La máscara, la muerte y Piglia

La máscara, la muerte y Piglia

Devaneos, dudas, bocetos y relatos futuros del escritor

PIGLIA DIXIT. “Escribir un diario es escribir para nadie, un lenguaje cifrado que lo entiende quien lo ha escrito”. PIGLIA DIXIT. “Escribir un diario es escribir para nadie, un lenguaje cifrado que lo entiende quien lo ha escrito”.
15 Abril 2018

TESTIMONIO

LOS DIARIOS DE EMILIO RENZI. UN DÍA EN LA VIDA (TOMO III)

RICARDO PIGLIA

(Anagrama - Buenos Aires) 

Si Pavese escribe pare vencer el tedio, si Castillo discute sus ideas filosóficas, Piglia escribe para dejar constancia de sus devaneos, dudas, bocetos, relatos futuros. La pregunta que asecha en un diario es siempre la misma: ¿quién escribe los diarios? Si es cierto que el género es monótono por definición -solo basta el orden cronológico para reconocer la especificidad del género- en el curso del tiempo surgen las facetas y la diversidad que compone un yo. Es decir, las diferentes formas del yo. Nadie es uno solo, podríamos decir, y menos en un diario.

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Surge, entonces, de nuevo, la pregunta: ¿para qué se escribe un diario? Pareciera que Piglia escribió los muchos cuadernos -327 según el título de la película de Andrés Di Tella- para anotar una especie de autobiografía futura. Y, como sucede con casi todas las autobiografías, lo primero que surge es la identidad compleja y harto difusa de ese sujeto que está detrás de la escritura. Dice Piglia en el tomo III: Escribir un diario es escribir para nadie, un lenguaje cifrado que lo entiende quien lo ha escrito. ¿Realmente lo entiende?

Es decir, en un diario siempre aparece el problema de la identidad personal. ¿Quién escribe un diario? ¿El que lo escribe sabe quién es? ¿El que lo lee sabe quién es el que lo ha escrito? En este sentido, un diario es un género filosófico. Rápidamente, volvemos a pensar y nos centramos en el mecanismo del procedimiento. Es decir, ¿para qué se sigue la cronología? Si desarmamos la línea, nos encontramos con el rompecabezas de la experiencia. No basta con seguir la línea del tiempo para generar un orden. El orden es falso. Lo único verdadero es lo irreductible de la vida. La vida es incomunicable, podríamos pensar. Casi como el sofista Gorgias, quien creía en la incomunicabilidad de las sustancias, podemos suponer que lo que Piglia deja en los cuadernos son estados de ánimo, ideas previas, sensaciones encontradas, pedazos de situaciones: fragmentos que nunca alcanzan una totalidad cerrada y comunicable. Todo parece estar en estado de excepción. Pero ese estado surge “durante” o con la escritura. Es decir, sólo la escritura hace que las cosas parezcan diferentes o excepcionales. ¿Hay algo en la vida que sea por sí mismo excepcional? Lo único excepcional en la vida es la muerte. La anotación demorada y detallada de ciertos hechos convierte a los fragmentos nimios en recordables.

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Antes del fin

El tomo III, como los tomos anteriores, es heteróclito y combinatorio. Mezcla las entradas cronológicas, las citas, los devaneos, las descripciones documentales con relatos narrados alternativamente en tercera y primera persona (cuyo personaje es Renzi) con breves piezas de crítica literaria. Lo que late en estas anotaciones y relatos es la sombra de la muerte, que convierte a la escritura de todo el volumen, y acaso a los tres volúmenes, en una serie de textos que lidian con lo excepcional. Quizás por eso mismo este sea el tomo más ligado a lo trágico. Y, en cierta medida, sea el menos novelesco. Si la novela es el género postrágico, el diario III es el más trágico. El diario de Renzi es una crónica de la tragedia anunciada. Como está fuera de campo, el fantasma de la muerte asola e inunda las páginas.

El lector sabe que a medida que avanza en la lectura finaliza el texto y también la vida. La muerte entra en los párrafos sin pedir permiso y contamina los escritos. No es posible no conmoverse ante las líneas finales: El papagayo en una jaula. La silla de ruedas, el andar mecánico, el cuerpo metálico. La enfermedad como garantía de lucidez extrema. Y antes de la última línea, cuando sospechamos que ya ha perdido el cuerpo, cuando sospechamos que es solo una mente que piensa y que ya no puede usar su voz, escribe: Si uno puede usar su cuerpo, lo que dice no importa.

Piglia propone series y le atribuye a Renzi la autoría de estas anotaciones. Con ese gesto posmoderno, lo que crea es un desvío en la idea de autor. Y busca la ficción donde no existe como género. Atención: aunque el nombre de Piglia estuviera como firma de los diarios, la huella de la máscara estaría siempre. Nadie es todo el tiempo uno solo, uno mismo. Nietzsche ya lo dijo. Somos el otro, el mismo. Somos lo que creemos ser y somos lo que otros dicen que somos. Un diario -muchos cuadernos- da cuenta de la multiplicidad de nuestra buscada identidad. Piglia no es Pessoa pero podría serlo, como todos. Las series no buscadas se superponen: ideas, mujeres, proyectos, discusiones, reuniones de revistas, etcétera. Las series fomentan la ilusión del orden. ¿Qué hay detrás de la falsificación inopinada? ¿Para qué necesitamos la máscara? De nuevo, Nietzsche: para vivir, para sobrellevar la existencia.

Un yo que lucha

La contundencia y la fatalidad de las últimas páginas le otorgan al volumen un tono lúgubre y, a la vez, lúcido. Se trata de la espantosa lucidez ante lo irremediable.

En ese sentido, aunque Piglia quiso ser siempre el hombre que ficcionaliza la experiencia, aquí, en este tomo, entre las palabras finales, ese hombre entra y sale de la vida con una fuerza que da que pensar. Asistimos a la máscara con la potencia de un yo que pugna por aparecer y que aparece como el individuo devorado por el velo irrevocable de la muerte.

© LA GACETA

Fabián Soberón

PERFIL

Ricardo Piglia nació en Adrogué, Buenos Aires, en 1940, y murió en Buenos Aires, en enero de 2017. Fue profesor emérito en la Universidad de Princeton y es un clásico de la literatura en español. Entre sus textos se destacan Respiración artificial y La ciudad ausente. Los tres tomos de Los diarios de Emilio Renzi son considerados una obra maestra por buena parte de la crítica. Obtuvo, entre otros reconocimientos, el Premio Rómulo Gallegos, el Casa de las Américas y el Formentor.

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