Para Sara Peña de Bascary “los tucumanos no tienen cultura museológica”

Para Sara Peña de Bascary “los tucumanos no tienen cultura museológica”

La historiadora y museóloga por vocación, es una marca registrada en la gestión de museos en Tucumán, cumple medio siglo en estas lides. La pasión de un oficio detectivesco.

EL OFICIO Y LA PASIÓN.  “Cuando una evidencia te permite revelar historias que estaban ocultas, te podés llegar a morir de la emoción”, dice Sara. LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO.- EL OFICIO Y LA PASIÓN. “Cuando una evidencia te permite revelar historias que estaban ocultas, te podés llegar a morir de la emoción”, dice Sara. LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO.-

A Sara Peña de Bascary los museos la inspiran. Esos ámbitos son, respetando la etimología de la palabra, su “lugar de las musas”. Historiadora y museóloga por vocación, en medio siglo montó o ayudó a montar 10 museos tucumanos -el de Arte Sacro, el histórico Miguel Lillo, el de la Banda de Tafí del Valle son algunos- y dirigió algunos otros, entre ellos el provincial Nicolás Avellaneda y la emblemática Casa Histórica. Cuando se le pregunta qué encuentra en esos espacios que cuentan historias de distinta índole ella enfatiza: “los museos son el corazón de las ciudades, donde vas a encontrar su arte, su historia”.

“La gente puede encontrar en un museo arte, historia, vida cotidiana”, dirá, en una charla con LA GACETA, mientras recorre las salas del Museo de Arte Sacro bañadas por una luz particular. La excusa para el diálogo son sus 50 años en este oficio que tiene algo de detectivesco; porque detrás de cada pieza hay una o muchas huellas a reconstruir. El mote de autodidacta que ella se adjudica no ha sido un obstáculo para una trayectoria que también incluye su descubrimiento de la herencia jesuítica en Tucumán y su actividad en la Junta de Estudios Históricos. Una carrera que, se regodea, le ha permitido que por sus manos haya pasado gran parte del patrimonio cultural mueble de la provincia.

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- ¿Cómo llega una “autodidacta” a un territorio como el de los museos?

- Siempre me gustó el arte. Pero todo empieza en este Museo de Arte Sacro, que pertenece a la Arquidiócesis. y que se inauguró en 1968. Susana Rougés, que fue la primera directora de este museo, le pide al padre Soria que done todos los objetos que eran patrimonio de la Catedral, y que dejan de usarse cuando llega el Concilio Vaticano II, que impulsaba la existencia de iglesias más despojadas. El museo nace con el patrimonio de la Catedral. Por ejemplo, ese cambio hizo que la Iglesia se despojara de patrimonio de mucha ostentación que estaba guardado; orfebrería, cosas de plata colonial. A este museo lo empezamos a armar en marzo del 68 y lo inauguramos en abril. El padre Soria y el Arzobispado, en ese momento a cargo de monseñor Conrero, nos dan los cuadros cuzqueños, los báculos de los obispos, los ornamentos, los retratos espléndidos de Mozzi y de Falcucci. Al Museo de Arte Sacro podés venir por distintos motivos: la gente busca historia, vida cotidiana... Está el arcón en el que trasladan desde Ibatín a los santos patronos…

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- En 50 años del Museo de Arte Sacro, ¿cuáles han sido las penurias y cuáles han sido las satisfacciones más grandes?

- Este museo siempre ha sido una satisfacción. Fue muy triste la década en la que estuvo cerrado. El robo de las custodias (en 2011) ha sido muy doloroso. Y hasta hoy nunca se supo nada más. Todavía siguen en internet. Pero alguna vez van a aparecer. Esas cosas aparecen mucho tiempo después, porque el coleccionista alguna vez va a querer vender. Y creen que el tema se olvida. Pero está registrado. Otro momento de gran alegría fue cuando lo formé al Museo Nicolás Avellaneda, donde estuve ocho años. Me acuerdo cómo me impactó la donación de Miguel Alfredo Nougués. Cuando fui a buscar la colección en Buenos Aires -que fue una donación espectacular-, entre los objetos estaba la medalla de oro original que le dan a Belgrano por su triunfo en Tucumán.

- En otros países o provincias el museo es un atractivo. ¿Y en Tucumán?

- Tucumán tiene poca cultura museológica. En otros lugares, el ciudadano común siente un enorme orgullo por sus museos. Te indican dónde queda, te llevan… Pero aquí veo indiferencia, y no sé a qué atribuirlo. Vienen cuando hay una gran muestra. Pero después… Cuando yo dirigía la Casa Histórica había que organizar turnos de visita a comienzo de año. Y después dejaron de venir. La única escuela que seguía viniendo era la Sarmiento. Y, ¿sabés por qué dejaban de venir? Por el tema del seguro escolar. Creo que es un tema de estudio esto de la indiferencia de los tucumanos hacia sus museos. Vas a Córdoba, a Salta, y la realidad es otra.

- ¿Es rico el patrimonio de los museos tucumanos?

- Riquísimo. En la Casa Histórica hay un patrimonio espectacular , donado por el hijo del gobernador Ernesto Padilla después de la muerte de su padre. Él dona toda la colección de las sillas de la época virreinal. La platería que hay en ese museo es espectacular. Hay grandes donantes, colecciones fabulosas. Casi me muero cuando Miguel Alfredo Nougués dona una biblioteca fabulosa; y estaba ahí el original de “Las Bases” de Alberdi. Tenía la foto original de Alberdi, sacada en París; una tarjeta con su dirección y una dedicatoria. Son esas cosas que emocionan cuando las tenés en la mano.

- ¿Qué áreas hay que fortalecer en los museos tucumanos?

- La mayoría de los museos no tiene personal. Y eso es una pena, porque a su vez está saliendo mucha gente muy bien formada en Museología, de diversos posgrados. El Museo de Bellas Artes es el que mejor está; tiene una directora muy activa. La Casa Histórica, que es el súmum porque es Monumento Histórico Nacional, depende de Buenos Aires.

- ¿Qué opina del guión actual de la Casa Histórica?

- Al guión lo veo demasiado pobre para la cantidad de patrimonio que tiene. Y si uno quiere entrar al corazón de las ciudades, no lo va a ver a todo.

- Usted armó hace poco el Museo Histórico Lillo. ¿Cómo fue la experiencia?

- Al Lillo (el Museo Histórico) me encantó hacerlo. Va a cumplir un año. Con Patricia Cornejo poco a poco fuimos buscando los objetos con los que convivía Lillo en su vida cotidiana. Y fuimos descubriendo cosas asombrosas del sabio. El Museo Histórico Lillo ha sido un reto, porque se trataba de hilvanar una biografía a través de los objetos. Me encantó armarlo porque empezamos de la nada, de no tener más que 46 piezas, y llegamos a tener 460. La gracia del museo biográfico es cómo la gente se engancha con la relación entre el personaje y las piezas que están expuestas. Es fundamental cómo contás la historia.

- ¿Qué ha cambiado en 50 años en gestión de museos?

- Hay muchas más técnicas que ayudan a preservar las colecciones; ha cambiado el guionado… Se están haciendo concursos en todo el país para cargos de directores. Y son de primera los que van cambiando los concursos. También se suma lo interactivo. Pero a eso, creo, habría que incorporarlo en su justa medida. Porque -y eso sí lo he observado - cuando llevás a los chicos al museo se divierten más jugando con la computadora. No, hay que tenerlo como elemento de apoyo. Porque lo más importante es la pieza original.

- ¿Qué siente cuando, al estudiar documentos u otras huellas, se le revelan historias que estaban ocultas?

- Te podés llegar a morir de la emoción. Cuando encontrás algo así te salta el corazón. Y ocurre. El director del museo, más que un técnico, tiene que tener pasión y vocación. Lo mismo con el que hace el catálogo. Cuando yo entregué el museo de la Casa Histórica el inventario ya estaba hecho. Las cosas tienen su partida de nacimiento, su partida de propiedad. Si un museo no tiene documentada su colección no existe. Y si no la tiene publicada, la tiene documentada a medias. En el caso del Museo Avellaneda, gracias a que habíamos hecho un catálogo pudimos recuperar la jarra de Ibatín (robada en 1984), porque ahí figuraba la jarra con sus medidas, hasta el último detalle. Además, había 67 fotos que le había sacado Jorge Wyngaard a la jarra. Por casualidad, en Sevilla, Teresa Piossek ve en una revistería una revista “Anticuario”. ¡Ahí estaba la jarra! Lo detuvieron al anticuario; pero había que probar que la jarra era nuestra. Y el catálogo sirvió para eso. Volviendo a lo que sentís cuando encontrás una huella especial alrededor de alguna pieza, está el caso de un grabado muy antiguo, muy coloreado, firmado por Emile Lasalle. No sabíamos quién era. Buscamos en internet quién era. Y de golpe leo que había ilustrado obra de d’Orbigny. Buscando más, encontramos un grabado de Luis Felipe hecho por Lasalle. Y me encuentro con que Lasalle, a pedido del rey de Francia, había hecho un retrato de Colón que está en la Biblioteca Colombina de Sevilla. ¡Me fui a verlo... Y estaba en restauración! Estaba al fondo. Pero por lo menos pude verlo, de lejos, y sentí una profunda emoción.

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