Soledad de los libros

Soledad de los libros

De Alberdi en 1837, y Pagés Larraya en 1965.

JUAN BAUTISTA ALBERDI. El célebre tucumano, retratado por Carlos Enrique Pellegrini cuando escribía en “La Moda”. JUAN BAUTISTA ALBERDI. El célebre tucumano, retratado por Carlos Enrique Pellegrini cuando escribía en “La Moda”.

No se ignora que, en sus mocedades porteñas, nuestro Juan Bautista Alberdi escribía en el frívolo periódico “La Moda”. En la edición del 9 de diciembre de 1837, el tucumano firmaba con el seudónimo “Figarillo” el artículo “Reglas de urbanidad para una visita”. En un párrafo, recomendaba: “Guárdese usted de hablar, sí sabe hablar, de literatura, de artes, ni de cosas de interés general, que aquí ni se sabe ni se quiere saber de esto entre las señoras; eso es bueno para las francesas. ¿Quién las mete a las mujeres en camisa de once varas? Las mujeres no saben hablar sino de modas y de las otras mujeres”.

Antonio Pagés Larraya dedica un lúcido ensayo a comentar este juicio juvenil del futuro autor de las “Bases”. Opina que no era tan arbitrario como parece. En 1821, más de tres lustros antes de ese párrafo, el venezolano Andrés Bello, decía, en una carta a Fray Servando Teresa de Mier, que era absurdo enviar ejemplares de su obra a Buenos Aires, “que de todos los países de América es sin duda el más ignorante, y en donde menos se lee”. Y el mismo Alberdi, muchos años más tarde, hacia 1851, en el prefacio de “Tobías”, diría que “en nuestra América, tan seria por sus desgracias y sus ocupaciones positivas, la literatura propiamente dicha carece de cultivo, ya como producción, ya como lectura”.

Pagés Larraya apuntaba, en 1965, que mucho había crecido la Argentina desde aquellos tiempos. Sin duda, “Buenos Aires es hoy una metrópoli multitudinaria, pero se sigue leyendo poco, poquísimo”. Obras “en torno a las cuales ha brotado inquietud y polémica; obras que, además, suponen un cambio radical de miras en nuestras letras, no han tenido público. Muchísimos autores escriben para sus conocidos o para un número escasísimo de curiosos”. A su juicio, “la ciudad inmensa -el país, en fin- sigue siendo, para el libro, silencioso e indiferente”.

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