La vida de un gigantede la música nacional

La vida de un gigantede la música nacional

Del Mazo desenreda la madeja de identidades del ídolo popular

15 Abril 2018

BIOGRAFÍA

SANDRO, EL FUEGO ETERNO

MARIANO DEL MAZO

(Aguilar - Buenos Aires) 

Bastan apenas un par de minutos. Alcanzan. Sirven. Son suficientes. Cuando un hombre es grande hay quienes pueden notarlo a simple vista, en un encuentro. Roberto Sánchez era enorme. Sus pómulos altos, su boca carnosa, el pelo azabache, ese pelo gitano, sus movimientos en el escenario y esas manos de cigarrillo armaban el temple de un talento que fue único. El escritor y periodista Mariano del Mazo lo vio una vez, en 1993, en el camarín del Cine Mayo de San Miguel, y entendió. Por eso escribió.

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Sandro, el fuego eterno quiere contar la vida del gigante de la música nacional, del primer argentino que tocó en el Madison Square Garden de Nueva York, del pibe del conurbano bonaerense que dejó el colegio porque tuvo un sueño, del hijo fiel, del seductor, del fan de Elvis, del dibujante de pornografía, del muchacho que cantaba serenatas a cambio de unos pesos, del repartidor de vino, del provocador, del hermético, del tipo que supo reinventarse y resurgir y volver al ruedo cuando nadie hubiera creído que podía hacerlo.

Roberto Sánchez fue uno, pero varios, en millones. Y consiguió lo que logró con la convicción del que sabe que nació para ello. Del Mazo lo deja en claro. No fue un iluminado. No estudió en las mejores academias. Tampoco lo tuvo en los genes. Sandro fue un laburante. Hizo música como un albañil una casa o un carnicero lo suyo. Tocó la guitarra en un bar, de oído, de madrugada, como pudo. Con cada roce de cuerda crecía dentro suyo esa pasión tan volcánica que fue su marca. Hasta que un día se presentó con un trío, con un dúo, con una banda, con Los de Fuego, con Sandro y Los de Fuego, con Black Combo, solo. Y entonces, sí, todo lo demás.

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“El loco” de Valentín Alsina, como le decían en el barrio, pasó a ser “Sandro de América” sin dejar nunca ni del todo el conventillo: vendió discos, cantó en vivo miles de veces, protagonizó películas, romances, batió récords y consiguió un ejército de seguidoras fieles a las que bautizó sus “nenas”. Roberto hizo lo imposible: creó un alter ego que nunca fue ficción y levantó un muro entre ambos que no fue real pero que alcanzó para sus fines.

Con testimonios, con citas, con momentos y con la voz del protagonista (“Pienso que Sandro es como un muñeco que inventé y yo soy el titiritero. Pero muchas veces me sentí prisionero”), en una segunda edición, Del Mazo vuelve a meterse en esa madeja de identidades para entender que no hay nada que desenredar. Sandro fue esa fantasía cierta que creó pero que llevaba dentro. El rockero, el actor, el baladista, el mersa, el insolente, el único. Como dice el autor, el mito “perfecto, hermoso, eterno”.

© LA GACETA

Dolores Caviglia

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