El amor no convencional

El amor no convencional

La diversidad pasó a ser la regla del amor románico. Ya no hay modelo, ni construcción cultural capaz de reducir la complejidad de los vínculos de pareja. De ahí que los relatos tradicionales diluyan su fuerza narrativa frente a esa libertad. Pero hay nuevas ficciones que abordan esa complejidad.

07 Octubre 2018

Por Verónica Boix

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

En estos días, la literatura se hace cargo del desafío que implica narrar las formas de la intimidad en la vida contemporánea. No es casualidad, sino la necesidad imperiosa de explorar esa emoción profunda del encuentro con otro que vuelve el mundo un lugar posible.

A partir de La ilusión de los mamíferos (Random House), la segunda novela del escritor y poeta Julián López, la intimidad tiene un lenguaje nuevo. La historia puede decirse en dos líneas: un hombre le cuenta a otro lo que vivió a su lado mientras estuvieron juntos. Eran amantes de domingo, el resto de la semana uno volvía a su familia; el otro esperaba.

La voz de ese hombre reconstruye el tiempo compartido como si se quitara del cuerpo las esquirlas de un espejo roto. Un espejo que le devolvía la mejor imagen de sí mismo, seguro de la imposibilidad de recuperarla. De ahí que el relato suene a una letanía como el aullido de un lobo expulsado de la luna.

En las escenas aparecen las calles de Buenos Aires, el narrador observa los lugares habituales y los rescata del olvido al que parecen estar destinados. Algo similar sucede con sus familiares más queridos, su padre y su abuela. En un puñado de imágenes queda expuesta la esencia de esos dos vínculos que le dieron el impulso suficiente para vivir un amor fuera de las convenciones.

Si en Una muchacha muy bella (Eterna Cadencia), la primera obra narrativa de López, un nene procuraba reconstruir en su memoria a su mamá desaparecida, en esta novela un hombre hace algo similar con su ex amante. Es decir, el amor persiste frente al vacío del otro; necesita un duelo para poder seguir. El mundo interior se proyecta en el espacio que la pareja compartía, el sabor de huevos revueltos, silencios mutuos, el sonido de un disco de vinilo, la luz del sol resbalando por el balcón. Las imágenes sensoriales y las metáforas traman la textura de sus encuentros. Puede ser que los detalles mínimos, en el fondo, no solo contengan la clave de su historia, sino de la materia del amor.

Impulso irrefrenable

Resulta curioso que en Hasta encontrar una salida (Compañía Naviera Ilimitada), la tercera novela de Hugo Salas, ocurra algo similar. Solo que lo hace desde un registro casi opuesto. La historia comienza con Ana Karina, un ama de casa de clase acomodada que quedó atrapada en las aspiraciones sociales -la referencia a Ana Karenina, el gran personaje de León Tolstói, es evidente y produce un impacto inicial cómico-, sale por error de la autopista y se pierde en un asentamiento rodeado de un basural. El accidente la lleva a cuestionarse el lugar que ocupa, su maternidad y el deseo. Muy rápido la trama revela que ella era profesora universitaria, poeta y mantiene una pareja abierta con su esposo. La sensación de vacío la acompaña y solo logra disiparla cuando conoce a Alejo, el empleado del vivero que armó Jeff, un inmigrante norteamericano radicado en el país, luego de su carrera como artista porno en Hollywood. La mirada de cada uno de ellos va a ser el eje de las tres partes en las que está dividida la historia.

A decir verdad, el cambio de perspectiva hace que cada uno, a su turno, revele algo sobre la historia del otro que lo modifica. Al mismo tiempo las peripecias que les toca atravesar a lo largo de sus vidas, en un tono por momentos irónico, por momentos despiadado, muestran una manera diferente de abordar la relación con el cuerpo, con el deseo, con los sueños de realización personal. De ahí que el amor nunca se nombre, simplemente irrumpa en el choque con el otro.

Pensándolo un poco más, el paralelo con la novela de Tolstói no se limita al personaje. De algún modo, las dos historias juegan con las convenciones de la época y revelan la distancia que genera perseguir las aspiraciones sociales contra la verdadera esencia del deseo personal. Solo que Salas traslada el centro de la cuestión al territorio del sexo, mientras que Tolstoi prefiere dejarlo afuera y dar prioridad a la moral religiosa de su tiempo. De ahí que la historia se sustenta en el encuentro de los cuerpos como medio de desarmar los roles establecidos: actores porno, amigas, amantes, escorts, vecinos, parejas abiertas, esposos. No hay etiqueta capaz de detener el impulso vital de descubrir la propia identidad.

De un modo honesto, ambas novelas dejan a la vista que el amor se desliza como un animal salvaje ávido de salir de sí mismo y llegar a otro y, al mismo tiempo, asustado de lo que puede provocar ese encuentro.

© LA GACETA

Verónica Boix - Periodista cultural.

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