El peor de los finales para una generación argentina que no pudo consagrarse

El peor de los finales para una generación argentina que no pudo consagrarse

La temprana eliminación en octavos de final del Mundial marca el fin de varios jugadores y abre incógnicas para el futuro.

PERMEABLE. Defensivamente, la Selección dejó mucho que desear. REUTERS PERMEABLE. Defensivamente, la Selección dejó mucho que desear. REUTERS

Desde 2006 a la fecha, la Selección era una fija en los cuartos de final de los Mundiales. Sólo el fracaso de Japón-Corea del Sur supera a esta despedida prematura de la Copa, fuera de los ocho mejores. No era lo que se esperaba, pero sí lo que se intuía desde que el plantel hizo pie en Europa. Todo lo que podía salir mal salió mal, dentro y fuera de la cancha. Triste epílogo para un ciclo que implica el canto del cisne de una generación, el interrogante acerca del futuro de Lionel Messi y la confirmación de que Jorge Sampaoli piensa hacer valer el contrato que lo liga con la AFA. O sea que, hasta el momento, con el torneo todavía en marcha, Argentina tiene cuerpo técnico, pero ya no tiene equipo. La pregunta de fondo es: ¿tiene proyecto?

Messi cumplirá 35 años el 24 de junio de 2022. ¿Llega al próximo Mundial, programado del 21 de noviembre al 18 de diciembre de ese año? (época extraña, debida al clima en la península arábiga). Sampaoli está seguro de que sí, de acuerdo con lo que opinó hace unos días. La instalación del tema es una pésima señal, independientemente de que nadie sabe si Messi seguirá jugando al fútbol dentro de cuatro años o de si tendrá ganas de seguir ligado a la Selección. El solo hecho de pensar en esos términos implica seguir atados a la messidependencia que nos caracteriza. La responsabilidad depositada por millones de argentinos sobre los hombros de Messi, ese reclamo tan injusto de exigirle que haga lo que hizo Maradona, es una carga que Messi aceptó soportar y en su favor vale resaltar que la afrontó con la mejor de las voluntades.

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Acaba de despedirse de su cuarto Mundial y la Copa siempre le fue esquiva. Su fabuloso currículum no parece destinado a incluir este título. Hay quienes lo invalidarán por eso. Allá ellos.

Lo doloroso es la forma en la que Messi transitó por Rusia. Fue un jugador contrariado, apesadumbrado en sus gestos y en sus prestaciones. Erró un penal el día del debut; jugó muy mal contra Croacia y levantó, por fin, ante los nigerianos, golazo incluido. Ayer fue al frente. Luchó en soledad contra la doble y triple marca que le colocaron los franceses. Ganó algunas y perdió otras. El Messi de Rusia fue un jugador normal, de a ratos un buen jugador, y eso para él es una crítica. El tiempo, posiblemente, revelará algunos de los motivos que nos entregaron este Messi cabizbajo, tan alejado de la genialidad como de la sonrisa. En Rusia no gozó, padeció. Así nos fue.

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Verdades y mentiras

También será el tiempo el que pondrá en su lugar todo lo referido a la intimidad de la Selección. La intoxicación que sufrió el plantel empezó mucho antes de la paliza croata. En Barcelona, cuando todo debió ser armonía, Argentina se sumergió en polémicas absurdas y manejables: concentración “light”, fotos en el yacuzzi, amistoso en Israel suspendido, desaire al Papa… En Bronnitsy, pretendido búnker rodeado de paz, el infierno tan temido se materializó con forma de crisis. Nunca Argentina había atravesado una situación semejante, cruzada por rumores que terminaron con una insólita ratificación del técnico por parte del presidente de la AFA. Que los jugadores se rebelaron, que le arman el equipo, que Pavón le pegó a Mascherano, que están todos peleados.

Llega un momento en el que resulta imposible saber qué es mentira y qué es verdad, porque deja de ser importante. Si lo que se debate son rumores, conjeturas y complots, el periodismo queda descolocado, y cuando forma parte de esa usina de información falsa o intencionada, directamente pierde su razón de ser. Lo ocurrido en Rusia durante estas semanas es motivo de un replanteo acerca de la posición de los medios en este contexto tan extraño, en el que convive con el ágora global conformada por las redes sociales y con un ramillete de personajes cuya opinión adquiere relevancia más allá de sus méritos y de sus antecedentes. El periodismo no echó luz sobre la Selección, sino que fue parte activa del desgaste al que se vio sometida. Nadie parece darse cuenta de que este modus operandi conduce al peor de los escenarios: la pérdida de credibilidad.

Diagramando el futuro

Tras la eliminación, Sampaoli enfrentó los micrófonos para declarar que piensa seguir en el cargo. Muchos esperaban escucharlo renunciar al cabo del 3-4, pero no les dio con el gusto, al menos en la tarde-noche de Kazan. El saldo de este tramo de su ciclo es netamente negativo, y no sólo por lo sucedido en el Mundial. Como cabeza del proyecto, se evidenció la ambivalencia de sus decisiones, esos cambios sobre la marcha que intranquilizan. No fue un líder seguro de sus ideas, capaz de transmitir mística y confianza, que es lo que se le pide al técnico de la Selección. Eso de que es un revolucionario del fútbol corre por cuenta de quien lo afirma. Hasta aquí no lo demostró, al contrario.

La cuestión es qué hará la AFA con Sampaoli y con su contrato, que está lejos de vencer. Se abre un tiempo político que podría ser borrascoso si Claudio Tapia no maneja los tiempos con calma. Es en las tormentas cuando se ve la calidad del capitán del barco.

Si Tapia está convencido de que Sampaoli es el hombre que el fútbol argentino necesita deberá blindarse porque las presiones para que lo eche ya empezaron y no son livianas. Lo que se impone es una renovación en el equipo de todos y el técnico se manifestó dispuesto a encabezarla. ¿Cuántos están dispuestos a acompañarlo?

Por lo pronto, Javier Mascherano se despidió de una Selección a la que le brindó su vida deportiva. Se va con dos medallas de oro olímpicas y una trayectoria que lo vio en el predio de AFA desde que era un adolescente. Elogiado y criticado de acuerdo con la dirección en la que sopló el viento durante todos estos años, Mascherano -al que un periodista trató de “rata” por el hecho de haber perdido un partido- se despidió sin la satisfacción de haber dado una vuelta olímpica con los mayores. El dolor es suyo, de nadie más.


DESOLACIÓN. Di María, uno de los que podría despedirse de la Selección.

Se da por descontado que varios jugadores (Di María, Agüero, Higuaín, Biglia, Banega, alguno más) no volverán a vestir la camiseta de la Selección. Parece una afirmación apresurada, teniendo en cuenta que el año próximo aguarda la Copa América en Brasil. ¿Irá Argentina con un plantel totalmente nuevo? No parece sencillo. El final del ciclo tiene que ver con la derrota mundialista y con el concepto de una generación de jugadores que pasó a formar parte de tantos años que lleva Argentina sin alegrías. Eso no implica que alguno (o algunos) de ellos seguirá en carrera.

Empezar de cero

Cuando se pierde, y más de la manera en que perdió Argentina, la primera reacción es barrer con todo y soltar los adjetivos. A fin de cuentas, cuando la víctima está en el piso es más fácil castigarla. Total, abrumada como está por tantos golpes, ya ni siquiera reconoce de dónde vienen los mandobles. Esa es una actitud de cobardes o de oportunistas. Más honesto y digno es cuidar las palabras, tratar de mantener la cabeza fría y aprender de la derrota. Se dirá que estamos hartos de aprender de las derrotas y es cierto. Pero la solución no pasa por un cambio de figuritas, sino por la elaboración de un proyecto. Empezar de cero. Habrá tiempo para eso. Francia tiene ese proyecto y los resultados se llaman Mbappé, Griezmann, Pogba, Kanté, Varane, Pavard. Nos ganaron jugando muy bien al fútbol. Aprendamos de ellos, entonces.


INCONDICIONAL. Los hinchas apoyaro a Messi.

Es la despedida que nadie quiere. Anticipada, durísima, pero no casual. Como dijo Sergio Agüero después del partido, cuando hacés las cosas mal de entrada, después enderezar el rumbo es una proeza. Esta Argentina no estaba para proezas. Afuera de la cancha hizo las cosas mal y lo pagó. No podía esperarse otra cosa adentro, frente a rivales motivados, exigentes, que se habían preparado -justamente- para enfrentar y ganarle a Argentina. No rindieron ni los históricos ni los nuevos que asoman como abanderados del recambio. La Selección fue, sencillamente, un equipo mediocre, endeble, inexpresivo, desde lo individual y desde lo colectivo. No hubo héroes, más allá del flashazo de Rojo contra Nigeria.

Más que nunca vale la letra del tango. Volvemos con la frente marchita, anémicos de la felicidad que vinimos a buscar a más de 12.000 kilómetros de casa. El fútbol argentino vive serios problemas, desde todo punto de vista, y esta Selección fue el emergente de esa realidad. Sin Messi, Argentina es una selección más y muchos no quieren entenderlo. No somos potencia. Estamos afuera de los ocho mejores. Si esta derrota no sirve para algo, agregaríamos uno más a los tantos pecados que cometemos a diario.

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