy mamá de cinco (tres en la facultad y dos en la secundaria). También soy psicóloga; trabajo en un consultorio y en un colegio. Mi jornada diaria empieza a las 6.15 de la mañana. Levanto a las chicas. Hago el desayuno y también el almuerzo. Las llevo al colegio y me voy a trabajar. Mis horarios laborales y de correr se adaptan a los de mi familia: a las entradas y salidas del colegio; a danza o a inglés; al súper. Hace 10 años que corro. Mis comienzos en el running estuvieron vinculados con la llegada de mis dos últimas hijas. Cada vez que la maternidad me daba media hora libre, salía a correr con todas las ganas. Hasta que un día me inscribí en una carrera. Esa vez me di cuenta de que esto era para mí. Conocí lugares increíbles. Conocí personas increíbles. Y me conocí a mí misma. Correr es una gran terapia. Genera personalidad. Genera tenacidad. Genera fuerza espiritual y física. Todo eso, con sólo ponerse una zapatillas. Corro porque me llena de vida. Porque me da felicidad. Porque resuelvo asuntos y hago listas de pendientes. Tengo dos lemas: para hacer lo que te gusta, sos todo lo que necesitás. Y si te regalás un tiempo para vos, seguro que el tiempo que les darás a los demás será mejor; ya cumpliste con vos misma.

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Happy hour | Cuando corro resuelvo los problemas
Me llamo Analía Rodríguez, tengo 41 años y tres hijos: Augusto, Josefina y Benjamín, de entre 13 y cinco años. Soy abogada y ama de casa. Después del nacimiento del más pequeño, empecé a caminar por la avenida Perón. Hoy, soy una adicta al running. Uno empieza caminando y el cuerpo te va pidiendo más. Te pide correr. A diferencia de lo que cualquiera podría pensar, correr no te cansa: te descansa. Cuando corro resuelvo aquello que estuvo todo el día dándome vueltas en la cabeza. Cuando corro, no pienso ni en qué voy a cocinar ni en las obligaciones. Cuando corro, me inunda una felicidad casi química; es mi happy hour. Esto se ha transformado en un estilo de vida. En mi placard hay zapatillas y remeras. Y si estoy alterada o gritona, los chicos me dicen: “mamá, ¿no corrés hoy?”. Ellos van a todas mis carreras. Cruzo, ultimísima, el arco de llegada. Igual creen que soy primera. Su mamá es una campeona. Josefina tiene autismo. Desde hace cuatro años, con Diego Tarkowski y la fundación Ania organizamos la versión local de la carrera azul por el autismo. El running tiene eso: una vez que entrás vos, lo hacés extensivo al resto de tu vida.

Esta nota es de acceso libre.
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