Cinco apuntes para reflexionar sin calma

Cinco apuntes para reflexionar sin calma

Es bastante usual hoy que las conversaciones salten de un tema a otro casi sin pedir permiso, como si hiciéramos zapping cuando hablamos. Quizás tenga que ver con que la vida actual es multitask (multitarea) durante las 24 horas. Hacemos varias cosas al mismo tiempo. Sólo con el celular atendemos diez o más asuntos a la vez, por diferentes canales de diálogo.

Así nos encontró la otra noche echando una parrafada sobre algunos tópicos de la semana y otros asuntos no tan comunes, al cabo de la cual nos quedó como corolario una pregunta: ¿será que todo tiene que ver con todo, inequívocamente?

Números fríos, efectos calientes

Parece que en algún momento de la historia olvidamos que la economía nació como una ciencia social, cuyo objeto era estudiar la distribución de los recursos escasos para satisfacer las necesidades del ser humano. “Simple, introductoria, casi ingenua, la definición no vuelve a repetirse en casi ninguna de las clases avanzadas de la economía actual”, sostiene el economista dominicano José Manuel Guzmán Ibarra. De a poco, fuimos transformando a la economía en una ciencia exacta, en un asunto de banqueros y financistas que aprietan un botón inanimado y hacen volar en pedazos a un país entero. “A priori, no sería necesario estarlo repitiendo a lo largo de las clases de economía. Sin embargo, en el ejercicio profesional, pareciera que el único objeto de la ciencia económica es una muy diferente: la acumulación del dinero en pocas manos”, entiende Guzmán Ibarra. “La mayoría de los economistas no sólo olvidaron la definición introductoria, sino que también olvidaron que los padres de la ciencia económica consideraban que la riqueza en general es un fenómeno social, y como tal, el objeto de la economía, aún sin ser moralizante, parte de una distribución de la riqueza y no de su acumulación”, continúa el docente. “Si bien los socialismos que hasta ahora conocimos fracasaron, también lo ha hecho este capitalismo que habla de mercados cuando se refiere a intereses y que habla de distribución cuando se refiere a concentración. Hay que volver al objeto original de la economía: la distribución de la riqueza”, concluye.

La crisis, sin crítica ni criterio

La etimología nos enseña que la palabra crisis proviene del griego krisis, que a su vez deriva del verbo krinein, que significa separar o decidir. Por crisis se entiende algo que se rompe, y como se rompe hay que saber por qué. De allí el concepto de crítica, que quiere decir análisis o estudio para emitir un juicio, o también criterio, que es el razonamiento adecuado sobre una idea o suceso.

Los emprendedores “vende humo” suelen repetir que para los chinos “crisis” significa peligro más oportunidad. Entonces, ante una crisis, pueden salir del paso diciendo “¡vamos para adelante!”. Un estudio del periodista porteño Fabio Baccaglioni concluye que este es un error que no lo inventó, pero si lo popularizó, el presidente John F. Kennedy, quien utilizó el concepto en varias arengas políticas. En la escritura ideográfica china crisis es la suma de dos caracteres (peligro y oportunidad), pero separarlos es un error, porque por sí solos significan algo muy distinto. De allí la equivocación. Para los chinos, crisis es crisis y punto.

Hecha esta aclaración, no existe un argentino con vida que no haya coexistido con entre una y 20 crisis, económicas, políticas, militares, ya sea si acaba de nacer con el dólar a $40 o si ya cumplió 92 años y nació en 1930, con el primero de los seis golpes militares del Siglo XX. A los argentinos nunca nos faltaron crisis, son casi constantes, cíclicas y similares, aunque carecimos de sus derivados etimológicos: no tenemos ni tuvimos crítica para saber por qué, ni criterio para emitir un razonamiento adecuado que nos permita aprender de nuestras eternas crisis.

Una interview resbaladiza

Lo que ocurrió el miércoles en los estudios televisivos de LA GACETA fue histórico, aunque para muchos puede haber pasado desapercibido. Por segunda vez -la primera fue el año pasado-, el gobernador Juan Manzur se sometió a una entrevista en vivo, en un canal de aire, dispuesto a que le pregunten todo, sin condicionamientos previos, durante el programa “Panorama Tucumano”, que conducen Federico van Mameren y Carolina Servetto. Más allá de que para responder Manzur es hábil, más resbaladizo que un jabón en la ducha, las preguntas se hicieron. Luego será el espectador quien saque sus propias conclusiones, sin direccionamientos maniqueos, como debiera ocurrir siempre.

No recordamos, desde la vuelta de la democracia, que un gobernador tucumano accediera a una entrevista de estas características. En otras provincias esto es habitual, incluso los debates televisados de los candidatos son norma, pero lamentablemente en Tucumán la información pública es escasa (por eso no tenemos ley), y el poder es reacio al libre ejercicio del periodismo. Celebramos esta decisión de Manzur, que insistimos, no responde todo lo que quisiéramos, pero marca un punto de inflexión en favor de la calidad institucional y democrática de una provincia tan bastardeada por la política.

Los peronistas y los gerentes

Que el peronismo nunca fue bueno para los números es un hecho fáctico. La sanguinaria dictadura del 55 encontró un Estado quebrado, que los militares fundieron más aún, justo cuando Juan Domingo Perón había iniciado unos años antes una salida del estatismo para avanzar hacia una clara alineación con los EEUU, en pos de una economía más liberal. No pueden negarse los valiosos avances que conquistó el peronismo en derechos civiles, leyes laborales, dignificación de la clase trabajadora y en el descenso de la pobreza, pero lo cierto es que los ejercicios contables del Estado argentino quedaron todos en rojo.

El macabro golpe del 76 encontró un país casi disuelto por Isabelita y la Alianza Anticomunista Argentina, país que también los militares hundieron más aún, y luego Carlos Menem le entregó a Fernando de la Rúa una bomba de tiempo que no tardaría en explotar.

Después los Kirchner, que también lograron importantes avances en materia de derechos civiles y mejoras salariales, dejaron un país sin deuda externa, pero con una inflación en alza y una maquinita de imprimir billetes imparable y a punto de romper bielas.

Ahora llegó el turno de los CEOs, los mejores gerentes de la Argentina, que venían a dar cátedra de economía y a solucionar en un semestre los desaguisados del populismo. En casi tres años de gestión ya se llevaron “mercado” a marzo, la única materia que los gerentes jamás podían desaprobar. También fueron aplazados en “Finanzas públicas”, “Costos”, “Impuestos I”, “Impuestos II”, “Crédito”, “Comercio internacional” y “Política fiscal”. Sin explicar nunca cómo, el presidente Mauricio Macri repite a cada rato que “vamos a estar bien”, mientras los asientos contables ya pasan de colorado a borgoña y los mejores pronósticos anuncian más pobreza para 2019, aunque seguramente maquillada con populismo electoralista.

La tecla grave y las emociones

En la música minimalista a veces se cometen “errores” que son como puertas que se abren hacia otras dimensiones. Sucede en toda la música y en todas las artes, pero en el minimalismo, por su aparente simpleza, es más evidente. Autores como Ludovico Einaudi, Jeroen van Veen, Yann Tiersen, Philip Glass o Michael Nyman, este último quizás más popular por su música en la película “La Lección de Piano”, introducen “errores” en sus melodías, como por ejemplo golpear muy fuerte la tecla más grave hasta hacer tiritar los alambres y crujir la madera del piano, porque estas imperfecciones nos hacen tomar conciencia, justamente, de lo perfecta que es la melodía que estamos escuchando. El error hace más perfecta una composición y, sobre todo, nos despierta y nos obliga a pensar.

Esto ocurre porque estamos hechos de emociones, aún en el pensamiento más lógico, crítico o científico. Y es así en todos los órdenes de la vida, no sólo en el arte, también pasa en las relaciones humanas, en el sexo, en el deporte, en la violencia, o en los temas que abordamos antes, como la economía y la política.

Lo que muchas veces tenemos como verdades reveladas o absolutas, no son más que emociones, sensaciones, percepciones (prejuicios), a partir de las cuales construimos palabras, ideas y pensamientos. Y luego, claro está, tomamos decisiones. Porque en ese mar de dudas y miedos que somos, existe una sola certeza palmaria, que se nos presenta como un tronco en medio del río: lo único real son las emociones.

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