Un Sessa íntimo y experimental

Un Sessa íntimo y experimental

CABEZAS. Sessa, en la distancia mínima, es observado por los ojos que retrata. CABEZAS. Sessa, en la distancia mínima, es observado por los ojos que retrata.
17 Junio 2018

 Por Victoria Noorthoorn

La exploración intensa del archivo de Aldo Sessa permitió lograr un recorrido inesperado por los infinitos recorridos de su obra, sus múltiples intereses e investigaciones a lo largo de sesenta años de producción artística. Su archivo revela cómo esa mirada se construyó a partir de un afán incansable por superar a cada paso sus habilidades, por investigar a fondo las posibilidades técnicas de las distintas cámaras fotográficas de la historia. Durante este trayecto, Sessa se revela como un experimentador de la imagen, capaz de desafiar al máximo las posibilidades que le ofrece cada foto y de ser transformado a través de cada situación que elige captar. El siguiente desafío fue cómo resolver en nuestras salas la presentación de esa selección tan extensa ante el público. A través de un dispositivo de montaje creado por la diseñadora, escenógrafa y cineasta brasileña Daniela Thomas, el espectador se ve inmerso por completo en la mirada de Sessa, en el encuentro virtuoso entre su imaginación y su capacidad de ver en profundidad. Thomas respondió a nuestro pedido: “Deseamos hacer física la evidencia de la monumentalidad de este archivo único en la Ciudad.” Con un horizonte central de imágenes que recorre narrativamente los cuatro muros de la sala y un desarrollo que expande cada instancia de ese relato verticalmente, a través de fotos que aumentan de tamaño hacia abajo —hasta el piso— y hacia arriba —hasta el techo—, la exposición traza múltiples lecturas. El orden cronológico, que indica la dimensión documental de una obra que atravesó más de medio siglo, se cruza con las diversas temáticas que elegimos del gran archivo y con las diversas investigaciones artísticas que confluyeron en la búsqueda permanente de la perfección técnica en la composición, que fija cada foto como única. También pone de manifiesto la permanente expansión de lo real hacia nuevas formas, incluida la abstracción, y el diálogo tan frecuente entre la fotografía de Sessa, la historia de la pintura y la práctica pictórica, un intercambio que Sessa recordó en las conversaciones con nuestros equipos: “La pintura es un gran complemento para un fotógrafo, porque no te deja ninguna duda sobre lo que podés necesitar como material para tu imagen”.

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Son varios los temas que entrelazan la disposición espacial de la sala y que se desarrollan en este libro. En la Vieja Buenos Aires, Sessa despliega su mirada de joven fotógrafo sobre la ciudad, con imágenes tomadas entre sus 17 y 25 años. Desde fines de los años cincuenta, a la par de su trabajo pictórico, el artista comenzó a experimentar y apasionarse con la fotografía. La necesidad de salir de la reclusión obligada de los cuadros y el taller lo llevó a la ciudad, y así comenzaron sus recorridos por los barrios, donde encontró personajes, situaciones cotidianas y texturas arquitectónicas a partir de las cuales se permitió jugar con la abstracción, en un diálogo entre la paleta de colores y las formas de sus cuadros, y estos nuevos hallazgos que le proveía la fotografía. La ciudad se convirtió en una obsesión.

Sessa visitó una y otra vez sus lugares predilectos en busca de nuevos planos y matices de la luz a través de las estaciones y los años, y poco a poco fue componiendo un ensayo visual permanente.

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Frente a ese trabajo de larga duración y en profundidad, el fotoperiodismo representa una tarea opuesta, ligada a la inmediatez del acontecimiento y a la urgencia de la acción. También en su temprana juventud, Sessa comenzó su labor como fotoperiodista. Su modo de registrar el acontecimiento fue siempre cámara en mano y sin teleobjetivos, muy cerca de la escena, “a dos o tres metros de lo que está pasando”, según sus propias palabras. El impacto de las marchas de las Madres de Plaza de Mayo –entre ellas, el Siluetazo de 1983—, el traslado del féretro de Perón y las protestas populares ante la crisis de fines del 2001 son algunos de los grandes sucesos de la historia argentina fotografiados. Su versatilidad para encontrar la síntesis transforma una serie de hechos desarrollados a la velocidad del azar en una imagen icónica, que construye el acontecimiento con el mismo gesto que lo registra.

Un proyecto que constituyó uno de sus mayores desafíos como artista fue fotografiar exhaustivamente el Teatro Colón, entre 1982 y 1987. Durante aquellos cinco años, Sessa asistió al Colón prácticamente todas las noches. Sin flash, sin trípode, decidido a trabajar en la penumbra y el movimiento constante de los ensayos y las funciones, Sessa exploró los dispositivos y las técnicas disponibles para moldear la luz y hacer de la dificultad un recurso estético. Hoy recuerda cómo cada noche volvía a su cuarto oscuro y debía descartar el 90% de las fotos, para volver al día siguiente a buscar aquellas imágenes que tanto anhelaba lograr. En las imágenes finalmente seleccionadas para esta exposición, Sessa capta el aura escondida en la vida secreta tras las bambalinas del gran teatro.

Otra de las secciones de la exposición explora el retrato, que para Sessa es un arte específico dentro de la fotografía, con sus propias reglas y objetivos. El retrato estricto para Sessa es aquel que se produce en un estudio, con la iluminación correcta y la pose buscada y trabajada en el diálogo entre el fotógrafo y su sujeto. Es la evidencia de una tensión cuerpo a cuerpo en la que el fotógrafo lleva al retratado a componer la escena que mejor lo representa. Según su descripción, el retrato es una fotografía a la que “se llega”, una búsqueda de un ideal del retratado que hay que construir en la práctica. Entre los miles de retratos que integran el Archivo, esta selección minuciosa se enfoca en algunos de los fotógrafos, artistas visuales, arquitectos e intelectuales relacionados con la biografía de Sessa o con la historia del Museo de Arte Moderno. Entre los primeros, se encuentran los retratos de los escritores que colaboraron con Aldo, como Manucho Mujica Láinez y Silvina Ocampo, así como los de sus grandes amigos Nicolás García Uriburu y los fotógrafos Annemarie Heinrich, Lisl Steiner y Bruce Weber, entre otros.

La historia del Moderno aparece representada en su célebre retrato de Rafael Squirru, fundador del museo, y en los de grandes artistas de nuestra colección, tales como Gyula Kosice, Líbero Badii, Rómulo Macció, Federico Manuel Peralta Ramos, Marta Minujín, Rogelio Polesello, Antonio Seguí y Alberto Heredia.

De los punks londinenses a los cultivos acuáticos de Birmania, de los mercados de El Cairo a los templos de la India, los viajes de Aldo Sessa, constantes desde los años setenta, son un esfuerzo cada vez más minucioso por captar la singularidad cultural de territorios remotos sin caer en la simplificación de una mirada exotista. Consciente de que los grandes monumentos son una trampa para el cliché fotográfico, Sessa emprendió viajes en profundidad, atravesando diversos países y retornando en sucesivas travesías. Para crear estas imágenes, Sessa buscó lo que llama “la distancia mínima”, en la que el fotógrafo no sólo observa, sino que también es observado por los ojos que retrata. Esa apertura artística que los viajes representan para Sessa tiene en la ciudad de Nueva York uno de sus espacios privilegiados. Desde 1962 hasta el presente, Sessa recorre todos los años sus calles y fotografía su arquitectura vertical, sus transeúntes anónimos, sus parques y museos. En una ciudad infinitamente visitada por el imaginario del cine, la literatura y las artes visuales, Sessa observa los puntos clave desde ángulos inesperados, desdibuja los rascacielos deformando las perspectivas, atrapa las formas urbanas a partir de sus reflejos, busca a sus habitantes en sombras tras vidrios opacos y juega con inesperadas situaciones humorísticas.

Desde 1980 hasta el presente, Sessa recorre la Argentina como otro de sus proyectos de gran aliento: un recorrido vastísimo por las geografías y las culturas de nuestro país, en su afán de dar a conocerlo, de promocionarlo, de contagiar el patriotismo y el orgullo por lo propio. Sus fotografías, que atrapan la dimensión majestuosa tanto de un solitario caserío patagónico como de un mar de manzanas en una cosecha rionegrina, muestran también su habilidad para adaptar su manejo de la luz a cada paisaje o para trabajar con el clima hostil como una variable más de su composición. Ya desde 1958, la fotografía de Sessa se caracterizaba por poseer una mirada experimental sobre los objetos mundanos de su entorno.

El recorrido final de Archivo Aldo Sessa se detiene, por un lado, en su trabajo sobre la naturaleza muerta, género clásico de la historia del arte. Estas fotografías son el fruto de un estudio obsesivo sobre las posibilidades de cada objeto en la privacidad del taller: las formas de una flor solitaria, un simple huevo o una hoja de papel. Por otro lado, la sección recupera el continuo interés de Sessa por la abstracción y la experimentación, que ejerce como un trabajo de expansión de las formas en el que los objetos reales se descomponen en un despliegue de texturas, contrastes, brillos y sombras.

Victoria Noorthoorn - Directora del Mamba (Museo de Arte Moderno de Buenos Aires).

* Este texto corresponde a la Introducción del libro Aldo Sessa.

Archivo 1958/2018 (Mamba)

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