Gracias por todo, Nizhni

Chau, Nizhni Novgorod. Gracias por la hospitalidad, por el verde, por esa sensación de confianza que significa, para la tucumanidad, pasear por alguna capital de provincia.

Chau, Nizhni. Gracias por la belleza de tus riberas. La confluencia de los ríos, el Volga y el Oká, es un punto de atracción que merece visitarse durante un paseo fluvial. Pocos hinchas lo aprovecharon. Desde el centro de la ciudad, bordeando la costanera, se aprecia un paisaje maravilloso, con la Catedral de Alejandro Nevski en primer plano y el flamante estadio detrás. Una de las postales más lindas de la Copa del Mundo.

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Chau, Nizhni. Hablando de ese estadio, será importante definir qué piensan hacer con él. Los vecinos se quejaron –sin levantar demasiado la voz, como se estila en Rusia, y mucho más si se trata del interior-. Sostienen que los 250 millones de euros que costó deberían haberse empleado en obras de infraestructura mucho más necesarias para la ciudad. A fin de cuentas, el fútbol no es una pasión en Rusia, y mucho menos en Nizhni, que ni siquiera cuenta con un equipo en Primera división. El riesgo de que se transforme en un precioso elefante blanco está latente.

Vergüenza y perdón

Chau, Nizhni. Perdón por los barrabravas de San Lorenzo y de Huracán que se agarraron a trompadas en pleno centro, convirtiendo una fiesta en un papelón. Y perdón por el salvajismo de esos barrabravas que patearon a un croata que estaba en el suelo.

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Perdón por la indiferencia de quienes no supieron apreciar las plazas, los monumentos y las iglesias, pasando de largo sin dedicarles ni una mirada. Lo mismo sucede en Moscú, donde la abrumadora mayoría de los visitantes no demuestra mayor interés por conocer un poco de la cultura y de las costumbres del país que visitan.

Chau, Nizhni. El contraste entre las distintas zonas de la ciudad genera más de una inquietud acerca de la marcha de la economía y de la vida en sociedad de la otra Rusia, la real y profunda.

Vimos centros comerciales con grandes marcas, un casco histórico atractivo y muy bien conservado, rascacielos y barrios acomodados. También zonas descuidadas, con calles de tierra, y muchas fábricas cerradas, vacías, ganadas por los pastizales y por la herrumbre en lo que fue el cinturón industrial, cuando Nizhni era el principal centro de producción de armamentos del país. Resalta la convivencia de camionetas de última generación con los antiguos Lada de fabricación soviética. Y en la calle se comprueban los estragos que el consumo de alcohol provoca en la población.

Ojalá volvamos a vernos

Chau, Nizhni. Nos llamó la atención la variedad del transporte público. Sería interesante ahondar en el funcionamiento de un sistema en el que conviven taxis, remises, Uber, líneas de subterráneo, ómnibus y un tranvía que conserva la estructura –y no renovó el parque de carrocerías- desde hace décadas. Son los mismos tranvías, tan pintorescos como ajetreados, de los años soviéticos.

Chau, Nizhni. Fue un gusto visitar una ciudad que llevó el nombre de un escritor, Máximo Gorki, a la vez hijo dilecto de esa tierra. En un mundo que suele premiar con el bronce a las glorias militares, que honores tan altos reposen en figuras de la cultura es un bálsamo que invita a la esperanza. Se dirá que Gorki era comunista y que la imposición del nombre fue decisión de un régimen represivo como el de Josef Stalin. Mejor mirar el tema desde otro lugar. El de, por ejemplo, la invitación a revisar la obra de una de las plumas consagradas de la primera mitad del siglo XX.

Chau, Nizhni. Gracias por todo. A los miles de argentinos que pasaron por allí jamás se les hubiera ocurrido que algún día, gracias al fútbol, les tocaría recorrer ese rincón del mundo tan lejano y desconocido para nosotros. Lo más loco es que, si los astros se alinean y Argentina se sacude la frustración para creerse capaz de ir por la gloria, volveremos a vernos en los cuartos de final.

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