“La vida como un match”

A ver quién corre más rápido, quién salta más alto, quién vuela más lejos, quién pega más fuerte. Quién recauda más dinero, quién gana más títulos, quién responde primero.

Quién sabe más, quién se recibe en menor tiempo, quién escribe mejor, quién resuelve más problemas y se equivoca menos, quién tiene la palabra justa y la razón siempre.

Quién compra la casa más bonita, el auto más lujoso, el viaje más lejano, el plato más exótico.

“La vida como un match”, escribió en 1927 el peruano César Vallejo desde París, en una de sus tantas clases magistrales de periodismo interpretativo.

Con pavorosa actualidad, el autor de “Trilce” nos advertía hace 91 años acerca de que la modernidad estaba trayendo aparejada una vida más competitiva, menos contemplativa, con cada vez menos espacios para la reflexión y la meditación, los senderos más oportunos, sino los únicos, hacia la cima del equilibrio y la calma interior, es decir, hacia la sabiduría.

Mientras, se van imponiendo los índices de cantidad por sobre los estándares de calidad. Lo mucho antes que lo bueno, lo rápido antes que lo correcto, lo fácil antes que lo adecuado.

Suele definirse al talento como la diferencia entre quienes hacen las cosas y quienes las hacen bien.

Vivir mirando al otro

“El sentimiento o quizás sólo el prurito del record, cunde en todas las esferas de la vida. Ya nadie hace nada sin mirar al rival y sin tener en vista la meta que ha de sobrepasar a todas las metas alcanzadas hasta ahora. El aviador vuela, ya no por natural y libre vocación de vuelo, sino por hacer lo que los otros aviadores no han hecho todavía. El danzarín danza, no ya por gana libre y natural de moverse rítmicamente, sino por hacer lo que los demás danzarines no han hecho todavía”, se quejaba Vallejo a través de su pluma.

Conseguir más seguidores en las redes sociales es hoy una competencia que moviliza a millones de jóvenes a fuerza de glúteos, escotes y músculos. Es como un “título de nobleza” en una sociedad que exhibe con ordinariez sus bienes, sus viajes, sus trofeos y sus conquistas materiales. Y, sobre todo, su verdades irrefutables, a los gritos, siempre a los gritos.

Ostentamos demasiados logros deportivos, artísticos o económicos, hazañas físicas, descubrimientos inéditos, actividades únicas y exclusivas, y aseveraciones inequívocas, pero en cambio mostramos muy pocas derrotas, equivocaciones y fracasos, que son en definitiva de donde surge el aprendizaje genuino.

Falsos perfiles de vidas editadas, en donde somos todos bellos, inteligentes y felices, sin lugar para los perdedores, los débiles y los menos agraciados. No hemos dejado ni un resquicio para la duda ni para el humilde desconocimiento.

Las redes son sólo un ejemplo de este descenso, un emergente de una derrota cultural en la que están ganando, ya no una batalla sino la guerra, la mediocridad, la avaricia, la soberbia, el materialismo, el ventajismo y el frívolo hedonismo.

“El hombre conquistó el mundo de las cosas pero con un gran riesgo para su alma... Él mismo se transformó en cosa”, escribió Ernesto Sábato en 1977, en “La crisis del hombre de hoy”.

Nuevos sordos y mudos

Nunca antes en la historia el hombre pudo comunicarse tanto, tan fácil, tan rápido y tan barato. Incluso gratis, por internet, podemos hablar y vernos cara a cara en tiempo real. Algo que ni la ciencia ficción más delirante imaginó hace tan sólo 50 años. Sin embargo, tremenda paradoja, nunca antes también conversamos tan mal y tan poco.

Estamos perdiendo la capacidad de escucharnos y en medio de una montaña de recursos tecnológicos nos estamos convirtiendo en emisores sordos y ciegos de nuestras vanidades y pedanterías.

“El hombre se mueve por cotejo con el hombre. Es una justa, no ya de fuerzas que se oponen francamente, que sería más noble y humano, sino de fuerzas que se comparan y rivalizan, que es necio y artificioso. Hoy el hombre no puede ya vivir y avanzar por su propia cuenta, es decir, mirando de frente, como lo quiere el orden paralelo de las cosas, sino que vive y se desenvuelve teniendo en cuenta el avance y la vida de los demás, es decir, mirando oblícuamente el horizonte”, analizaba Vallejo en otro párrafo de “La vida es un match”.

Si sólo la búsqueda del placer y la competencia son el único motor para avanzar, entonces vamos directo a chocar contra el muro de una vida egoísta y mediocre. Más temprano o más tarde los resultados no serán otros que la frustración, la peligrosa desorientación existencial, y el vacío interior que no termina jamás de llenarse con cosas.

Estos males modernos afectan a todo el mundo por igual, pero las sociedades que tienen más espalda cultural, más anclaje histórico en sus actos y decisiones, y más convencimiento de que sólo el esfuerzo conduce a la calidad (de vida), son sociedades en donde la fantasía de las vanidades y el virus del consumismo producen menos daño.

En sociedades como la argentina, en donde la picardía, el irrespeto y la deshonestidad son virtudes sin distingos de clases, y donde la cultura es sarasa para nerds y debiluchos, es lógico que nos pase lo que nos pasa.

Porque una sociedad soberbia conducida por gente que esgrime sólo sus triunfos y en donde cada cual siempre tiene la razón, el único destino es el descalabro. Porque no se ha inventado otra forma de aprender que no sea a través del fracaso, y un país que no admite sus derrotas no aprende nunca.

Un éxito tras otro

Así pasamos del mejor gobierno de la historia en el decenio ganado al mejor equipo de los últimos 50 años. Menos mal que no padecimos malos gobiernos, de lo contrario quizás habría 15 millones de pobres, un 40% de inflación y una docena de problemas endémicos e incurables como la inseguridad, la corrupción y el pillaje político-empresario.

“La vida, como match, es una desvitalización de la vida, como diría Antenor Orrego. Pulpa moral del match es la esclavitud...”, nos advertía Vallejo.

Cuánta razón tenía el peruano. Pulpa moral del nocivo match que los argentinos jugamos desde hace 200 años, sin reconciliaciones profundas, sin espacio para los humildes de corazón, para el reconocimiento del acierto ajeno y del error propio. Match o competencia que nadie quiere perder nunca, entonces no hay derrotas que nos enseñen, sino sólo éxitos que cada día nos embrutecen más, mientras los años siguen pasando en vano. Porque además, de un pueblo ignorante, soberbio y tramposo jamás podrán surgir líderes para el desarrollo.

Sobre el final de “La vida es un match”, el autor de “España, aparta de mí este cáliz”, aclaraba: “Una cosa es el record de la vida y otra cosa es el triunfo de la vida. La vida no es guerra ni farsa de guerra. Apenas es estímulo y noble emulación…”. “El match supone, pues, al vecino y al espejo. El match se hace, otras veces, por amor propio, por patriotismo, por ganar dinero, por tantos otros móviles estúpidos y egoístas, en que la malicia del hombre se mezcla al buen sudor del animal”.

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