Olivier Messiaen: Una liturgia de trinos en el dolor

Olivier Messiaen: Una liturgia de trinos en el dolor

El músico francés fue uno de los grandes compositores del siglo XX. En manos de los nazis. La solidaridad con Miguel Ángel Estrella.

Un mirlo -tal vez un ruiseñor- anticipa su soledad en la madrugada. Tal vez intuye que sus trinos acariciarán horas después, por un momento, los corazones del miedo y el horror. La nieve sepulta ahora la jornada; acalla los pájaros en un campo de la nada. Görlitz (Polonia), 15 de enero de 1941. Unos 400 prisioneros y guardias abrochan la esperanza a un cielo gris. Curas, médicos, militares, obreros, campesinos, han arrimado sus manos al fogón de las corcheas para ahuyentar la crueldad nazi. Cuatro músicos trepan al improvisado escenario. Asientan el alma en rengos instrumentos. El piano estira sus brazos a un chelo de solo tres cuerdas, mientras el clarinete dialoga con un inválido violín. Un ángel dibuja en el aire funestos presagios. La fe de los pájaros está inundando el Stalag VIII-A, del campo de concentración. “El cuarteto para el fin de los tiempos” está conjugando un rezo. La obra concluye. El compositor y pianista espía los rostros. La emoción ha regado las lágrimas. “Nunca fui escuchado con tan profunda atención y comprensión”, confiesa.

Avignon, morada de papas. El 10 de diciembre de 1908 ha visto nacer el alma de pájaro de un changuito. La Gran Guerra no lo sorprende sobre el puente, sino en Grenoble. “Mi madre era poetisa y mi padre, profesor de inglés -llegó a traducir todo el teatro de Shakespeare-. De niño leía mucho. Mi madre me ayudaba porque todos los hombres estaban en la guerra. Amé la música espontáneamente. No sé por qué me estremeció; lo cierto es que la primera vez que me senté al piano comencé a tocar y luego a componer música canóniga sin saber quién era Bach”, dice.

A los 11 años, la curiosidad lo asoma a una capilla. “Fue para mí un deslumbramiento de color; comprendí entonces que la música era color. Cuando hago un acorde, siento en mi cabeza el color correspondiente”. Vitrales. Rumores de órgano. Un aroma de religiosidad germina en la piel de su alma. La fe católica no abandonará su música ni sus pensamientos.

Ojos que no ven

Ojos que no ven, corazón que siente. La miopía lo esconde tras gruesos anteojos. “Siempre pensé que quería ser compositor. Tuve que luchar con mi madre, con mis profesores en la clase de piano. Mis maestros querían que fuera pianista u organista. Pero yo dije no: ‘trabajo el instrumento porque hay que hacerlo, pero yo quiero ser compositor’. Luego me convertiría en un buen improvisador del órgano”.

1939. Francia le declara la guerra a Alemania. Es llamado a filas como auxiliar médico; la vista corta lo salva de las trincheras. 1940, junio. Los alemanes lo capturan y lo mandan a Polonia. Se aferra a los pentagramas. El clarinetista Henri Akoka, el violinista Jean le Boulaire y el chelista Ètienne Pasquier son sus laderos. Un guardia le contrabandea papel y lápiz. Los pentagramas fluyen. “Estoy convencido de que la alegría siempre vence al dolor y la belleza al horror”, piensa.

Es propietario de una de las llaves de la música contemporánea. El Conservatorio de París lo tiene por docente durante 40 años. Varios de sus alumnos -Pierre Boulez, Karlheinz Stockhausen- hacen camino al andar. Ama los pájaros. Imita sus trinos en la música. “Los pájaros son verdaderamente músicos y yo intento reproducir esa belleza de la creación colectiva. La melodía es el elemento más noble de la música y es el fin principal de nuestra búsqueda… Dodecafonismo, música serial, atonal, el resultado es el mismo: una música sin color, gris y negra... Salvo para expresar un sentimiento terrible, miedo, angustia... No veo emoción en ese lenguaje que ha querido abolir la resonancia. Me temo que el amor está ausente en ese universo”.

Es amigo, un hermano de los pájaros, laten en sus pentagramas las plegarias de San Francisco de Asís. Le agradece dedicándole una ópera. “La Naturaleza, los cantos de los pájaros, son mis pasiones, también mis refugios. En las horas sombrías, cuando mi inutilidad me es brutalmente revelada, cuando todos los lenguajes musicales, clásicos, exóticos, antiguos, modernos y ultramodernos, me parecen reducidos al resultado admirable de pacientes búsquedas, sin que nada detrás de las notas justifique tanto trabajo. ¿Qué hacer, sino recobrar su verdadero rostro, olvidado en alguna parte del bosque, del campo, de la montaña, a la orilla del mar, en medio de los pájaros? Aquí es donde reside para mí la música. La música libre, anónima, improvisada por placer, para saludar al sol naciente, para seducir a la amada, para gritar a todos que el prado y la rama son nuestros, para cortar toda disputa, disensión, rivalidad, para dispensar la plenitud de energía que borbotea con el amor y la alegría de vivir, para horadar el tiempo y el espacio y hacer con sus vecinos de hábitat generosos y providenciales contrapuntos, para adormecer su fatiga y decir adiós a la porción de vida que se va cuando cae la tarde”, reflexiona.

Esposas y una amante

Se casa dos veces. Tal vez las dos primeras, son con el corazón: la violinista y compositora Claire Delbos (se la llevó un cáncer) y su alumna, la pianista Yvonne Loriod, con quien desanda el amor en el teclado. La tercera, es una amante del alma: la música. En su pulso late fuerte la defensa de los derechos humanos. Pide con Nadia Boulanger y Yehudi Menuhin a la dictadura uruguaya la liberación del pianista tucumano Miguel Ángel Estrella, que alguna vez ha tomado clases con Yvonne.

Los pájaros son un catálogo, un abismo, un despertar… Aletean exóticos en sus pensamientos, en los sueños, en la respiración, en las visiones del amén. “Escribo obras musicales religiosas que son actos de fe, pero que contienen también mi admiración por la naturaleza a través del canto de los pájaros y numerosas alusiones a las diferentes estrellas de nuestra galaxia. Solo me siento responsable de mis obras, de mi familia, de mis alumnos. El que hace bien su trabajo contribuye al buen orden del mundo. Mi vida ha estado siempre orientada a un conocimiento más completo de Cristo y del universo”. 1992, abril 27. En Clichy, a orillas del Sena, los 83 sueños de Olivier Messiaen se despiertan en la oscuridad. Una liturgia de trinos lo abraza a la bondad de Jesús en el fin de los tiempos.

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