Las bondadosas manchas de un inolvidable Fuedye

Las bondadosas manchas de un inolvidable Fuedye

Calvo. Ojos sentimentales. Sonrisa de asombro. Baja talla. Hablar sereno. Llegó una tarde a LA GACETA. “Lo busca un señor de un nombre raro… de apellido Asís, Anís… dice que es pintor”, me explicaron los bigotes delgados de Lopecito, vigilante que impedía que alguien ingresara a la redacción, aunque no siempre lograba su cometido. La mirada vivaz me saludó con afecto en el hall. El dos por cuatro nos había acercado antes a través de Gerardus van Mameren, un gordo docto, poeta y tanguero. También su copiloto de andanzas plásticas, Ramón Alberto Pérez, el querido Tito, mordaz crítico, cuentista y periodista, que me enseñó los secretos de los editoriales.

Traía un sobre un poco abultado de donde brotaron algunas decenas de láminas con manchas pictóricas simétricas. “La gente cree que las inventó el psiquiatra suizo Rorschach, pero ya las hacía Botticelli en el Renacimiento, se llaman klecsografías. Estoy preparando un librito artesanal… ¿se anima a escribirme un prólogo…? Poético si le sale… me encantaría”, dijo.

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Notable troesma de la pintura tucumanensis, su alma de tanguero trasnochaba en la bohemia del violín de Julio de Caro, en el “fueye” de Pedro Maffia. “Y pienso en la vida: las madres que sufren, los hijos que vagan sin techo ni pan, vendiendo La Prensa, ganando dos guitas... ¡Qué triste es todo esto! ¡Quisiera llorar…!”... ese “Acquaforte”, de Marambio Catán, le astillaba las lágrimas. La injusticia lo sublevaba a “Fuedye”, como lo llamaba mi tata.

Una elogiosa crítica en LA GACETA Literaria lo envalentonó: “¿qué opina si selecciono unas 25 o 30 klecsografías… se animaría a escribirle un texto poético a cada una?” Sumergido en esa tarea, equivalente para mí a uno de los trabajos de Hércules, no habían transcurrido cuatro o cinco semanas, cuando me dijo: “dentro de un mes tenemos fecha para exponer los trabajos en El Círculo de la Prensa, ¿podrá llegar?” Y no me quedaba más remedio… Don Federico Peltzer nos dedicó luego unas amables palabras en el Suplemento Literario.

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Con su esposa, el “Pila” iba los sábados al Hospicio del Carmen a enseñarles dibujo y pintura a las internas. En la Escuela de Bellas Artes, estimulaba a sus alumnos a hacer historietas y dibujos animados. Cultor de la gaseosa y el chocolate, la confitería La Royal fue testigo de la parición de los “Klecsopoemas”, que luego él convirtió en un libro artesanal para regalar a los amigos. “Yo no buscaba transmitir nada en especial. Para mí pintar era un acto de amor, un regodeo y si lograba algo, que fuera bello”, decía.

Klecsografías. Manchas. Manchas veo hasta en la almohada. Manchas que buscan un texto. Palabras que manchan las manchas. Palabras manchadas de manchas. Libertad que camina en algún lugar de La Mancha. Libermanchas, diría Piazzolla. Él es una mancha de sí mismo. Su mancha no es precisamente un quitamanchas. Aunque él las hace, no las saca. Manchas en todas partes. En los guardapolvos, en las manos, en las paredes, en las calles, en las caras, en los dientes, en los pasamanos, en los gobiernos. Solo los niños no llevan aún manchas. Si todas las manchas fueran como las suyas, los hombres tendrían un corazón más limpio.

Padre, hermano, amigo, sus pinceles de 82 años se callaron el 6 de julio de 2005. Fue uno de los duendes más buenos que conocí. Fued Amin tenía el corazón tan grande que le abarcaba todo el cuerpo.

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