Mi papá es un superhéroe

Mi papá es un superhéroe

En el mundo de los superhéroes la gente se siente segura. Ellos irrumpen en un instante, con sus poderes sobrenaturales, y resuelven cualquier problema, por más grave que sea. ¿Qué niño no ha soñado alguna vez con tener uno de ellos… y en su propia casa? Franco y Facundo los han encontrado. Cuando sus vidas estaban en riesgo, aparecieron ellos, sus papás, Alfredo y Julio, justo a tiempo para salvarlos.

 “No te vas a ningún lado hijo, te quedás conmigo”

Facundo, de dos años, cayó al agua y su papá lo rescató después de hacerle reanimación cardiopulmonar

¿Qué pasaría si un hijo estuviera al borde de la muerte y sólo te quedaran segundos para reaccionar y salvarle la vida? Por esa situación límite, que parece salida de una película, le tocó atravesar a Julio Isa Mahmud (43).Corría octubre de 2015. En una casa de Yerba Buena había un grupo de chicos jugando en la pileta, divertidos. Estaban los hijos de Julio, Nicolás, que en ese momento tenía 7 años, Lautaro (5) y Facundo (2), junto a sus cuatro primos. “Recuerdo que mi esposa estaba de viaje. A la hora de la comida, les digo que salgan del agua y se sienten a la mesa, en una galería que está al lado a la pileta. Todos se secaron y se pusieron ropa limpia. Pero mi hijo mayor se había olvidado de llevar una muda de ropa. Así que vine hasta la casa, que está a unos 10 metros, para cambiarlo”, relata.

Publicidad

Cuando regresó a la galería y estaba por servirles la comida notó que había una silla vacía. Su instinto lo obligó a salir corriendo a la pileta, que está en una parte elevada del terreno. Y entonces vio la escena “espantosa” (como él mismo la describe) de su pequeño flotando, boca abajo.Se tiró al agua y lo sacó rápidamente. Lo llevaba en brazos, directo al auto. Pero se frenó. Lo puso sobre el césped y se arrodilló al lado de lo que en ese momento podía ser el cadáver de su hijo: no tenía signos vitales y estaba frío, pálido. 

“Algo había que hacer”, se planteó el hombre robusto. En un trabajo que tuvo hace unos años había aprendido a hacer maniobras de reanimación cardiopulmonar (RCP). Algo se acordaba. Y lo puso en práctica: empezó a masajearle el pecho, le hizo respiración boca a boca, le dio palmadas en la espalda. Y nada. No quería resignarse a la idea de perderlo. Volvió a empezar una y otra vez. Ya no tenía de dónde sacar fuerzas.

Publicidad

“No quería aceptar que se había ido. Le decía: no te vas a ningún lado, te quedás conmigo”, cuenta.Las maniobras, que le salieron casi por instinto, funcionaron. “De repente, se le movió el párpado. A mí, me volvió el alma al cuerpo. Seguí tratando de reanimarlo. Entonces, tosió. Lo puse de costado y comenzó a devolver agua. Se despertó. No entendía nada. Ahí lo cargué y lo llevé al Carrillo. Estaba fuera de peligro. Nos trasladaron al hospital de Niños para internarlo y chequear que no tuviera ninguna secuela. Todos los estudios salieron bien. Por suerte, ya en la sala de internación volvió a ser el mismo inquieto de siempre”, relata el papá. Todavía le tiembla el pulso cuando lo cuenta. Y sus ojos se humedecen.Después de ese momento, Julio tenía que contarle a su esposa lo que había ocurrido.

Pasaron varios días hasta que él pudo aflojar. Fue, casualmente, en un curso de primeros auxilios que tenía que hacer para ingresar a su nuevo empleo como chofer de ambulancias de la Dirección de Emergencias. Lloró con desesperación ante el muñeco con el cual debía practicar maniobras de reanimación. “Me parecía ver a Facu”, confiesa. Volvió a desgarrarse hace poco, cuando tuvo que intervenir en un incendio de una casilla donde habían quedado atrapados dos niños. “Desde la puerta vi una garrafa. Sabía que si entraba, me jugaba la vida. Esos chicos podían ser mis hijos, así que entré y los saqué como pude”, recuerda.La vida sigue y Julio prefiere no detenerse en aquel episodio.

“Quisiera que mi hijo nunca se acuerde de ese momento… Facu no tiene registro de lo que pasó”, dice. Sus otros hijos le dicen que es un héroe, pero él le resta importancia. “Desde aquello que me pasó hay un antes y un después. Ahora valoro mucho más las cosas pequeñas con ellos. Trato de estar todos los días en los detalles: me gusta acompañarlos al colegio y al club, vestirlos, hacerles una comida… disfrutar del día a día, que es lo que realmente vale. Y siempre, siempre, recordarles lo mucho que los amo”, cuenta Julio. Reconoce que algo especial lo une a su hijo más pequeño y se ha vuelto muy sobreprotector. Mientras lo sube a sus hombros y luego lo hace volar como Superman, Facu le dice que siempre quiere ser tierno. “A veces lo veo y no lo puedo creer. Lo toco para ver si es cierto”, dice Julio, un superhéroe de carne y hueso, sin nada de capas ni espadas, pero con un corazón valiente y gigante que vale mucho más que cualquier arma.

> “Gracias papá; me diste dos veces la vida”

Alfredo le donó un riñón a su hijo Franco y así su vida dejó de ser una pesadilla

Para Franco Nallar (28) su papá fue, como para la mayoría de los chicos, su primer héroe de la infancia. Lo sorprendente es que también lo fue cuando entraba al mundo adulto. Hace cinco años, un buen día, sin previo aviso, los riñones del joven dijeron basta y lo dejaron a la deriva. Su situación era tan grave que solo un trasplante podía salvarlo. Y Alfredo no dudó ni un segundo: “doctor, mi hijo necesita un riñón… aquí tiene dos; sáquelos”.Alfredo (51) es un hombre de mediana estatura al que la vida le ha dado varios golpes. Su arma para defenderse es la sonrisa. “Mañana vamos a poner varios riñones a la parrilla para celebrar el día del padre”, bromea. Su hijo lo mira encandilado.

“Después de lo que nos pasó nos hemos unido mucho”, dice el joven que se convirtió en papá de Delfina hace dos años y medio. Pero ni ese hecho pudo alejarlo de la casa paterna. “Lo que pasa es que nosotros, desde el trasplante, hasta tenemos que ir al baño juntos”, vuelve a intervenir con sus bromas el papá. “Ya me voy a casar, necesito un poco de tiempo”, acota Franco. Incluso los dos trabajan juntos ahora: el papá es empleado municipal y el hijo, su secretario.Los dos se sientan en el comedor de su casa, en Lastenia, y se ponen serios para contarnos cómo comenzó esta dolorosa historia que logró tener un final feliz. “Cuando Franco tenía un año y dos meses se enfermó gravemente y sufrió una infección que le afectó los riñones. Fueron 36 días en terapia intensiva. Tres meses internado.

Cada noche que pasaba era un milagro. Los médicos me pedían que me vaya despidiendo de él porque en cualquier momento se moría”, detalla el papá. “Él sacaba plata de donde no tenía para comprarme los remedios”, agrega Franco, que salió de ese trance muy bien y nunca más tuvo inconvenientes de salud, hasta los 23 años. La vida de Franco iba a cambiar abruptamente una tarde de octubre de 2013. Entonces, trabajaba en una estación de servicios y llevaba una vida normal. “Me empezó a doler muchísimo la cabeza, todo me daba vueltas. Pedí permiso para irme a casa y mi papá, apenas me vio, me llevó al médico. Tenía la presión por las nubes. Después de unos análisis descubrieron que mis riñones no funcionaban. Estaba muy grave: sufría insuficiencia renal crónica”, rememora el joven.Ese mismo día quedó internado y comenzó a hacer diálisis. Su vida se convirtió, de la noche a la mañana, en una pesadilla.

“Me sentía mal todo el tiempo. Había tenido que dejar todo lo que hacía. No sabía nada de la propuesta de mi papá hasta que el médico entró y me contó. Me dijo que era raro que un padre diera un órgano para su hijo, pero que si todos los análisis daban bien y me trasplantaban el riñón de mi papá iba a poder recuperar la vida que tenía. No podía parar de llorar de la emoción, pero al mismo tiempo me preocupaba que no le pasara nada a él”, cuenta.Los estudios dieron que eran compatibles y se hizo la cirugía.

“Qué emoción fue cuando nos juntaron en la habitación después de la operación… lo abracé con la mirada”, dice Alfredo, y se confiesa un padre sobreprotector. Su otra hija, Romina (30), lo escucha desde la cocina y no puede contener las lágrimas.“Nosotros hemos pasado por muchas cosas. Desde que tengo siete años él quedó solo y tuvo que hacerse cargo de nosotros dos. ¡Y lo ha hecho tan bien!”, remarca Franco. “No es para tanto!”, dice Alfredo. Su hijo le contesta rápido: “¿no es para tanto? ¡Me diste dos veces la vida!” 

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios