El arte y la alegría de mostrar cómo es la vida 
de una comunidad aborigen

El arte y la alegría de mostrar cómo es la vida 
de una comunidad aborigen

Un grupo de representantes de las comunidades del Valle Calchaquí trabajaron y comieron junto a sus pares de las montañas peruanas.

A 3.800 METROS DE ALTURA. Las casas de piedra y adobe que dan forma al pueblito de los Patabamba. FOTO DE ROBERTO DELGADO A 3.800 METROS DE ALTURA. Las casas de piedra y adobe que dan forma al pueblito de los Patabamba. FOTO DE ROBERTO DELGADO

Son mujeres pequeñas, sonrientes y con buen humor, vestidas con trajes rojos, blancos y negros con rayas azules y sombreritos aludos.

“La comunidad Patabamba vivimos de la agricultura y de nuestros animales. Hombre trabaja agricultura. Sólo mujeres estamos para que nos identifiquen a la comunidad en turismo vivencial”, dice Encarna, afable y en castellano básico y preciso. Es la guía que representa a 200 familias de una etnia aborigen en el corazón del Cusco, en los andes peruanos, a 3.800 metros de altura. Un lugar que parece un paraíso aislado, humilde y sencillo -la única contra es la altura, que puede generar agotamiento físico-, al que el viernes 15 llegaron tres grupos turísticos.

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Entre ellos, el de los tucumanos de la comunidad indígena de los Valles Calchaquíes, que junto a un equipo del Gobierno provincial estuvo de visita en Lima (cinco días) y Cusco (otros cinco días) para aprender cómo se gestiona el turismo en ese país.

Era el último día del viaje y se trataba de la segunda visita a un grupo aborigen que se dedica al turismo rural comunitario. El primero había sido el pueblo Amaru, también ubicado en los cerros del Valle Sagrado. Los viajeros fueron recibidos con abrazos y con pétalos blancos. Antero Champi, un barallo (especie de cacique) y seis mujeres cantaron e invitaron a una danza. El cacique visitante de Quilmes, “Pancho” Chaile, les dijo “hemos venido a aprender” y les cantó una copla con caja: “ra ra / ra ra / desde lejos he venido / yo quiero saber/ vengo a ver”. También Antonio Caro, de Talapazo (Quilmes) usó su caja: “allá muy lejos en los cerros nuestros / bajando de las altas cumbres viene / la tierra madre / llena de alpa pullos en las quebradas / siguiendo por las quebradas allá muy lejos en los cerros / allá en los cerros del valle calchaquí/ soy nativo de ese cerro / orgulloso calchaquí” y terminó con un grito (sapukai). Federico Díaz, de Quilmes, tocó una chacarera con su violín y luego una copla: “de mi pago yo he venido / con mi caballo de paso / a compartir con los hermanos / con la botella y el vaso”. Y culminó: “era un ensayito nomás”.

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La anfitriona Encarna anuncia cómo será la jornada: “vamos a cosechar habas, vamos a hacer un arco... a la pasada nomás, después botánica, después almuerzo. Nosotras trabajamos con la chacra, cosechamos habas y papas, pero las papas están lejos, arriba en los cerros”. ¿Lejos? El pueblo ya está a 3.800 metros y la altura no permite al visitante esforzarse mucho para caminar. A pesar de que a unos 400 metros hay una cancha grande, con arcos bien puestos, donde en 2008 -cuenta Araceli, la guía de Turismo- jugaron los futbolistas españoles Emilio Butragueño e Iker Casillas, con equipos de la comunidad aborigen. “Iker trajo muchas pelotas de fútbol”, dice la guía.

Los tiempos cambian

La primera tarea es la cosecha de habas -los turistas tienen que usar una hoz llamada “hichuna” para cortar las plantas- en un campo junto a un acantilado de unos 700 metros. Abajo, al fondo, se ve el río Vilcanota o Wilkamayu, o río sagrado por el distrito de Coya. Es el río que después se llamará Urubamba, que es el que recorre el Valle Sagrado. Araceli dice que es afluente del Amazonas, el río más grande del mundo: 6.800 km. “Tiene 500 metros más que el Nilo”, explica.

Desde la altura se ven los pueblitos pequeños: Pisac, cerca de la comunidad Amaru, y Paillu, donde nació la primera escritora indigenista cuzqueña, Florinda Matto de Turner. A los tucumanos ya les había hablado de ella el alcalde de Cusco, Carlos Moscoso Perea: “primera indigenista, en el siglo XIX, y a los 44 años se casó con un argentino y se fue a su país”. La mujer tenía las suyas: hizo una imprenta en la que trabajaban solamente mujeres, dirigió revistas y diarios (colaboraron con ella Ricardo Palma, Leopoldo Lugones, Rubén Darío, Amado Nervo...) y su novela “Aves sin nido” le valió que le quemaran la casa, la excomunión y el exilio. Se fue a vivir a la Argentina en 1895. Una adelantada para su tiempo.

Encarna, de los patabamba, cuenta cómo es su vida comunitaria: “En parte baja, se cultiva maíz; en parte arriba, papas, habas. Sembramos en tres épocas papa. Ahorita papa miska, que salir en diciembre. En agosto vamos a sembrar papa ‘mahuay’ (para verduleros en Cusco); en noviembre-diciembre, arriba, papa rica muy dulce. Tenemos quinoa, tarwi, arvejas, verdura. No nos falta nada”.


Los cambios han llegado de la mano de la globalización.

“Antes no trabajábamos hortalizas, antes no había zapallo, pero cambio global nos favorece a nosotros” dice, porque ahora pueden cultivar enormes zapallones.

“Pancho” Chaile pregunta si siguen tan trabajadores como antes: “Seguimos trabajando pero a veces nos dedicamos a otras cosas, artesanías, y la gente se va a trabajar a Cusco... cuando los padres ven que los hijos sobresalen los mandan a la ciudad. Acá hay colegios en la comunidad, otro en Corao”, cuenta Encarna. La guía aclara que Perú tiene lo que se llama “Beca 18”, por la que se lleva a los mejores estudiantes “con todo pagado” a estudiar a Lima.

“Acá hay ingenieros, arquitectos y topógrafos lugareños, que una vez recibidos han venido a trabajar en la Municipalidad”. Suena ideal. “Hay una mejora en la calidad de vida, pero ellos por otro lado, dependen de la naturaleza”, explica Araceli.

El cóndor pasa

¿Qué otros cambios ha traído la globalización? Ya no quedan casi cóndores. “En los cerros tucumanos hay muchos”, dice Mariano Hevia, integrante de la delegación del Gobierno tucumano. “Hace dos meses estuve cerca del cerro Negrito y en un amanecer un cóndor apareció desplegando sus alas muy cerca de mi carpa”, cuenta. “Aquí casi no quedan -dice Araceli-. Ahora, en el mercado negro, cada pluma de cóndor se comercializa a 200 o 300 soles. Es lo que se llama turismo esotérico”. Del cóndor queda una gran figura de piedra en el centro de la ciudadela de Machu Picchu y la famosa canción “El cóndor pasa”, considerado el segundo himno nacional peruano, que se escucha en los restoranes turísticos. La historia de la canción se vincula con una zarzuela de 1913, que cuenta un drama de amor y explotación en las minas, en el que sobresale la frase del protagonista: “Algo me dice que la vida no es así”.

Los tucumanos poco conocen de Cusco, excepto la fama mítica de Machu Picchu. “¿Sabe Ud. del Cholo Juanito?”, le pregunta el quilmeño David Vargas al periodista. Araceli se sorprende: “¿Lo conocen en Argentina? Es cuzqueño, hace humor y parodia con chistes andinos, y es muy seguido por aquí, y sobre todo en Bolivia”. Habrá que buscar sus videos en Youtube.

“Acá lo mejor es observar y experimentar -dice Chaile-. Cuanto más observa uno, más cosas van a la cabeza”. Encarna y las otras mujeres hacen una ofrenda con tres hojas de coca y chicha mezclada con frutilla. “Tenemos costumbre de ‘picchar’ la coquita y agradecer a los ‘apus’ (montañas) con chicha. Luego, todo el grupo corta plantas de habas. Sergio González, de Quilmes, nota la diferencia con Tucumán: “nosotros sólo cortamos las habas, no las plantas, para tener sólo la chaucha”.

En el regreso a las casas pasan todos otra vez por la cancha. Algunos hacen pelotazos, como si fueran Casillas y Butragueño. A los cinco minutos apenas tienen aire. “Ya no quiero chicha; quiero oxígeno”, se ríe David Vargas. Antes de llegar a las casas, por la calle principal, un cartel del gobierno escrito en dos idiomas anuncia una especie de concurso para emprendimientos rurales. “Haku wiñay noa jayatai (vamos a crecer)”, dice. “¿Es quichua”, le preguntamos a Encarna. “¿En qué idioma está ese?”, se pregunta ella, dejando la respuesta en suspenso... recordamos que en Perú hay 48 comunidades y más de 50 lenguas aborígenes.

Brebaje, trago y ungüento

En la casa, las mujeres han preparado la exposición botánica: han recogido plantas medicinales.

“Usamos romero, pega-pega, marku, chilca, yanamarcha, chiri-chiri, khera-khera”, dice una compañera de Encarna (menciona otras plantas más cuyo nombre se nos escapa) y explica cómo hacen una sustancia ancestral, arnica, y un ungüento. Sirven para dolores, fracturas, tos. Hace circular una botella grande de gaseosa con alcohol para mostrar con qué se hace el brebaje.

El periodista, distraído, recibe la botella y cree que es agua, da un sorbo, arroja el líquido a tierra y provoca la carcajada. En un botellón han puesto hojas y tallos de plantas. Dentro hay una culebra, todo embebido en alcohol. La víbora muerta lleva 20 días en alcohol.

Luego, en un mortero, preparan el ungüento. Y piden que los que sufren dolores se ofrezcan como voluntarios para curaciones. Aceptan David, Antonio y Pancho. José Díaz, quilmeño y delegado comunal de Colalao del Valle, ha estado caminando con un bastón por las montañas cuzqueñas porque tiene problemas en una rodilla. Pero prefiere esperar el regreso a Tucumán para ver a un traumatólogo. “Vamos José, si no te curás aquí, no te cura nadie”, le dice David. Pero no. “Antes los abuelos con esto se curaban todo”- dice Encarna. “Hay algunos abuelos de más de 80 años que nunca recibieron inyección”.

Comida y postre

Luego es el almuerzo. Papa huatia, que se cocina en tierra, más queso y habas, una bebida hecha con “cola de caballo”, muña y limón, y un estofado de cordero y papa deshidratada. De postre: dulce de quinoa.

El final del encuentro es una pequeña fiesta de despedida. Posan el barallo patabamba y el cacique quilmeño y prometen un encuentro en el futuro.

Chaile dice que traerán también a las mujeres quilmeñas, que han quedado frustradas en este viaje a una experiencia de turismo rural prácticamente de mujeres. Pilar Montesinos, de la red de turismo rural comunitario, pide pasar la voz para explicar cómo funciona el sistema: “Las comunidades estamos en las mismas condiciones. Nuestro patrimonio cultural y natural es lo que estamos preservando. Cada comunidad tiene lo suyo”. Y Encarna agrega: “Estamos nosotros orgullosos de vida en comunidad, tal como estamos”.

Chaile promete sacar ejemplo de la experiencia vivida en Perú y recuerda las cosas que hay por destacar en los valles tucumanos: “somos mendigos sentados en un banco de oro”. Fin del viaje, regreso a casa.


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