El vuelo escultórico de un sueñero como Guillermo Rodríguez

El vuelo escultórico de un sueñero como Guillermo Rodríguez

El artista tucumano está exponiendo su obra en la galería Anchorena, de Buenos Aires

BIEN SALVAGUARDADO. Guillermo Rodríguez expondrá sus creaciones hasta el 6 de agosto en Buenos Aires. GENTILEZA DE GUILLERMO RODRÍGUEZ BIEN SALVAGUARDADO. Guillermo Rodríguez expondrá sus creaciones hasta el 6 de agosto en Buenos Aires. GENTILEZA DE GUILLERMO RODRÍGUEZ

Anaconda. Río. Altas cumbres. Mujer. Cosmos. Menina. Nocheros. Color tierra. Cielo. Ritual. Verde. Viento. Puna. Movimiento. Niña. Savia. Sueños. Parpadean en el corazón de la madera. Buscan el abrazo del sueñero. “Qué puro oficio su oficio, hecho de puro silencio, la vida andaba en sus manos, y él la tallaba por dentro...”, tal vez murmura la zamba en el alma de un imaginero tucumano que ha llevado 30 astillas de su ser bajo el nombre de “Salvaguarda” a la ciudad de Buenos Aires y las está exhibiendo en la galería Isabel de Anchorena. “Mi obra es mestizaje en todos los aspectos”, afirma Guillermo Rodríguez, uno de nuestros escultores más destacados.

- ¿Por qué se llama Salvaguarda la exposición? ¿Hay que guardarla o salvarla de qué?

- Porque mis esculturas tienen un carácter más bien de tipo ritual porque el origen de la escultura era de ese tipo y mis esculturas generalmente hablan sobre el proteger, guardar, tipo escapulario de la naturaleza, de las cosas simples, de los sueños, de las ideas, de las cosas que tenemos los humanos que nos hacen humanos. Hay una escultura que se llama El sueñero, que es un protector de los sueños, otras que son más protectoras de la savia nueva. Tengo cuatro esculturas grandes que plantean el mensaje de que algo mejor puede venir, tener una esperanza y protegerla, proteger el agua, la tierra…

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- Las cosas esenciales de la vida, de la naturaleza, ¿son los motores de tu creación?

- En cierta forma, sí, porque por ahí cuando me puedo agarrar de algún mito o inventarlo porque nunca lo he escuchado, como los protectores de las lagunas… me gusta poner nombres para proteger palabras o cosas que significan algo en el paisaje o el nombre de algún pueblo, los ubico en una escultura como para ponerlos de nuevo en la boca… Tengo algunas esculturas que por ejemplo, se llaman Niña de Anca Juli o La Arunguita (un ritmo anterior a la chacarera rescatado por Andrés Chazarreta), la idea es volverla poner en boca a esa palabra pero ligada a una escultura. Todas las esculturas que hago son de madera del norte: álamo, cedro, cardón, nogal…

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- ¿Por qué elegís la madera para expresarte?

- He trabajado con todos los materiales y me he anclado en la madera posiblemente porque es un material vivo, que vuelve a tomar la posibilidad de estar vivo en un mueble o en una escultura. Entonces tomo la madera rústica como viene, trato de no dañarla, sino de seguirle la línea, la veta, de hacerla encontrar con otra. Las maderas del norte tienen un significado de paisaje, de entidad. El peso es diferente, me gusta el juego de poder ensamblarla, de armar y desarmar. La madera me permite viajar con la escultura sin que se dañe, metida una parte dentro de otra.

- ¿Cómo definís tu estilo?

- Por ahí se relaciona con la imaginería, el imaginero es el que crea imágenes, no solo religiosas, y por ahí uso un lenguaje de imaginero, yo he estudiado restauración de imaginería latinoamericana para aprender el lenguaje, qué es lo que hacían estos tipos, cómo lo hacían, y un poco eso es lo que me ha aportado a mí otra vuelta a lo que era la escultura que aprendemos en forma clásica.

- ¿Cuál es tu aspiración como artista?

- Trato de generar un producto que haga que me relacione con el otro, que el otro vuelva a tener una fantasía. Siempre mi planteo principal ha sido cuidar la fantasía del otro, darle un hilo, una rendijita para que vea que hay un mundo diferente, fantástico; muchas veces generar esa mentira…

- ¿A quiénes admirás en el arte?

- Siempre he tenido una gran admiración y respeto por mis maestros: aquí en Tucumán, por Nóbile y Ramón Fernández; después, por Leo Vinci y a Juan Carlos Distéfano que han sido como padres de todas las cosas que podía aprender de ellos y aparte de la obra, como personas, como seres humanos íntegros, con una ética en lo que hacen. Y después quien me ha aportado cosas es Ezequiel Linares, que sin ser mi profesor, es uno de los que más me ha influido en lo que yo produzco, no solo a través de las conversaciones, sino de su obra: esa visión barroca, sin problemas de ser mestiza, una obra que era bien local pero con aires de donde se le daba la gana, europea o colonial, pero siempre con una visión muy abierta.

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