Los 333 años de San Miguel de Tucumán

Los 333 años de San Miguel de Tucumán

Hace 333 años, ocurría un hecho trascendental en la historia provincial: se producía el traslado a su actual emplazamiento de San Miguel de Tucumán que había sido fundada en el paraje de Ibatín por el capitán Diego de Villarroel, por orden del gobernador Francisco de Aguirre. Ello ocurrió el 31 de mayo de 1565, y permaneció en ese lugar a lo largo de 120 años.

El gobernador Fernando de Mendoza y Mate de Luna ordenó el 24 de septiembre de 1685 el traslado de la ciudad al lugar actual conocido entonces como La Toma. Las razones de la mudanza se debieron no solamente a los desbordes del río Pueblo Viejo y al clima insalubre (los mosquitos que trasmitían el paludismo, las mangas de langosta, la mala calidad del agua), sino al hecho de que el camino del Alto Perú, que pasaba por Ibatín, había sido lentamente reemplazado por otro que ofrecía mayor seguridad ante los ataques indígenas. El teniente de gobernador, Miguel de Salas y Valdés se ocupó del traslado; el 29 de septiembre, con una misa cantada con sermón, empezó la nueva etapa de la ciudad. Un dato remarcable de esta refundación es que estuvo a cargo de hombre nacido en la región del Tucumán y no de españoles.

Con el transcurrir de los siglos, la ciudad, que albergó el Congreso que declaró la independencia nacional en 1816, ha venido perdiendo identidad como consecuencia de la constante depredación de su valioso patrimonio arquitectónico. Pero también afronta otros problemas que todavía no han encontrado la solución más conveniente.

El reordenamiento del tránsito es uno de los problemas centrales que no ha encontrado una salida. Circular en vehículo por el centro de la ciudad en las horas pico es cada vez más penoso y frustrante. Las calles angostas, el incremento notable del parque automotor en los últimos años, especialmente de las motocicletas, los bocinazos, las transgresiones viales generan un clima perturbador para el conductor y el transeúnte. La promoción de la bicicleta como medio de traslado y la construcción de ciclovías podrían

Otro de los asuntos que nos dan mala fama, es la falta de higiene. A menudo, los accesos a la ciudad, pese a que se los limpia -quizás no con la frecuencia que se debería- lucen sucios, con botellas de plástico, bolsas de polietileno, papeles, hasta residuos orgánicos, que conforman un paisaje desagradable que golpea la vista del visitante. En lugar de tirar los envoltorios de caramelos, cigarrillos, galletas o chicles, o los envases en lata de gaseosa o cerveza en los cestos de basura, el tucumano sigue prefiriendo el piso como destino.

El mejoramiento del transporte público (ómnibus y taxis) sigue siendo una cuestión pendiente, hay muchas unidades cuyo estado deja mucho que desear; debería diseñarse una política sobre conservación del patrimonio arquitectónico consensuada con la provincia para que en nombre del progreso la piqueta siga tirando por tierra los pocos inmuebles valiosos que aún quedan en pie.

Sin duda, la vida cultural intensa en las distintas expresiones del arte es uno de los motores de San Miguel de Tucumán, un motivo de un orgullo que al mismo tiempo, contrasta con nuestra falta de educación urbana. La participación cívica contribuiría también al surgimiento de dirigentes con mayor vocación de servicio y más comprometidos con la sociedad.

¿Qué hace cada uno de los tucumanos para mejorar la ciudad, para volverla más higiénica? A diario nos quejamos, pero poco o nada hacemos para aportar un grano de arena y convertirla en un lugar que nos brinde mayor calidad de vida. Una ciudad es siempre el reflejo de sus habitantes.

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