Perdidos en la galería de los espejos

Perdidos en la galería de los espejos

La ocupación de barrios por parte de la droga es una derrota de los políticos que se preocuparon primero por su historia y luego por la de los demás. La vida en un presente continuo, sin pasado. Los líderes que vienen asomando.

El problema de las tarifas se mira en el espejo y le devuelve la imagen del enfrentamiento de los clanes de la droga. No hay ninguna diferencia.

De repente estalla la crisis y cada bando trata de sacar la mejor tajada de esa discusión. El objetivo no es solucionar el conflicto sino destruir al otro. Convertirlo en enemigo y matarlo si es posible. Ganarle, en el mejor de los casos.

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Vivimos una obsesión del presente. En esa caja no caben ni el pasado ni el futuro. Por eso en la discusión sobre el presente de las tarifas se les hace muy dificultoso entender que algo se hizo muy mal antes para que ocurran los padecimientos actuales. Por eso imaginar un mañana mejor después de estos aumentos es parte de las utopías que sólo alguien que no nos quiere puede construir.

El secuestro de una mujer. Las amenazas de muerte. Jóvenes, muy jóvenes, parapetados en las esquinas del barrio con armas en las manos. Los vecindarios de la ciudad convertidos en barrios cerrados, pero con dueños irrefutables. Los Toro vs. los Acevedo. Duelos que nadie desmiente ni discute. Un presente crudo que se viene cocinando desde hace años. Un verdadero cóctel que augura un futuro que indigesta.

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La muerte del puntero

En nuestros barrios alguna vez hubo un puntero que trabajaba por los demás. Que la ilusión de un mañana mejor (para él y para sus vecinos) era el motor para construir ciudadanía. Para olvidar una dictadura con límites y para sembrar independencia y libertad. Ebrios de corrupción y de tentaciones, esos punteros terminaron olvidando el pasado oprobioso y disfrutaron de una fiesta endogámica. Al final, el puntero solidario, trabajador y abnegado se fue expulsado a otro barrio, enriquecido, envidiado y olvidado. La política se olvidó del otro. El narcotráfico se acordó y así empezó su negocio. Dio trabajo, vendió muerte, dio remedios, repartió drogas, aportó soluciones, mató gente, se solidarizó con los vecinos, destruyó vidas, cortas vidas.

Por eso el miércoles estaban los que no tenían problemas de empuñar un arma y dar la vida por “La patrona”, por Margarita Toro, que había sido la mujer secuestrada. Por eso ante la inminencia de una guerrilla de clanes, los Acevedo se mudaron de casa y se fueron al barrio “El Sifón”. Tan simple como eso.

¿Y el Estado? El ministro de Seguridad no tiene a nadie detenido. Los legisladores y concejales andan preocupados por la droga. Algunos en la Cámara por comprarla, como alguna vez confesaron su enfermedad, no su deseo por combatirla. Otros en el Concejo, por discutir con el intendente, no por ponerle un freno o por buscar una solución. Mientras unos barrios se cierran por temor y porque tienen más posibilidades económicas otros se cierran porque tienen dueños que se arrebataron la libertad que la política les cedió. ¿Para siempre?

Apenas pasan los dos primeros años de gobierno, los ex mandatarios se desligan de responsabilidades. Es común escuchar de sus bocas que una vez transcurrido ese lapso prudencial ya no pueden echarles culpas y ya le competen aciertos y desaciertos al gobernador de turno. Como si el presente no fuera un hijo pródigo del pasado que ellos supieron administrar. La violencia que vivieron los tucumanos tienen responsables en los últimos 30 años muy claros.

A Juan Manzur y su equipo poco aceitado les ha dado resultado no mirar para atrás y augurar un futuro mejor. El titular del Poder Ejecutivo no debería olvidar que es hijo de la gestión de José Alperovich y por lo tanto de la de Julio Miranda. Así como su ministro Claudio Maley viene de la Gendarmería que tampoco pudo con el narcotráfico.

Una de las dificultades mayores de la política de hoy es construir con y por el otro ciudadano. Sin banderías políticas han crecido patrimonialmente sin poder hacer que crezcan sus vecinos.

El bastón de todos

En el presente eterno en el que viven, los principales candidatos del futuro se miran hoy en el espejo y este les devuelve sus figuras aferradas al bastón de mando, no la foto con el corte de cadenas a la dominación del narcotráfico.

Por eso a Manzur sigue sin importarle definirse. Sigue confundiendo a sus adláteres al no confesarles su incapacidad para decirle adiós a su padre putativo. O, en todo caso, su decisión de abandonar la especulación y reconocer su ambición de poder y, por lo tanto, de continuar sentado en el sillón de Lucas Córdoba.

José Alperovich, su principal rival, ya lo hizo. Es el principal candidato del peronismo, que reconoce sus aspiraciones para gobernar la provincia. A los más cercanos de su entorno (bastante más chico al que siempre estuvo acostumbrado) les advierte que si el país se vuelve ingobernable no intentará volver al poder para no poder administrarlo. En el fondo, Alperovich siente que tiene una deuda pendiente en su gestión, aún cuando presume de ser el mejor de la historia.

Al igual que a Manzur, la Justicia, esa misma que supo controlar desde la Casa de Gobierno, es lo que más atento tiene al ex mandatario. Tanto el juicio por la muerte de Paulina Lebbos como el que se sustancia contra Miguel Brito, su ex funcionario en la Dirección de Arquitectura y Urbanismo lo mantienen en vilo. Manzur en cambio, sigue las noticias que genera Claudio Bonadio desde Cómodoro Py, por el plan Qunita.

Osvaldo Jaldo no está menos perseguido por la Justicia, después de los inexplicables manejos de fondos que hicieron en la Cámara a través de valijas. Sin embargo, también se ha definido. Con Manzur, lo que quiera el gobernador y con Alperovich, nada. Cabe recordar que no hace mucho, cuando juró como diputado nacional, Jaldo llegó a decir que lo hacía por el “mejor gobernador de la historia de Tucumán”. El pasado, otra vez, fue devorado por la especulación política. Pero como el vicegobernador se mira en el mismo espejo que los demás, ya hasta dejó bien claro su equipo: Fernando Juri podría ser su ariete en la capital, él lo será en el Este y Juan Antonio Ruiz Olivares, en el Oeste.

El club de los perdedores

En la vereda de enfrente se para la estructura de Cambiemos, que no hace nombre a su apelativo. El Pro es una sombra de la estructura nacional que no tiene ninguna capacidad para corporizarse. Esta agrupación, si algo tiene seguro, es que Macri es su candidato. Nada más. El radicalismo y una porción del peronismo son el verdadero dueño de Cambiemos que políticamente no ha cambiado respecto de 2015, cuando consiguió cuatro intendencias y una nueva derrota.

Precandidatos y dirigentes padecen y se flagelan con las profecías autocumplidas. “Vamos a ver cómo nos va. Vamos a poner todo para llegar. De ahí a ganar…”. Así son las voces de la oposición. La vocación de poder es casi una utopía, distinta a la posición con la que se para el peronismo oficialista de Tucumán, que si algo no discute es de su triunfo. Por eso Cambiemos se mueve con lentitud y prudencia. José Cano ha experimentado que no es el mismo, que el espejo no le devuelve la misma imagen que otras oportunidades. Tal vez le sugiera que esperar las encuestas es una dulce espera. La vieja fórmula de denuncias y de ponerse el equipo al hombro parece que ya no alcanza, porque antes no alcanzó. Cano ha comenzado la dura tarea de reciclarse. Silvia Elías de Pérez ha crecido desde su sombra y con una fórmula parecida a la de su correligionario, aunque sin el desgaste electoral de aquel. A este dúo se le va colando Alfonso Prat Gay, que viene aprovechando aquello de que nadie es profeta en su tierra. Ninguno de los tres grita su obsesión.

La política se ha ido convirtiendo en una novela con final abierto, escrita con letra de especulación, en un tiempo en el que los electores necesitan la certeza de un futuro diferente, sin doble moral y con seguridad, jurídica y de la otra.

La hora de la intolerancia

Precisamente, ante las dudas de la política y la decisión de cederle espacios de poder a la droga, la Justicia, que podría tener la última palabra, ha sido lapidaria: el sistema tiene mecanismos “para gente a la que le gusta perder ante el delito”, dijo el juez federal Ariel Lijo. “La justicia debería abandonar la puesta en escena. Basta de imposturas”, sentenció el magistrado, confirmando que los políticos y sus vicios también han contagiado a otros poderes.

La violencia propulsada por la droga que vivieron los tucumanos esta semana ha caído en el pozo de normalidad porque los poderes del Estado lo han tolerado. Es cuestión de que los líderes pongan límites y asuman la intolerancia a la a-normalidad.

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