Novela que bucea en lo confesional

Novela que bucea en lo confesional

Relato familiar atravesado por una historia de amor.

SÓLIDO. Forn vuelve a entregar una obra en la cual no hay cabos sueltos, y los dispositivos literarios no funcionan en el vacío, sino que activan otros. filba - Ph SÓLIDO. Forn vuelve a entregar una obra en la cual no hay cabos sueltos, y los dispositivos literarios no funcionan en el vacío, sino que activan otros. filba - Ph
14 Octubre 2018

REEDICIÓN

MARIA DOMECQ

JUAN FORN

(Planeta - Buenos Aires)

Imaginemos un drama basado en la máxima de que “toda familia tiene su relato mítico”, e imaginemos, también, que ese relato se sostiene, invariablemente, en el autoengaño colectivo. La mera descripción de ese drama conduce a los enredos.

El bisabuelo y Almirante Manuel Domecq García tiene una hija, Akita, abuela del autor en cuestión y esposa de don Carlos Forn -el cabrón, el arribista, el dilapidador de fortunas-, padres, ambos, del padre del autor en cuestión.

Pero, a su vez, el Almirante lleva una par de cartas ocultas en el bolsillo de su pasado: por un lado, en su relación con el Japón y una compleja cadena que comprende al novelista Pierre Loti y su Madame Chrysantheme, al compositor André Messager y al Madame Butterfly de John Luther Long, y que concluye en un ejemplo más de esa indescifrable convención que es el amor. El resultado de la aventura oriental tendrá nombre y apellido propio: Noboru Yokoi. Por el otro, una niña con capacidades diferentes, madre inesperada de una mujer dada en adopción, a la sazón ascendentes de la mujer en cuestión.

Así de embrollada la cosa. Pero sigue.

El autor, en el trance de una pancreatitis fulminante que lo manda al hospital, se cruzará con esa tal María Domecq, “una mujer que según la ciencia médica debía estar muerta hacía años” producto del lupus. No sólo los une la sangre, sí el espanto de saberse fruto de una misma rama genealógica plagada de abandonos y silencios. En lo nominal vive el indicio: la una utiliza esa porción de apellido que el otro se ha quitado.

Nacerá entre ellos una relación efímera al mismo tiempo que intensa y esquiva, juntos emprenderán la búsqueda de ese bastardo japonés extraviado en la niebla del tiempo. Allí entrará a tallar el “interés ingenuo”, la curiosidad propia de ese animalito febril e inquieto que habita en un periodista de raza: “algo que no sabés va a saltar seguro. El resto depende de vos, de lo que sepas hacer con lo que hayas encontrado”.

Rasgos más, rasgos menos (nunca nada más inútil que reescribir una trama ya ideada, escrita, corregida y publicada), sobre esas confluencia de historias se construye María Domecq, de Juan Forn, recientemente reeditada por Planeta.

Maravillosa, confesional, luminosa y a la vez sombría, cruce entre experiencia y escritura, autobiografía y crónica familiar, la gran pregunta es, sí, qué de todo esto es ficción. Como toda obra de Forn, la novela -“a pesar de sus precisiones históricas”- es una maquinaria narrativa donde ningún engranaje gira en falso ni suena fuera de tempo.

© LA GACETA

HERNÁN CARBONEL

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