Cedieron los tensores, así de fácil

Cedieron los tensores, así de fácil

No vamos a pecar de necios con anteojeras. Puentes se caen en todas partes; sin ir más lejos, el mes pasado colapsó uno gigantesco en Italia y murieron 35 personas. Y se supone que era una obra de ingeniería absolutamente primermundista. Pero convengamos en que algo tenemos los tucumanos con los puentes, ¿no? Da la sensación de que por estas tierras se desmoronan con un poquito más de facilidad.

El antropólogo Marc Augé destaca que la aldea global está salpicada por no lugares. ¿Qué es un no lugar? Un espacio transitorio, carente de la entidad suficiente como para que nos permita relacionarnos. Un aeropuerto es un no lugar. O una terminal de ómnibus. Un puente es un no lugar. Nadie habita en un puente (aunque sí debajo de algunos, pero esa es harina de otro costal). Nadie se junta a tomar café en un puente. Sería casi milagroso encontrar el amor en un puente (pero debe haber sucedido). El problema con los puentes es que dependemos de ellos y, en nuestro carácter de usuarios-rehenes, nos jugamos en la vida en el simple acto de cruzarlos. No debería ser así, pero la realidad es aplastante.

En marzo de 2015, una crecida del río Jaya se llevó el puente que conectaba el Parque Nacional Los Alisos con el resto del mundo. Desde ese momento la afluencia de visitantes a una de las maravillas naturales que ofrece Tucumán cayó en picada, porque para llegar a Los Alisos hay que atravesar un vado sólo apto para caballos o vehículos acondicionados a tal efecto. Ese puente se había inaugurado apenas dos años antes, en 2013. Quienes lo construyeron fallaron en el cálculo de la potencia que puede alcanzar el agua en época de tormentas, o sea, cada verano. Los usuarios-rehenes de una estructura que se esfumó se preguntan cuándo y cómo podrán visitar Los Alisos sin verse obligados a practicar deporte aventura.

Las inundaciones de 2015 y 2016 resultaron tan feroces que en total fueron 16 los puentes averiados (y a cuatro de ellos debieron reconstruirlos desde cero). La culpa siempre es del clima, jamás se pone sobre la mesa la praxis –buena o mala- de quienes ejecutan las obras. Pero ayer no estaba lloviendo ni soplaban vientos huracanados cuando “cedieron los tensores” y el puente se vino abajo en Manantial Sur.

Los peritos deberán determinar si el puente se cayó por: A) estaba mal construido; B) no fue proyectado para soportar tanto peso; C) los actos de vandalismo fueron minándolo hasta dejarlo al borde del colapso. Ahora bien, si la estructura se derrumbó cuando pasaba un camión cargado con ripio y ninguna señal desaconsejaba el tránsito pesado por la zona, el sentido común lleva a descartar el punto B. O sea, si no estaba preparado para aguantar el peso de un camión alguien debió ocuparse de advertirlo, ¿verdad? La pregunta es, ¿hastá qué punto puede el vandalismo ser responsable de que “cedan los tensores”? Para la empresa constructora (Falivene) y los funcionarios encargados del control (la Secretaría de Obras Públicas y Vialidad Provincial bajo gestión alperovichista) el margen de maniobra es estrechísimo.

La cuestión es que, si no se caen, los puentes se agrietan. Sí, en este caso la grieta no es una metáfora sobre lo mucho que nos divertimos los argentinos transitando por veredas diferentes, sino una amenaza para la integridad de quienes cortan camino para llegar de Suipacha a Marco Avellaneda y viceversa. En otras palabras: no sólo hay que estar atentos a los amigos de celulares, zapatillas y mochilas ajenas, siempre activos –sobre todo a la siesta-. Además de haberse convertido en un no lugar paradisíaco para los ladrones, los puentes peatonales presentan fallas estructurales. “No son graves”, dijo un funcionario. Menos mal.

El episodio no puede sorprender, tratándose de una obra colmada de contratiempos desde su nacimiento y eje de una de las tantas polémicas entre la Provincia y el municipio capitalino. Que es mío, que es tuyo, que yo lo inauguro, que yo lo parquizo, que yo no hago nada… Ese es el vergonzoso nivel del debate protagonizado por el gobernador y el intendente, a través de sus voceros, en torno a un espacio que no podía encontrar otro destino: desangelado, sin identidad, defectuoso, inseguro y, de postre, agrietado. Pero tranquilos, no es grave.

El usuario-rehén no puede cruzar a nado o volando. Debe pasar, necesariamente, por puentes que mira con desconfianza. No es que sea mal pensado, es que conoce los bueyes con los que ara y la sociedad de la que le toca formar parte. Así que, lanzado a la experiencia, no le queda otra que pensar: “ni siquiera por un no lugar se puede andar tranquilo”.

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