La noche en que Manzur se disfrazó del oficial Gordillo

La noche en que Manzur se disfrazó del oficial Gordillo

Pasaron casi dos años de la noche en que el gobernador Juan Manzur brindaba con las autoridades de los medios de comunicación más importantes de la Argentina. Con la copa en alto, el gobernador bailaba “Oh! Carol” en el patio trasero de la Casa Histórica. La Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (Adepa) realizaba su 54 asamblea anual ordinaria y había elegido a Tucumán como sede. Cena, baile y humor cerraban ese encuentro histórico, que como todo lo que pasó en la provincia en 2016 se realizaba a propósito de los festejos del Bicentenario de la Independencia.

Era el viernes 30 de septiembre y la noche no podía ser más perfecta. Fresca. Con el cielo estrellado. Un rato antes del baile, Miguel Martín, en una versión del Oficial Gordillo disfrazado de gacetero, había hecho desparramar de la risa a todos los comensales.

“Oh! Carol, no soy más que un tonto, cariño, te amo, aunque me trates cruel, me lastimas, y me haces llorar, pero si me dejas sin dudas moriré…”

Manzur, exultante con Neil Sedaka, en cada paso de baile se sacudía del traje el kirchnerismo recién sepultado, nada menos que en la pista más simbólica de la Patria.

Con sonrisa perpetua, Manzur dejaba aflorar a su burgués oculto durante años, negaba tres veces a Cristina y se congraciaba con uno de los sectores más enfrentados a la reina de las cadenas nacionales: los medios de comunicación no alineados a las órdenes de la pauta oficial.

“Cariño, nunca habrá otra, porque yo a ti te amo tanto. Nunca me dejes, dime que nunca me dejarás. Siempre te querré como mi chica, no importa lo que hagas. Oh Oh! Carol, estoy tan enamorado de ti”.

Manzur cantaba, o movía los labios. Le canturreaba a la noche, o a la vida, quién sabe. Era un hombre feliz sin disimulo.

Poco antes, durante la cena, el gobernador había ofrecido un breve discurso. Le había dado la bienvenida a los dueños de los diarios, les había agradecido que eligieran a Tucumán como sede de esa histórica reunión, y se había comprometido a dejar atrás años de oscurantismo informativo, de stalinismo mediático, de maniquea manipulación de datos y estadísticas.

Dijo que el Bicentenario inauguraba una nueva etapa en la vida democrática de la República y de la Provincia y que se iniciaba un ciclo de diálogo y tolerancia.

Mientras los invitados degustaban los “creme brulée” y las macedonias de fruta, Manzur, con voz enfática y firme, esforzado por sonar convincente, hizo esa noche dos promesas trascendentales. Una fue que iniciaría cuanto antes una reforma política y electoral, para que no se repitieran nunca más los escándalos de las elecciones de 2015. La otra consistió en que enviaría de inmediato a la Legislatura un proyecto de Ley de Acceso a la Información Pública.

Lo aplaudieron de pie.

No era para menos.

Una Ley de Acceso a la Información Pública representaba el fin de la discrecionalidad política en el Estado. El fin de las valijas repletas de dinero en la Legislatura. Del nepotismo alevoso -con nombramientos obscenos de familiares, amantes y amigos-. De las leyes y los decretos traficados por debajo de la mesa. De las licitaciones y contrataciones truchas. De los nombramientos de jueces y fiscales amigos (o socios). De los presupuestos insondables. Y de los gastos injustificados y secretos.

“Oh Carol, estoy tan enamorado de ti”.

Esa noche a Manzur lo ovacionaron, lo sacaron a bailar y lo mimaron como si fuera el Che Guevara entrando al palacio de Fulgencio Batista en La Habana.

Era medianoche, pero parecía que salía el sol en la Casa Histórica. Manzur había declarado la Segunda Independencia y había puesto plazo para terminar con el modelo de Estado gracias al cual unos pocos podían enriquecerse mucho con el dinero que era de todos.

Señales (de humo)

El primer encomendado para cumplir con esta patriada fue el legislador Guillermo Gassenbauer, quien desembarcó en política de la mano de su padre, Jorge Gassenbauer, ex ministro de Seguridad y mano derecha e izquierda de José Alperovich. Toda una señal. El proyecto que elaboró Gassenbauer era casi una copia de la ley que rige en el Estado nacional, la cual permitió destapar muchas irregularidades. Por ejemplo, este último escándalo de los aportantes falsos a la campaña electoral de Cambiemos. Datos que la Cámara Nacional Electoral podría haberse negado a publicar de no mediar la norma vigente.

Al igual que la norma nacional, el proyecto de Gassenbauer implicaba la creación de una agencia, con autonomía administrativa y presupuestaria, que nucleara y distribuyera toda la información pública estatal.

A Manzur le pareció demasiado oneroso este proyecto -al menos ese fue el pretexto en ese momento- y ordenó hacer otro que no implicara contratar más gente ni gastar tanto dinero.

La tarea recayó sobre el entonces secretario general de la Gobernación, Pablo Yedlin, ya que además esta oficina no sería autónoma, sino que dependería presupuestariamente de esa Secretaría, que a su vez está subordinada directa y solamente a la Gobernación.

“No hicimos el mejor proyecto, hicimos el posible”, explicó uno de los especialistas que trabajó en el texto. Contó que la tarea que les ordenó Yedlin fue que la ley fuera “aprobable” y que para eso debía implicar el menor gasto posible.

“Toda persona humana o jurídica tiene derecho de acceso a la información pública que comprende la posibilidad de buscar, acceder, solicitar, recibir, copiar, analizar, reprocesar, reutilizar y redistribuir libremente la información bajo custodia de los sujetos obligados por la presente ley, con las únicas limitaciones y excepciones que establece esta norma”, reza el artículo 2° del proyecto.

En el artículo 4° se aclara: “Se entiende por información pública a todo tipo de dato contenido en documentos de cualquier formato, que los sujetos obligados en la presente ley obtengan, transformen, controlen o custodien, o cuya producción haya sido financiada total o parcialmente por el erario público, o que sirva de base para una decisión de naturaleza administrativa, independientemente de su forma, soporte, origen, fecha de creación o carácter oficial”.

Y en el artículo 9° se describe quiénes son los sujetos que serán alcanzados por la ley y allí se mencionan a los tres poderes del Estado, incluido el Ministerio Público Fiscal, al Tribunal de Cuentas, al Consejo de la Magistratura, a la Defensoría del Pueblo, y las empresas y sociedades del Estado, sociedades de economía mixta o aquellas otras organizaciones empresariales donde el Estado tenga participación mayoritaria en el capital o en la formación de las decisiones societarias.

La ley también abarca a los concesionarios, permisionarios y licenciatarios de servicios públicos o a quienes se les haya concedido el uso o explotación de bienes del dominio público; contratistas, prestadores y prestatarios bajo cualquier otra forma o modalidad contractual; personas humanas o jurídicas a las que la Provincia les haya otorgado fondos públicos o hayan recibido un subsidio o aporte proveniente del Estado de manera directa o indirecta; a los fideicomisos que se constituyeren con recursos o bienes del Estado; y finalmente a las entidades con las que el Estado celebre convenios de cooperación técnica o financiera.

Están todos locos

Cuentan que cuando el borrador de Yedlin llegó a la Legislatura, lo último que un testigo escuchó fue: “¿Ustedes están locos? ¿Quieren que vayamos todos presos?”.

Pasaron casi dos años y esa noche primaveral de entendimiento entre Manzur y los medios argentinos entró a engrosar la larga lista de promesas incumplidas.

La reforma electoral que impulsa el Gobierno es un maquillaje de vodevil, un giro de 360° que dejará a la política en el mismo lugar donde hoy está: clientelar, llena de quioscos y pymes, manejada por caudillos, punteros y barrabravas, con campañas financiadas con dinero público y sin transparencia en los millonarios aportes empresarios, tanto o más cómplices del fraude y los negociados.

El proyecto de Ley de Información Pública y Transparencia, así se llama, y otros similares de distintos autores, se enmohecen en un cajón con llave de la presidencia de la Legislatura, mientras continúan los nombramientos de parientes y de amantes en los tres poderes, hasta el extremo de que será la hija del vicegobernador Osvaldo Jaldo la que contará los votos de su padre.

En lo que sí Manzur ha superado al hombre que lo inventó es que casi no hay sospechas de corrupción en la obra pública, gracias a que prácticamente no hay obra pública.

Manzur ha dejado pasar una oportunidad histórica de elevar al menos un poco la baja calidad de la democracia tucumana, donde las instituciones son débiles, antes que nada, porque son turbias, y por lo tanto no son confiables ni respetadas.

Muy lejana parece hoy aquella primaveral noche del 30 de septiembre de 2016, de la que perdura la seriedad del sketch de Miguel Martín en la Casa Histórica.

Comentarios